Isabella despertó con el sonido de alguien golpeando su puerta con la fuerza de quien construye barricadas. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de terciopelo, sugiriendo que la mañana estaba bastante avanzada. Sus músculos protestaron cuando se incorporó, recordándole vívidamente la aventura nocturna que había terminado con ella y Sebastián escalando de vuelta al palacio como un par de ladrones particularmente elegantes.
"¡Señorita Valenor!" La voz de Lady Cordelia atravesó la puerta de madera maciza con la precisión de una flecha. "¡Abra esta puerta inmediatamente!"
Isabella se puso una bata de seda y abrió la puerta, encontrándose con Lady Cordelia que parecía haber envejecido diez años desde la noche anterior. Su cabello perfectamente peinado mostraba mechones rebeldes, y sus ojos tenían la mirada salvaje de alguien que había pasado la noche en vela.
"Buenos días, Lady Cordelia," dijo Isabella con toda la inocencia que pudo reunir. "¿Sucede algo?"
"¿Que si sucede algo?" Lady Cordelia entró como un huracán bien vestido, seguida por dos doncellas que parecían estar preparándose para un funeral. "¡La encontré en su cama esta mañana completamente vestida, con barro en las botas y oliendo a humo de taberna!"
Isabella miró hacia abajo. Efectivamente, se había quedado dormida con el vestido de lana puesto, y sus botas, que había patateado hacia un rincón, tenían definitivamente restos de las calles de Eldoria.
"¿Dónde estuvo anoche?" Lady Cordelia la estudió con ojos que podrían haber pertenecido a un halcón particularmente perspicaz. "Y no me diga que estuvo en sus aposentos toda la noche, porque pasé por aquí a medianoche para dejar algunos documentos y su cama no había sido usada."
"¿Revisó mi cama a medianoche?" Isabella arqueó una ceja. "Eso parece... invasivo."
"¡Invasivo!" Lady Cordelia parecía a punto de sufrir un ataque. "¡Señorita Valenor, usted va a casarse con el príncipe heredero en menos de dos semanas! ¡Su comportamiento refleja no solo en usted, sino en toda la familia real!"
Isabella se sentó en el borde de la cama, sintiendo el peso de la realidad cayendo sobre ella como una manta húmeda. "¿Dos semanas?"
"¿No me diga que había olvidado su propia boda?"
Honestamente, Isabella había estado tan abrumada por las lecciones de protocolo, los vestidos elegantes y la sensación general de estar viviendo la vida de otra persona, que la fecha real de la boda había comenzado a parecer más un concepto abstracto que una realidad inminente.
"Por supuesto que no," mintió. "Solo... el tiempo pasa muy rápido."
Lady Cordelia se sentó en una silla cercana, y por primera vez desde que Isabella la conocía, parecía genuinamente preocupada en lugar de simplemente exasperada. "Isabella, me caes bien. Tienes espíritu, inteligencia, y creo que podrías ser exactamente lo que este reino necesita. Pero tienes que entender que hay personas que no quieren que tengas éxito."
"¿Te refieres a Lord Darius?"
"Entre otros," Lady Cordelia suspiró. "Anoche, después del baile, hubo... conversaciones. Algunas personas están cuestionando si una plebeya puede realmente adaptarse a la vida real."
Isabella sintió un nudo formándose en su estómago. "¿Qué tipo de conversaciones?"
"El tipo que sugiere que tal vez sería mejor para todos si este compromiso se... reconsiderara."
"¿Pueden hacer eso?"
Lady Cordelia la miró con una expresión que era mitad compasión, mitad advertencia. "Isabella, la realeza es un equilibrio delicado entre tradición, política y percepción pública. Si pareces inadecuada para el papel..."
"¿Entonces qué? ¿Me envían de vuelta a mi vida anterior como si nada hubiera pasado?"
"Algo así."
Isabella se levantó y caminó hacia la ventana, mirando hacia los jardines donde había comenzado todo esto. El paisaje perfectamente manicurado ahora le parecía más una prisión que un paraíso.
"¿Y qué opina la Reina de estas... conversaciones?"
"Su Majestad está... evaluando la situación."
"Por supuesto que lo está," Isabella se volvió hacia Lady Cordelia. "¿Y qué opina Sebastián?"
"Ah," Lady Cordelia se aclaró la garganta. "Su Alteza también está siendo... aconsejado sobre la situación."
"¿Aconsejado?"
"Lord Darius y otros miembros del consejo le han sugerido que tal vez sería prudente considerar otras opciones. Lady Vivienne Blackthorne, por ejemplo, sigue estando disponible."
