No era amor. Era obsesión, poder y culpa disfrazados de deseo. Él quería controlarla. Ella quería sobrevivir. Pero cuando juegas con el diablo, nadie sale ileso.
Leer másAurora
La noche olía a dinero. A ese tipo de perfume caro mezclado con humo, cuero y un toque de peligro que se te pega a la piel y no se va ni con tres duchas. Apenas crucé la entrada del club, sentí cómo las luces rojas y doradas me acariciaban la piel como si me dieran la bienvenida a otro tipo de mundo. Uno donde todo era deseo disfrazado de elegancia. El lugar estaba lleno de gente hermosa: hombres con trajes que costaban más que mi auto, mujeres envueltas en vestidos que parecían hechos para pecar. Y ahí estaba yo, con mi vestido rojo ajustado, la espalda completamente desnuda y un moño alto que dejaba mi cuello libre. Cada paso que daba hacía que el tejido se deslizara sobre mi piel como un susurro. Podía sentir las miradas, pesadas, curiosas. Algunas admiraban, otras juzgaban. Pero todas me seguían. —Por fin llegaste —dijo Valeria, extendiendo una copa de vino hacia mí. Tenía esa sonrisa de quien siempre consigue lo que quiere—. Vamos, no puedes estar aquí sin beber algo. —Sabes que no soy buena con el alcohol. —Intenté reír, aunque el sonido de la música se tragó mi voz. —Entonces hoy vas a aprender. —Guiñó un ojo y me empujó la copa entre los dedos—. Es solo vino, nada que no puedas manejar. Solo vino. Claro. El primer sorbo fue dulce, el segundo más liviano, y el tercero… ya no supe distinguir el sabor. Entre risas, chismes y el reflejo de las luces, perdí la cuenta de cuántas copas me habían servido. Cinco, tal vez seis. No lo sé. Pero el mundo empezó a moverse distinto, como si todo flotara a mi alrededor. Mi piel ardía, mis mejillas también, y la música… la música se metía por mis venas como electricidad. —Creo que necesito aire —murmuré, aunque nadie me escuchó. Me alejé del grupo y caminé hacia la pista. El suelo vibraba con el bajo, y mi cuerpo se movió antes de que yo pudiera pensarlo. Cerré los ojos. Dejé que el ritmo me arrastrara. Sentía mi sangre hervir, cada latido se sincronizaba con la canción. Me olvidé del vestido, del maquillaje, de todo. Era solo yo y la música. En algún momento choqué con algo. No, con alguien. Una pared. Una pared de músculos. El golpe me sacó el aire, y antes de que pudiera caer, unas manos fuertes me sujetaron por la cintura. Mi cuerpo, torpe y ligero por el alcohol, se apoyó en el suyo como si conociera ese refugio desde siempre. —Hey, despacio —su voz era grave, un poco ronca, y estaba demasiado cerca de mi oído. Abrí los ojos. No pude verle bien la cara. Solo una silueta alta, ancha, con el cuello de la camisa desabotonado y la mirada que se sentía incluso sin verla del todo. —Perdón… creo que me moví demasiado —balbuceé, aunque mi lengua no cooperaba. Él me sostuvo un segundo más, hasta que sintió que podía quedarme de pie. —¿Vienes sola? —preguntó, y su tono no era de curiosidad, era de control. —¿Sola? —reí sin poder evitarlo—. No, no… o sí… no sé. —Mi cabeza giró un poco y tuve que volver a apoyarme en él—. Creo que el vino me odia. —Parece que sí. —Sus labios se curvaron en algo parecido a una sonrisa. El calor de su mano en mi cintura se sentía más real que el suelo. Mi respiración se aceleró sin razón aparente. No entendía por qué, pero su presencia me anclaba al momento, como si el resto del mundo se hubiera vuelto borroso. Intenté apartarme, pero tropecé con mis propios tacones y terminé apoyándome otra vez en su pecho. Él suspiró y negó con la cabeza. —No deberías estar así —dijo, más para sí mismo que para mí. —Lo sé —murmuré, intentando mantenerme erguida—, pero ahora ya es tarde. Él dudó un segundo, luego pasó un brazo por mi espalda y me sostuvo firmemente. —Voy a llevarte a casa —anunció. —¿Qué? No… no hace falta. Mis amigas… —busqué a Valeria, pero la pista era un mar de luces y cuerpos, y ellas ya no estaban allí. —¿Dónde vives? —Su voz sonó firme, sin