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Isabella había pasado exactamente cuarenta y tres minutos sentada en lo que le habían informado era el "Salón de Té Matutino", aunque considerando que el sol ya se ocultaba detrás de las torres del palacio, pensó que quizás la realeza tenía una relación muy particular con el concepto del tiempo. O tal vez simplemente les gustaba confundir a los plebeyos con nombres pomposos para habitaciones que, en esencia, eran lugares donde esperar mientras tu vida se reorganizaba sin tu consentimiento.

 

La silla tapizada en seda dorada era cómoda, admitía a regañadientes, pero cada minuto que pasaba sentada en ella se sentía como una hora. Había intentado procesar la información que la Reina le había dado, pero su mente se negaba a cooperar. ¿Matrimonio? ¿Con el príncipe? ¿En tres semanas? Era como si alguien hubiera tomado su existencia, la hubiera puesto en una licuadora y hubiera presionado el botón de "caos total".

 

"Señorita Valenor," la voz de una dama de compañía la sacó de sus pensamientos. La mujer, elegante y de mediana edad, se acercó con la sonrisa profesional que Isabella estaba empezando a reconocer como el gesto favorito de la corte. "Su Alteza el Príncipe Sebastián la recibirá ahora."

 

Isabella se puso de pie, alisando su vestido verde que ahora le parecía patéticamente simple comparado con la opulencia que la rodeaba. "¿Debo hacer algo especial? ¿Algún protocolo que seguir?"

 

"Solo sea usted misma," respondió la dama con una sonrisa que sugería que había escuchado esa pregunta antes. "Al príncipe no le gustan las formalidades excesivas."

 

"Perfecto", pensó Isabella mientras seguía a la mujer por otro pasillo interminable. "Porque ser yo misma es exactamente lo que me metió en este lío."

 

Se detuvieron frente a una puerta de madera oscura, considerablemente menos ornamentada que las del salón del trono. La dama de compañía tocó suavemente y una voz masculina respondió desde el interior.

 

"¡Adelante! A menos que vengas a decirme que tengo otra reunión con el Consejo de Comerciantes, en cuyo caso, por favor, finge que no estoy aquí."

 

Isabella parpadeó, sorprendida. La voz tenía un tono relajado, casi... normal. No era lo que había esperado de un príncipe.

 

La dama abrió la puerta y le hizo una señal para que entrara. "Su Alteza, la señorita Isabella Valenor."

 

El estudio era más pequeño que las otras habitaciones que había visto, pero infinitamente más acogedor. Las paredes estaban cubiertas de libros desde el suelo hasta el techo, había mapas extendidos sobre una mesa grande, y en el centro de todo este desorden organizado, un hombre joven estaba de pie dándole la espalda, mirando por una ventana que daba a los jardines.

 

"Así que tú eres mi futura esposa," dijo sin volverse, y había algo en su tono que hizo que Isabella se pusiera tensa inmediatamente.

 

"Y tú eres mi futuro marido," respondió, decidiendo que si él podía ser directo, ella también. "Aunque debo admitir que hablar con tu espalda no es exactamente la introducción romántica que toda chica sueña."

 

El hombre se volvió lentamente, y Isabella sintió que el aire se le atoraba en la garganta. El príncipe Sebastián era... bueno, era exactamente lo que habría imaginado si hubiera tenido que conjurar la imagen de un príncipe problemático. Cabello negro ligeramente despeinado, ojos de un azul tan intenso que parecían brillar con luz propia, y una sonrisa que era mitad encanto, mitad desafío. Era alto, con hombros anchos y una postura que hablaba de confianza absoluta. También tenía una pequeña cicatriz en la ceja izquierda que le daba un aire ligeramente peligroso.

 

"Vaya," dijo, estudiándola con la misma intensidad con que ella lo había estado estudiando a él. "Definitivamente no eres lo que esperaba."

 

"¿Y qué esperabas exactamente?" preguntó Isabella, cruzando los brazos. "¿Una damisela desmayándose de emoción por conocer a Su Alteza Real?"

 

Sebastián se echó a reír, y el sonido fue genuinamente divertido. "Honestamente, sí. La mayoría de las mujeres que mi madre ha desfilado frente a mí en los últimos años han reaccionado así. Una incluso se desmayó realmente, aunque sospecho que fue más por el corsé demasiado apretado que por mi irresistible presencia."

 

"Qué decepción debo ser entonces," respondió Isabella con dulzura venenosa. "Lamento no haber traído sales aromáticas para la ocasión."

 

"Al contrario," dijo Sebastián, acercándose con pasos deliberados. "Eres exactamente lo que necesitaba. Alguien que no me trate como si fuera un objeto de adoración sagrada."

 

"Oh, no te preocupes por eso," Isabella mantuvo su posición a pesar de que él ahora estaba peligrosamente cerca. "Verte como un objeto de adoración sería imposible cuando claramente eres más bien un objeto de exasperación."