Isabella sintió una oleada de algo que podría haber sido celos, frustración o simple terquedad. "¿Y qué dice él?"
"Eso," Lady Cordelia se puso de pie, alisando su falda, "tendría que preguntárselo a él misma."
Después de que Lady Cordelia se fue, seguida por las doncellas que parecían estar preparándose para lavar evidencia de un crimen, Isabella se quedó sola con sus pensamientos. Se bañó, se cambió a un vestido apropiado de terciopelo azul, y decidió que era hora de tener una conversación honesta con su prometido.
Encontrar a Sebastián resultó ser más difícil de lo esperado. No estaba en su estudio, ni en el jardín, ni en ninguno de los lugares obvios donde un príncipe podría pasar su tiempo. Finalmente, después de preguntarle a varios sirvientes que respondieron con la sonrisa diplomática universal de "no tengo idea pero no puedo admitirlo", Isabella decidió verificar un lugar menos convencional.
Los establos del palacio eran considerablemente más humildes que el resto de la arquitectura, pero tenían un calor y una honestidad que Isabella encontró inmediatamente reconfortantes. El olor a heno y caballos le recordó a su infancia, cuando ocasionalmente ayudaba a su padre a entregar trabajos en las afueras de la ciudad.
Sebastián estaba en una de las cuadras, cepillando un caballo negro que parecía disfrutar inmensamente la atención. Había cambiado su ropa elegante por pantalones de montar y una camisa simple, y tenía manchas de paja en el cabello.
"¿Escondiéndote?" preguntó Isabella, acercándose con cautela. Los caballos siempre la habían puesto nerviosa.
"Reflexionando," respondió Sebastián sin levantar la vista del caballo. "Este es Trueno, por cierto. Es menos complicado que la mayoría de las personas que conozco."
"¿Problemas con personas complicadas?"
Sebastián finalmente la miró, y Isabella vio fatiga en sus ojos. "Podrías decir eso. Aparentemente, anoche causamos bastante revuelo."
"¿Nos descubrieron?"
"No exactamente," Sebastián dejó el cepillo y se acercó a la puerta de la cuadra. "Pero alguien notó que no estábamos en nuestros respectivos aposentos, y eso fue suficiente para generar... especulación."
Isabella se apoyó contra la pared de madera. "Lady Cordelia me dijo que hay personas que piensan que nuestro compromiso debería reconsiderarse."
"¿Eso te molesta?"
La pregunta la tomó por sorpresa. "¿Debería molestarme?"
"No lo sé," Sebastián se acercó más, y Isabella pudo ver las pequeñas líneas de estrés alrededor de sus ojos. "Depende de si quieres estar aquí o no."
"¿Qué quieres decir?"
"Quiero decir," Sebastián se pasó una mano por el cabello, dejando más paja en los mechones oscuros, "que si quieres salir de esto, ahora sería el momento perfecto. Podrías regresar a tu vida anterior, y yo podría casarme con Lady Vivienne o alguna otra princesa políticamente apropiada, y todos estarían contentos."
"¿Todos?"
"Todos excepto, posiblemente, nosotros."
Isabella lo estudió, tratando de descifrar la expresión en su rostro. "¿Qué quieres tú, Sebastián?"
"Esa es una pregunta complicada."
"Inténtalo con una respuesta simple."
Sebastián se quedó en silencio por un momento, y Isabella pudo escuchar los sonidos de los caballos moviéndose en sus cuadras, el viento susurrando a través del heno, y su propio corazón latiendo con más fuerza de lo que había esperado.
"Quiero," dijo finalmente, "no tener que elegir entre ser quien soy y ser quien se supone que debo ser."
"¿Y crees que puedes hacer eso conmigo?"
"Anoche fue la primera vez en años que me sentí como si pudiera ser ambas cosas," Sebastián la miró directamente. "¿Qué quieres tú?"
Isabella pensó en su vida anterior, en la comodidad de lo familiar, en la simplicidad de conocer exactamente cuál era su lugar en el mundo. Luego pensó en la aventura de la noche anterior, en la sensación de estar completamente viva, en la forma en que Sebastián la había mirado cuando había decidido que no le importaba estar en problemas.
"Quiero," dijo lentamente, "no tener que elegir entre quién era y quién podría llegar a ser."
Sebastián sonrió, y era la primera sonrisa genuina que Isabella había visto en su rostro desde el baile. "Entonces tal vez deberíamos darles a nuestros críticos algo realmente de qué hablar."
"¿Qué tienes en mente?"
"¿Alguna vez has montado a caballo?"
