Mundo ficciónIniciar sesiónTres años atrás, Aurora Kazra y Máximo la Torre compartieron algo que ninguno de los dos ha podido definir… ni recordar del todo. Una noche que cambió sus vidas quedó enterrada bajo el silencio, el orgullo y un misterio que ambos prefirieron ignorar. Ahora, el destino los reúne nuevamente en Milán, en el mismo edificio, en mundos que parecen paralelos pero inevitablemente destinados a colisionar. Él, un hombre frío, poderoso y enigmático, con un pasado que oculta más cicatrices que tatuajes. Ella, una mujer que aprendió a ocultar su fragilidad tras una fachada perfecta, sin imaginar que ese rostro arrogante que la irrita cada día guarda la llave de los recuerdos que su mente bloqueó. Entre miradas que arden y palabras que hieren, Aurora y Máximo descubrirán que el olvido no borra el fuego, solo lo mantiene dormido… hasta que alguien decide encenderlo otra vez.
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La noche olía a dinero. A ese tipo de perfume caro mezclado con humo, cuero y un toque de peligro que se te pega a la piel y no se va ni con tres duchas. Apenas crucé la entrada del club, sentí cómo las luces rojas y doradas me acariciaban la piel como si me dieran la bienvenida a otro tipo de mundo. Uno donde todo era deseo disfrazado de elegancia. El lugar estaba lleno de gente hermosa: hombres con trajes que costaban más que mi auto, mujeres envueltas en vestidos que parecían hechos para pecar. Y ahí estaba yo, con mi vestido rojo ajustado, la espalda completamente desnuda y un moño alto que dejaba mi cuello libre. Cada paso que daba hacía que el tejido se deslizara sobre mi piel como un susurro. Podía sentir las miradas, pesadas, curiosas. Algunas admiraban, otras juzgaban. Pero todas me seguían. —Por fin llegaste —dijo Valeria, extendiendo una copa de vino hacia mí. Tenía esa sonrisa de quien siempre consigue lo que quiere—. Vamos, no puedes estar aquí sin beber algo. —Sabes que no soy buena con el alcohol. —Intenté reír, aunque el sonido de la música se tragó mi voz. —Entonces hoy vas a aprender. —Guiñó un ojo y me empujó la copa entre los dedos—. Es solo vino, nada que no puedas manejar. Solo vino. Claro. El primer sorbo fue dulce, el segundo más liviano, y el tercero… ya no supe distinguir el sabor. Entre risas, chismes y el reflejo de las luces, perdí la cuenta de cuántas copas me habían servido. Cinco, tal vez seis. No lo sé. Pero el mundo empezó a moverse distinto, como si todo flotara a mi alrededor. Mi piel ardía, mis mejillas también, y la música… la música se metía por mis venas como electricidad. —Creo que necesito aire —murmuré, aunque nadie me escuchó. Me alejé del grupo y caminé hacia la pista. El suelo vibraba con el bajo, y mi cuerpo se movió antes de que yo pudiera pensarlo. Cerré los ojos. Dejé que el ritmo me arrastrara. Sentía mi sangre hervir, cada latido se sincronizaba con la canción. Me olvidé del vestido, del maquillaje, de todo. Era solo yo y la música. En algún momento choqué con algo. No, con alguien. Una pared. Una pared de músculos. El golpe me sacó el aire, y antes de que pudiera caer, unas manos fuertes me sujetaron por la cintura. Mi cuerpo, torpe y ligero por el alcohol, se apoyó en el suyo como si conociera ese refugio desde siempre. —Hey, despacio —su voz era grave, un poco ronca, y estaba demasiado cerca de mi oído. Abrí los ojos. No pude verle bien la cara. Solo una silueta alta, ancha, con el cuello de la camisa desabotonado y la mirada que se sentía incluso sin verla del todo. —Perdón… creo que me moví demasiado —balbuceé, aunque mi lengua no cooperaba. Él me sostuvo un segundo más, hasta que sintió que podía quedarme de pie. —¿Vienes sola? —preguntó, y su tono no era de curiosidad, era de control. —¿Sola? —reí sin poder evitarlo—. No, no… o sí… no sé. —Mi cabeza giró un poco y tuve que volver a apoyarme en él—. Creo que el vino me odia. —Parece que sí. —Sus labios se curvaron en algo parecido a una sonrisa. El calor de su mano en mi cintura se sentía más real que el suelo. Mi respiración se aceleró sin razón aparente. No entendía por qué, pero su presencia me anclaba al momento, como si el resto del mundo se hubiera vuelto borroso. Intenté apartarme, pero tropecé con