El amanecer apenas despuntaba cuando salí de casa. El cielo de Milán tenía ese tono grisáceo que precede al caos de la ciudad, y el aire fresco me despejó la mente más que el café que sostenía entre los dedos.
No tenía planeado llegar tan temprano a la oficina, pero necesitaba adelantar los planos del nuevo proyecto antes de la reunión de la tarde. Y, sobre todo, quería evitar encontrarme con él. Vestía unos jeans oscuros de corte recto, un top negro de cuello alto y tacones de punta que resonaban con fuerza contra el mármol del edificio. El cabello lo llevaba suelto, cayendo como una cortina brillante sobre mis hombros. La cartera negra a juego completaba el conjunto, sobrio y elegante, lo justo para que nadie pudiera decirme que no sabía cómo comportarme. El ascensor me llevó al piso dieciocho, donde el aire olía a tinta, papel y café recién hecho. Los pasillos eran amplios, con paredes de cristal y una vista imponente de la ciudad. A esa hora, solo se escuchaba el zumbido de las impresoras y el tecleo lejano de algún empleado demasiado comprometido con su trabajo. Encendí mi computador, extendí los planos sobre la mesa y me concentré. