El trayecto hasta la mansión de Nicolás transcurrió en un silencio que parecía venir del más allá. Valentina, sentada en el asiento trasero del lujoso automóvil, observaba el paisaje a través de la ventanilla, pero su mente estaba en otro lugar. Repasaba una y otra vez las palabras de Nicolás, su mirada fría, su promesa de venganza. ¿Qué le esperaba en esa casa? ¿Qué tipo de vida tendría ahora, como su amante?

El coche se detuvo frente a una imponente verja de hierro forjado. Dos guardias armados la abrieron con un gesto mecánico, y el vehículo se adentró en un extenso jardín, bordeado de árboles centenarios y fuentes de mármol. Al final del camino, se alzaba la mansión: una construcción majestuosa de piedra gris, con torres almenadas y ventanas ojivales que le daban un aire sombrío y amenazante.

Valentina sintió un escalofrío recorrer su espalda. Aquel lugar parecía un mausoleo, un símbolo del poder y la riqueza de Nicolás, pero también de su soledad y su oscuridad.

La puerta principa