espacio para réplica. —No… no recuerdo —confesé, y de repente todo me pareció tan divertido que solté una risa tonta. —Perfecto. —Suspiró de nuevo y, sin más, me guió hacia la salida. El aire frío de la noche me golpeó la cara. Sentí el mundo tambalearse mientras caminábamos hacia el auto. No protesté. No tenía fuerzas ni claridad para hacerlo. Solo podía seguir el ritmo de sus pasos, el sonido de su respiración cerca de la mía y el peso de su mano que seguía sosteniéndome por la cintura. —Apóyate aquí —me dijo al abrir la puerta del copiloto. —No soy tan… tan frágil —intenté replicar, pero la risa se me escapó entre las palabras. —Claro que no —murmuró él, ayudándome a entrar al asiento. Y así, con el corazón latiéndome en los oídos y el perfume de un desconocido mezclado con mi propio sudor y vino, dejé que cerrara la puerta y rodeara el coche para tomar el volante. Ahí fue cuando todo empezó a volverse difuso otra vez. Abrí un poco la ventana pues sentía que hervía por dentro, mi corazón latía a mil por horas y entonces lo observé, era jodidamente hermoso, suspire y intenté apartar los pensamientos pecaminosos de mi cabeza, el calor me invadía, entonces me crucé de piernas intentado aliviar lo que sea que me Estuviera pasando allí abajo. La sensación era extraña, desconocida, jamás me había sentido así. —Todo en orden- Maldita voz sexy, no sabía siquiera que responder. —Hace mucho calor- No sabía a este punto que latía más, ni corazón o mi entrepierna. —El aire está encendido, si subes la ventanilla te sentirás mejor- Lo hice, pero estaba apunto de dejarme llevar por esa sensación que me tenía descontrolada. Entonces actúe, subí la ventanilla y me desabroche el vestido, elevé mis caderas y me lo saqué, entonces el detuvo el auto. Como toda una gimnasta me trepé en su entrepierna y dejé que el alcohol me manejara y entonces sucedió, por primera vez me entregué a un desconocido, jodidamente sexy.Los días siguientes pasaron volando. El miércoles y el jueves fueron un respiro, como si el universo por fin me diera una tregua. No vi a Máximo La Torre ni una sola vez en todo el edificio, y por lo que escuché en el pasillo, había tenido que viajar a Roma por asuntos de la empresa. No lo voy a negar: me sentí aliviada. Por primera vez desde que trabajo ahí, pude concentrarme sin sentir esa presencia arrogante rondando mi oficina. Mis días transcurrieron entre planos, informes y café frío. Las luces blancas del estudio me mantenían despierta y la música instrumental llenaba los silencios. Todo en orden. Tranquilo. Casi… normal. Pero llegó el viernes. Y desde que abrí los ojos, supe que no iba a ser un día cualquiera. Me levanté temprano, tomé una ducha larga y dejé que el agua tibia me despejara. Al salir, abrí el armario y mis manos fueron directo al vestido negro. Era sencillo, elegante, con un corte justo que delineaba mi figura sin exagerar. Lo combiné con tacones finos y
El día parecía fluir con calma.Después de todo lo ocurrido, me prometí mantener la mente fría. La oficina estaba silenciosa, apenas interrumpida por el sonido constante de las impresoras y el tecleo de los diseñadores. El aroma a café recién hecho llenaba el ambiente, y las grandes ventanas dejaban pasar una luz suave que iluminaba mi escritorio repleto de planos, marcadores y maquetas.Me había vestido con un jeans negro ajustado, un top del mismo tono, tacones de punta y una cartera al juego. Todo en mí gritaba control, incluso cuando por dentro una parte de mí seguía irritada por lo ocurrido el día anterior.A media mañana logré terminar los ajustes del proyecto: los planos de la fachada norte y el diseño de las estructuras metálicas del último piso. Pasé más de dos horas concentrada, cuidando cada línea y cada proporción. Era mi manera de olvidar.A las doce en punto, llamé a María.—¿Almorzamos juntas? —le dije, mientras cerraba la carpeta principal.—Por supuesto, necesito desp