Isabella miró hacia Trueno, que parecía del tamaño de una pequeña montaña. "No exactamente."
"Perfecto," Sebastián abrió la puerta de la cuadra. "Es hora de que conozcas Eldoria desde una perspectiva completamente nueva."
"¿Esto es otra de tus aventuras que probablemente terminará con nosotros en problemas?"
"Probablemente," Sebastián le ofreció su mano. "¿Te importa?"
Isabella miró la mano extendida, pensando en Lady Cordelia, en Lord Darius, en las expectativas y las tradiciones y todas las formas en que se suponía que debía comportarse. Luego pensó en la mujer que había sido la noche anterior, riéndose en una taberna, corriendo por callejones oscuros, sintiéndose completamente ella misma por primera vez en semanas.
"¿Sabes qué?" tomó su mano, sintiendo la fuerza y la calidez de sus dedos. "Creo que estoy empezando a disfrutar los problemas."
Y mientras Sebastián la ayudaba a subir a Trueno, Isabella se dio cuenta de que tal vez, solo tal vez, estaba empezando a encontrar una manera de ser tanto quien había sido como quien podría llegar a ser. Incluso si eso significaba reescribir todas las reglas en el proceso.
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## Capítulo 7: Galopando Hacia el Desastre
Isabella había imaginado que montar a caballo sería un proceso gradual, comenzando quizás con una caminata suave alrededor del patio del palacio mientras ella se acostumbraba a la sensación de estar sentada encima de un animal que pesaba diez veces más que ella. No había calculado que Sebastián tendría ideas considerablemente más ambiciosas.
"¿Estás segura de que no quieres empezar con algo más pequeño?" preguntó, mirando hacia abajo desde la altura considerable de Trueno. "¿Como un pony? ¿O tal vez un perro grande?"
"Los ponies son para niños," respondió Sebastián, revisando las riendas con la competencia de alguien que había estado montando desde antes de poder caminar adecuadamente. "Trueno es perfecto para principiantes. Muy estable, muy confiable."
Trueno eligió ese momento para sacudir la cabeza y hacer un sonido que Isabella no pudo interpretar como particularmente tranquilizador.
"¿Adónde vamos exactamente?" preguntó, tratando de encontrar una posición cómoda en la silla que no la hiciera sentir como si estuviera a punto de deslizarse hacia un lado.
"A los acantilados del este," Sebastián montó su propio caballo, un animal castaño que parecía menos intimidante que Trueno. "Hay una vista espectacular, y es lo suficientemente lejos del palacio como para que tengamos privacidad real."
"¿Privacidad para qué?"
"Para hablar sin que Lord Darius aparezca detrás de una columna, tomando notas mentales sobre nuestro comportamiento inapropiado."
Salieron del palacio por una puerta lateral que Isabella no había visto antes, cabalgando por senderos que serpenteaban a través de los terrenos reales. El aire matutino era fresco y limpio, con el aroma de flores silvestres y hierba húmeda por el rocío. Isabella comenzó a relajarse, encontrando que el movimiento rítmico de Trueno no era tan aterrador como había esperado.
"¿Cómo aprendiste a montar?" preguntó, notando la forma natural en que Sebastián se movía con su caballo, como si fueran una sola entidad.
"Mi padre," respondió, y había algo en su tono que hizo que Isabella lo mirara más detenidamente. "Antes de que muriera, solíamos cabalgar juntos todas las mañanas. Decía que era la única forma de realmente conocer el reino que algún día gobernaría."
"¿Tu padre murió cuando eras joven?"
"Tenía catorce años," Sebastián guió su caballo por un sendero que comenzaba a inclinarse hacia arriba. "Fiebre repentina. Una semana estaba planeando mi entrenamiento militar, y la siguiente..."
"Lo siento," Isabella sintió una punzada de compasión. "Debe haber sido difícil."
"Cambió todo," Sebastián se encogió de hombros, pero Isabella pudo ver la tensión en sus hombros. "De repente, mi madre tenía que gobernar sola hasta que yo fuera mayor de edad, y yo tenía que prepararme para responsabilidades que había pensado que todavía estaban años en el futuro."
"¿Es por eso que te escapas tanto?"
Sebastián la miró con sorpresa. "¿Cómo sabes que me escape mucho?"
"Por favor," Isabella se echó a reír. "Tienes túneles secretos, conoces todas las tabernas del barrio bajo, y anoche escalaste hasta mi ventana como si fuera tu rutina nocturna habitual."
"Punto válido," Sebastián sonrió. "Supongo que es mi forma de recordar que hay vida más allá de las expectativas reales."