mis propios tacones y terminé apoyándome otra vez en su pecho. Él suspiró y negó con la cabeza. —No deberías estar así —dijo, más para sí mismo que para mí. —Lo sé —murmuré, intentando mantenerme erguida—, pero ahora ya es tarde. Él dudó un segundo, luego pasó un brazo por mi espalda y me sostuvo firmemente. —Voy a llevarte a casa —anunció. —¿Qué? No… no hace falta. Mis amigas… —busqué a Valeria, pero la pista era un mar de luces y cuerpos, y ellas ya no estaban allí. —¿Dónde vives? —Su voz sonó firme, sin espacio para réplica. —No… no recuerdo —confesé, y de repente todo me pareció tan divertido que solté una risa tonta. —Perfecto. —Suspiró de nuevo y, sin más, me guió hacia la salida. El aire frío de la noche me golpeó la cara. Sentí el mundo tambalearse mientras caminábamos hacia el auto. No protesté. No tenía fuerzas ni claridad para hacerlo. Solo podía seguir el ritmo de sus pasos, el sonido de su respiración cerca de la mía y el peso de su mano que seguía sosteniéndome por la cintura. —Apóyate aquí —me dijo al abrir la puerta del copiloto. —No soy tan… tan frágil —intenté replicar, pero la risa se me escapó entre las palabras. —Claro que no —murmuró él, ayudándome a entrar al asiento. Y así, con el corazón latiéndome en los oídos y el perfume de un desconocido mezclado con mi propio sudor y vino, dejé que cerrara la puerta y rodeara el coche para tomar el volante. Ahí fue cuando todo empezó a volverse difuso otra vez. Abrí un poco la ventana pues sentía que hervía por dentro, mi corazón latía a mil por horas y entonces lo observé, era jodidamente hermoso, suspire y intenté apartar los pensamientos pecaminosos de mi cabeza, el calor me invadía, entonces me crucé de piernas intentado aliviar lo que sea que me Estuviera pasando allí abajo. La sensación era extraña, desconocida, jamás me había sentido así. —Todo en orden- Maldita voz sexy, no sabía siquiera que responder. —Hace mucho calor- No sabía a este punto que latía más, ni corazón o mi entrepierna. —El aire está encendido, si subes la ventanilla te sentirás mejor- Lo hice, pero estaba apunto de dejarme llevar por esa sensación que me tenía descontrolada. Entonces actúe, subí la ventanilla y me desabroche el vestido, elevé mis caderas y me lo saqué, entonces el detuvo el auto. Como toda una gimnasta me trepé en su entrepierna y dejé que el alcohol me manejara y entonces sucedió, por primera vez me entregué a un desconocido, jodidamente sexy.Mi vestido desapareció el en desespero de sus labios contra los míos. Desabroche su pantalón y en cuestión de segundos quizás, estábamos desnudos sintiéndonos. Máximo beso mi cuello y cada caricia me hacía sentirme menos apenada, menos nerviosa por lo que iba a suceder. Máximo se alejó unos centímetros y sacó de la mesa de noche condones. Lo llevó a su boca y rompió el empaque, se lo colocó y en ese mismo instante me sentí aún más nerviosa, sus labios volvieron de inmediato al mío y sus manos guiaron mis caderas, me alzo un poco y entonces sucedió. Mis uñas se enterraron en su espalda expuesta, reprimí la sensación tan horrenda que sentí, cerré los ojos con tantas fuerzas que me dolió. —Estás demasiado estrecha— Susurró en oreja, mientras movía sus caderas lentamente. Mordí mis labios y respiré por la boca, no recordaba aquella vez, menos como se sentía, no fue si fue igual o peor pero lo cierto era que la sensación de ardor y dolor no era para nada cómoda. Máximo sin detenerse se
El trayecto de regreso al chalet fue silencioso.El motor del auto rugía suavemente mientras la carretera se abría frente a nosotros, envuelta en esa calma que solo tiene la noche.Yo mantenía la vista fija en las luces lejanas, pero mi mente no dejaba de reproducir cada palabra de la cena, cada mirada que había cruzado con él.Cuando llegamos, el aire fresco del lugar me recibió como un suspiro.Empujé la puerta del chalet y lo primero que hice fue quitarme los tacones. Mis pies agradecieron el contacto con el suelo frío, como si necesitara sentir algo real después de tantas horas de contención.El silencio era absoluto, roto solo por el leve murmullo del viento afuera. Caminé hacia la cocina, abrí el refrigerador y tomé una botella de agua. Bebí un sorbo largo, intentando calmar el temblor leve que todavía tenía en las manos.Empecé a subir las escaleras lentamente, sosteniendo la botella con una mano y el vestido con la otra. La seda roja rozaba mis piernas en cada paso, recordándo
