Isabella despertó a las tres de la mañana con alguien tocando suavemente su ventana. Por un momento, pensó que estaba soñando, pero el sonido persistió con un ritmo que claramente intentaba no despertar a todo el palacio. Se deslizó de la cama, con el corazón latiendo aceleradamente, y se acercó a la ventana con cautela.
Sebastián estaba colgado de una cuerda, vestido completamente de negro, con una sonrisa que gritaba "problemas" desde cada ángulo de su rostro. Le hizo una señal para que abriera la ventana.
"¿Estás completamente loco?" susurró Isabella mientras luchaba con el pestillo. "¿Cómo llegaste hasta aquí?"
"Práctica," respondió Sebastián, balanceándose ligeramente en la cuerda. "Y una infancia misspent escapándome de tutores. ¿Tienes ropa que no grite 'princesa'?"
"¿Para qué?"
"Para una aventura. A menos que prefieras quedarte aquí practicando reverencias con Lady Cordelia mañana."
Isabella lo miró, evaluando si esto era una idea brillante o la decisión más estúpida que había considerado en su vida. "Dame cinco minutos."
Se cambió rápidamente, poniéndose un vestido simple de lana marrón que había insistido en conservar de su vida anterior, y unas botas que podrían sobrevivir a caminar por algo más desafiante que mármol pulido. Cuando regresó a la ventana, Sebastián había conseguido meterse en la habitación y estaba examinando sus pertenencias con curiosidad.
"¿Estos son tus herramientas?" preguntó, sosteniendo uno de los cinceles que Isabella había logrado traer del taller.
"¿Planeabas devolvérmelos después de tu inspección no autorizada?"
"Perdón," Sebastián sonrió, pero no parecía para nada arrepentido. "Es solo que... es fascinante. Nunca había visto las herramientas de un verdadero artesano."
"¿A diferencia de las herramientas de los artesanos falsos?"
"A diferencia de cualquier herramienta de trabajo real," Sebastián se acercó a la ventana. "¿Lista para ver cómo vive la otra mitad de Eldoria?"
"¿La otra mitad?"
"La mitad que no pasa el día practicando protocolos y preocupándose por qué cuchara usar para la sopa."
Isabella miró hacia la cuerda que colgaba fuera de su ventana. "¿Hay una manera menos... mortal de bajar?"
"¿Dónde estaría la diversión en eso?"
Veinte minutos después, Isabella estaba parada en el patio del palacio, con el cabello despeinado y el corazón bombeando adrenalina. Sebastián había resultado ser un guía sorprendentemente competente, y bajar por la cuerda había sido menos aterrador de lo que había esperado.
"¿Ahora qué?" preguntó, siguiendo a Sebastián hacia las sombras cerca de la muralla del palacio.
"Ahora," Sebastián movió una piedra suelta en la pared, revelando una abertura lo suficientemente grande para que una persona pasara arrastrándose, "conoces mi secreto mejor guardado."
El túnel era estrecho y obviamente muy viejo, pero estaba sorprendentemente bien mantenido. Isabella siguió a Sebastián a través de la oscuridad, guiándose por la luz tenue de una linterna pequeña.
"¿Cuánto tiempo has estado usando esto?"
"Desde que tenía doce años," la voz de Sebastián resonó en el espacio cerrado. "Mi tutor de esgrima me tenía encerrado estudiando genealogías reales durante horas. Decidí que necesitaba una alternativa."
"¿Y nunca te descubrieron?"
"Una vez. Mi madre me castigó haciéndome memorizar todos los tratados comerciales con reinos vecinos. Después de eso, me volví mucho más cuidadoso."
El túnel terminaba en una puerta de madera que daba a un callejón en el Barrio Bajo de Eldoria. Isabella siguió a Sebastián hacia las calles estrechas, inmediatamente notando cómo el aire cambiaba: más denso, con olores de cocina, humo y vida humana concentrada.
"Bienvenida a la verdadera Eldoria," dijo Sebastián, tomándola de la mano. "La parte que no aparece en los retratos oficiales."
Las calles estaban más llenas de lo que Isabella habría esperado para la madrugada. Había tabernas con luz filtrándose por las ventanas, el sonido de risas y música, y personas que claramente no seguían el horario aristocrático de acostarse temprano.
"¿A dónde vamos?"
"A un lugar donde puedes ser tú misma," Sebastián la guió por una calle particularmente estrecha. "Sin Lady Cordelia, sin protocolo, sin nadie tratándote como si fueras una reliquia sagrada."
Se detuvieron frente a una taberna que no tenía letrero, solo una puerta de madera pesada con luz amarilla escapando por los bordes. Sebastián tocó con un patrón específico, y la puerta se abrió revelando un hombre corpulento con una sonrisa que se iluminó al ver a Sebastián.
"¡Seb! No te habíamos visto en semanas. Pensamos que finalmente te habían reformado."
"Nunca, Magnus. ¿Podemos entrar?"
Magnus miró a Isabella con curiosidad, pero se hizo a un lado. "Por supuesto. Pero sabes las reglas."
"¿Qué reglas?" susurró Isabella mientras entraban.