 

Los ojos de Sebastián se iluminaron con lo que Isabella reconoció como el brillo de alguien que había encontrado un oponente digno. "¿Exasperación? Interesante elección de palabras para alguien que acaba de ser elevada de artesana a princesa."

 

"¿Elevada?" Isabella sintió que la temperatura le subía varios grados. "¿Perdón? No sabía que necesitaba elevación. Pensé que estaba perfectamente bien en mi nivel actual, gracias."

 

"Vamos, no me digas que no has soñado con esto," Sebastián gesticuló hacia la opulencia que los rodeaba. "¿Una vida de lujo, sirvientes, nunca más preocuparte por el dinero?"

 

"¿Sabes qué?" Isabella dio un paso hacia él, y ahora estaban lo suficientemente cerca como para que pudiera ver las pequeñas líneas de risa alrededor de sus ojos. "Tienes razón. Siempre soñé con ser arrastrada a un palacio, que me dijeran que mi vida ya no me pertenece, y que me casaran con un príncipe arrogante que asume que toda mujer del reino estaría dispuesta a venderse por un poco de seda y algunas joyas."

 

"¿Arrogante?" Sebastián arqueó una ceja. "Eso es rico, viniendo de alguien que acaba de rechazar verbalmente la oportunidad de su vida."

 

"¿La oportunidad de mi vida?" Isabella se echó a reír, pero no había humor en el sonido. "¿Casarme con alguien que no conozco, vivir en un mundo donde no encajo, y sonreír educadamente mientras mi identidad se disuelve en un título que nunca pedí? Sí, definitivamente suena como el sueño de toda chica."

 

Sebastián la estudió por un momento, y Isabella vio algo cambiar en su expresión. La diversión se desvaneció, reemplazada por algo más serio.

 

"¿Sabes qué es lo gracioso?" dijo, su voz perdiendo el tono burlón. "Que describiste perfectamente mi vida también. Excepto que yo llevo viviendo en esa prisión dorada desde que nací."

 

Isabella parpadeó, desarmada por la honestidad repentina en su voz. "¿Entonces por qué actúas como si lo fuera un privilegio?"

 

"Porque es más fácil que admitir que los dos somos víctimas de las ambiciones de mi madre," respondió, dirigiéndose hacia la ventana nuevamente. "¿Te dijo por qué te eligió?"

 

"No exactamente," Isabella lo siguió, curiosa a pesar de su irritación. "¿Hay una razón específica por la cual una reina elegiría a una plebeya para su hijo?"

 

Sebastián se volvió hacia ella con una sonrisa que no tenía nada de divertida. "Porque las nobles son demasiado inteligentes para aguantar mis 'tendencias problemáticas', como las llama mi madre. Aparentemente, piensa que alguien de origen más humilde será más... maleable."

 

"¿Maleable?" Isabella sintió que su indignación regresaba con fuerza. "¿Esa mujer realmente piensa que va a convertirme en una esposa decorativa y obediente solo porque no nací con un título?"

 

"Obviamente no te conoce muy bien," dijo Sebastián, y por primera vez, su sonrisa parecía genuina. "Algo me dice que 'maleable' es probablemente la última palabra que alguien usaría para describirte."

 

Isabella lo miró, tratando de descifrar si estaba siendo sincero o si esto era parte de algún juego complejo que no entendía. "¿Y cuáles son exactamente esas tendencias problemáticas que tanto molestan a tu madre?"

 

"Oh, las usuales," Sebastián se encogió de hombros con fingida casualidad. "Escaparme del palacio, frecuentar tabernas, apostar en carreras de caballos, rechazar matrimonios arreglados con princesas extranjeras..." hizo una pausa, mirándola directamente a los ojos. "No seguir el protocolo real."

 

"Suena terriblemente escandaloso," respondió Isabella secamente. "¿Cómo se las arregla el reino para sobrevivir a semejante comportamiento?"

 

"Milagrosamente, seguimos en pie," Sebastián se echó a reír. "Aunque mi madre insiste en que mi reputación está arruinando nuestras relaciones diplomáticas."

 

"¿Y por eso necesitas una esposa plebeya? ¿Para calmar las aguas?"

 

"Entre otras cosas," Sebastián se acercó nuevamente, y esta vez Isabella no se apartó. "Pero principalmente porque mi madre ha decidido que si no puedo comportarme como un príncipe adecuado, al menos puedo casarme con alguien que me mantenga en línea."

 

Isabella lo miró fijamente. "¿Y qué te hace pensar que yo querría mantenerte en línea?"

 

La sonrisa de Sebastián se volvió genuinamente traviesa. "Honestamente, espero que no quieras. Sería mucho más interesante si resultaras ser tan problemática como yo."

 

Y en ese momento, mirando a los ojos azules de un príncipe que parecía estar desafiándola tanto como ella lo estaba desafiando a él, Isabella se dio cuenta de que tal vez, solo tal vez, este matrimonio arreglado iba a ser mucho más complicado de lo que cualquiera de los dos había imaginado.

 

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