Frente al espejo, abrí el armario sin saber exactamente qué buscaba, hasta que mis dedos rozaron la seda roja.El vestido caía como una cascada sobre mis manos. Era atrevido, sí, pero también poderoso. Tenía algo de peligro, algo que parecía gritar que no era una mujer que se escondía.Decidí que esa sería mi armadura.Me duché lentamente, dejando que el agua caliente borrara los nervios y el peso del día. Me perfumé con una fragancia sutil —ámbar y vainilla—, recogí mi cabello en un moño bajo con mechones sueltos y me maquillé con precisión. Labios rojos, mirada definida.Cuando terminé, el reflejo que me observó desde el espejo no era el de una mujer asustada, sino el de alguien que sabía perfectamente lo que hacía.El sonido de un golpe suave en la puerta me hizo girar.—¿Lista? —la voz de Máximo se filtró, grave, segura.Abrí, y sus ojos se detuvieron en mí. No dijo nada al principio. Solo me miró, y ese silencio fue más elocuente que cualquier palabra.—No pensé que el rojo fuera
Su aliento, su voz, su cuerpo… todo era tan real que me costaba respirar.Sentía su mano en mi cuello, el peso de su mirada sobre mí, la cama hundiéndose bajo nuestros cuerpos. Estaba ahí, conmigo, tan cerca que podía oler su perfume mezclado con mi respiración entrecortada.Su boca rozó la mía una vez más y, justo cuando iba a ceder, escuché mi nombre.—Aurora.Otra vez, más insistente.—Aurora, despierta.Parpadeé. Todo se desvaneció de golpe.La oscuridad, el calor, sus manos. Todo se borró como una sombra que se rompe con la luz.Abrí los ojos confundida, el corazón desbocado, la piel aún ardiendo. Frente a mí, la voz que me llamaba se volvió real.Máximo.Estaba inclinado sobre mí, con una expresión entre seria y curiosa.—Ya aterrizamos —dijo con esa calma suya que me desarmaba—. Estás un poco colorada, ¿te sientes bien?Tardé un segundo en reaccionar. Miré a mi alrededor. el sonido del cinturón de seguridad liberándose, la voz del capitán hablando. Estábamos en el avión aún.
Salí del baño envuelta en el vapor, con el cabello húmedo pegándose a mi cuello. Me puse una sudadera ancha y un top blanco, lo suficientemente cómodos para dormir, pero no tanto como para sentirme desprotegida. No era por miedo… era por precaución. Con Máximo bajo el mismo techo, cualquier descuido podía volverse un error. Tomé el vaso de la mesa y caminé hacia la cocina. El silencio era tan profundo que podía escuchar el roce de mis pasos contra el piso. Apenas encendí una lámpara tenue, el reflejo en el ventanal me devolvió una imagen que no esperaba. Máximo estaba allí. De espaldas, en sudadera, sin camisa. Las gotas de agua caían lentamente desde su cabello hasta perderse entre los músculos marcados de su espalda. Los tatuajes parecían moverse con cada respiración suya, y la visión fue tan repentina que olvidé cómo se respiraba. Tragué aire, fingiendo indiferencia, y llené el vaso. El sonido del agua quebró el silencio. —Ya deberías estar dormida —dijo sin voltearse, con esa
Cuando llegué, la casa estaba en silencio. Solo se escuchaban los cubiertos y el murmullo del televisor encendido en el fondo. Adrián no estaba; recordé que se había ido con su novia a otra ciudad, así que la escena familiar se reducía a mis padres, tranquilos como si todo estuviera bajo control.—Aurora —dijo mi madre apenas me vio entrar—, justo hablábamos de ti.—¿De mí? —pregunté, dejando la cartera sobre el sofá.—Sí —intervino mi padre, sin levantar mucho la vista del periódico—. Giovanni llamó. Dijo que mañana viajas con Máximo a Turquía.Me quedé quieta. Un segundo de silencio incómodo se formó antes de que mi madre sonriera como si me diera una gran noticia.—Qué buena oportunidad, hija. Antalya es preciosa, y dicen que el proyecto es enorme. Vas a aprender muchísimo.Asentí, intentando parecer tranquila.—Sí, eso parece.—Y además —continuó ella, ignorando mi tono—, te servirá para conocer mejor a Máximo. Es joven, talentoso… y no tan grosero como aparenta. A veces las perso
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