El Gran Salón de Baile del Palacio Real de Eldoria había sido transformado en algo que Isabella solo podía describir como "lo que sucede cuando los dioses deciden organizar una fiesta y tienen presupuesto ilimitado". Candelabros de cristal del tamaño de carruajes pequeños colgaban del techo abovedado, proyectando prismas de luz dorada sobre las paredes tapizadas en terciopelo púrpura. Las columnas de mármol habían sido envueltas en guirnaldas de flores exóticas que, según había escuchado murmurar a una dama de compañía, habían sido importadas desde reinos tan lejanos que sus nombres no aparecían en ningún mapa conocido.
Isabella se ajustó la máscara de plumas negras y doradas que cubría la mitad superior de su rostro, preguntándose si la tradición de las máscaras había sido inventada por algún mon