"Aquí no soy el príncipe," Sebastián le quitó una capa que había estado usando y se la entregó a Magnus. "Soy solo Seb, y tú eres solo Isabella. Nadie hace preguntas sobre títulos o responsabilidades."
La taberna era exactamente lo opuesto al palacio. Las mesas eran de madera simple, las sillas no coincidían, y el aire estaba lleno de humo de pipa y conversaciones ruidosas. Pero había algo increíblemente acogedor en la atmósfera, una sensación de comunidad auténtica que Isabella había extrañado desesperadamente.
"¡Seb!" Una mujer joven con cabello rizado y delantal manchado se acercó. "¿Quién es tu amiga?"
"Isabella," respondió Isabella antes de que Sebastián pudiera hablar. "Y tú eres..."
"Mira," la mujer sonrió. "Trabajo aquí, y ocasionalmente mantengo a este idiota fuera de problemas." Miró a Sebastián con afecto fraternal. "Aunque no siempre tengo éxito."
"Isabella es nueva en la ciudad," dijo Sebastián, y Isabella se dio cuenta de que estaba protegiendo su identidad. "Pensé que le gustaría conocer algunos lugares que no aparecen en las guías turísticas."
"¿De dónde eres?" preguntó Mira, sirviendo dos jarras de algo que olía considerablemente más fuerte que el vino del palacio.
"Del distrito de artesanos," respondió Isabella, sintiéndose extrañamente aliviada de poder decir la verdad. "Mi familia trabaja con metales."
"¡Ah! Entonces conoces a los Gareth, seguramente. El viejo maestro herrero."
Isabella asintió, tomando un sorbo de su bebida y casi tosiendo. Era definitivamente más fuerte que el vino del palacio.
"¿Cómo conoces a este problema andante?" Mira gesticuló hacia Sebastián, que estaba siendo abordado por un grupo de hombres que claramente querían incluirlo en algún tipo de juego de cartas.
"Nos... presentaron mutuamente," Isabella decidió que era técnicamente verdad. "Ha sido... educativo."
"Apuesto a que sí," Mira se echó a reír. "Seb tiene un talento especial para las situaciones educativas."
La noche se desarrolló de manera completamente diferente a cualquier cosa que Isabella hubiera experimentado en el palacio. Jugó cartas con comerciantes y artesanos, escuchó historias de marineros que acababan de regresar de viajes a tierras lejanas, y se encontró riendo más de lo que había reído en semanas.
Sebastián se transformó también. Sin el peso de su título, era más relajado, más genuino. Isabella lo vio ayudar a un marinero borracho a llegar a casa, mediar en una disputa sobre una apuesta de dados, y escuchar pacientemente las quejas de una viuda sobre su arrendador problemático.
"¿Vienes aquí a menudo?" preguntó Isabella cuando finalmente tuvieron un momento a solas.
"Una o dos veces por semana," Sebastián tomó un sorbo de su bebida. "Es el único lugar donde puedo ser solo... yo."
"¿Y quién es 'solo tú'?"
Sebastián la miró, y había algo vulnerable en su expresión. "Alguien que se preocupa por la gente real, no solo por la política. Alguien que prefiere resolver problemas con conversación en lugar de decretos reales."
"¿Y por qué no puedes ser esa persona en el palacio?"
"Porque el palacio no está diseñado para personas, Isabella. Está diseñado para símbolos."
Antes de que Isabella pudiera responder, Magnus se acercó a su mesa con expresión preocupada.
"Seb, hay guardias de la ciudad afuera. Están haciendo preguntas sobre 'individuos sospechosos' en el área."
Sebastián se tensó inmediatamente. "¿Guardias de la ciudad o guardias del palacio?"
"Ciudad, por ahora. Pero si están aquí..."
"Alguien los envió," Sebastián se puso de pie. "Isabella, tenemos que irnos. Ahora."
"¿Qué está pasando?"
"Alguien sabe que no estamos en el palacio," Sebastián la ayudó a ponerse la capa. "Y si nos encuentran aquí, va a ser muy difícil explicar por qué la futura princesa está bebiendo con marineros a las cinco de la mañana."
Salieron por la puerta trasera, entrando en un laberinto de callejones que Sebastián navegó con facilidad. Isabella podía oír voces detrás de ellos, órdenes gritadas, el sonido de botas en piedra.
"¿Estamos en problemas?" preguntó, tratando de mantener el ritmo de Sebastián.
"Probablemente," respondió, pero estaba sonriendo. "¿Te importa?"
Isabella pensó en eso por un momento, escuchando el sonido de sus propias botas contra las piedras, sintiendo el viento nocturno en su cara, con el sabor de la aventura y el peligro en la boca.
"¿Sabes qué?" dijo, sorprendiéndose a sí misma. "En realidad, no."
Sebastián se echó a reír, y el sonido resonó en el callejón estrecho. "Definitivamente vas a ser mucho más interesante de lo que mi madre planeó."
Y mientras corrían a través de las calles oscuras de Eldoria, esquivando guardias y riéndose como conspiradores, Isabella se dio cuenta de que por primera vez desde que había llegado al palacio, se sentía completamente viva.