Cerré la puerta de la sala de juntas con tanta fuerza que el golpe resonó en todo el pasillo.No me importó.Cada paso de regreso a mi oficina fue una declaración de furia contenida. Los empleados se apartaban al verme pasar, algunos fingían estar ocupados, otros ni siquiera se atrevían a levantar la vista.Máximo La Torre.Arrogante, soberbio, insufrible.Cada palabra suya seguía rebotando en mi cabeza como un eco que no podía apagar.Cuando llegué a mi oficina, arrojé la carpeta sobre el escritorio. Los planos se desordenaron, pero no me importó. Abrí el cajón con brusquedad, saqué mi bolso y empecé a guardar todo con movimientos rápidos. Tenía la mandíbula apretada, los labios tensos, el corazón latiendo con fuerza.—Respira, Aurora… —me murmuré a mí misma.Aun así, no podía hacerlo.Sentía la rabia vibrando bajo mi piel, como una corriente eléctrica difícil de controlar.Me levanté y salí rumbo a la pequeña cocina ejecutiva del piso, donde había un dispensador de agua y una cafete
El reloj marcaba las dos en punto cuando entré en la sala de conferencias principal, ubicada en el último piso del edificio.El espacio era amplio, con paredes de cristal que ofrecían una vista perfecta del horizonte milanés. La luz natural entraba a raudales, iluminando la larga mesa ovalada de madera oscura rodeada por sillas tapizadas en cuero negro. En el extremo, una pantalla mostraba el título del proyecto: “Torres Vanguardia: Reestructuración y Diseño Integral”.Los directivos iban llegando uno a uno, vestidos con trajes impecables, perfumados, con carpetas en la mano y gestos de superioridad. Todo en ese lugar olía a dinero, poder y competencia.Yo estaba lista. Mis planos estaban revisados, mis cálculos corregidos, y mi presentación ordenada con precisión quirúrgica.Máximo La Torre entró pocos minutos después. Llevaba un traje gris oscuro, camisa blanca y corbata delgada. Su porte era tan imponente que incluso el silencio pareció acomodarse a su paso. Saludó a todos con un a
El amanecer apenas despuntaba cuando salí de casa. El cielo de Milán tenía ese tono grisáceo que precede al caos de la ciudad, y el aire fresco me despejó la mente más que el café que sostenía entre los dedos. No tenía planeado llegar tan temprano a la oficina, pero necesitaba adelantar los planos del nuevo proyecto antes de la reunión de la tarde. Y, sobre todo, quería evitar encontrarme con él. Vestía unos jeans oscuros de corte recto, un top negro de cuello alto y tacones de punta que resonaban con fuerza contra el mármol del edificio. El cabello lo llevaba suelto, cayendo como una cortina brillante sobre mis hombros. La cartera negra a juego completaba el conjunto, sobrio y elegante, lo justo para que nadie pudiera decirme que no sabía cómo comportarme. El ascensor me llevó al piso dieciocho, donde el aire olía a tinta, papel y café recién hecho. Los pasillos eran amplios, con paredes de cristal y una vista imponente de la ciudad. A esa hora, solo se escuchaba el zumbido de la
El aire en el comedor era pesado, casi eléctrico. Aún podía escuchar el eco de las palabras de Adrián en mi cabeza, repitiéndose como una advertencia que no sabía cómo interpretar.No todo lo que parece poder, lo es.Cuando nos quedamos a solas, lo miré con atención. Su semblante seguía tenso, como si estuviera pensando en algo que no quería decirme.—Adrián… —murmuré, jugando con el borde de mi copa—. ¿Por qué tú y Máximo se odian tanto?Mi hermano levantó la mirada con lentitud. Había un brillo incómodo en sus ojos, una mezcla de nostalgia y rencor.—No es odio —dijo al fin, aunque su voz sonó demasiado áspera para parecer sincera—. Es historia.Esperé en silencio. Adrián respiró hondo, y el músculo de su mandíbula volvió a marcarse.—Estudiamos juntos en la universidad —continuó—. Máximo era el capitán del equipo de fútbol americano, el tipo que todos admiraban y odiaban al mismo tiempo. Tenía ese carisma arrogante que atraía a las personas y las hacía girar a su alrededor. Además,
Último capítulo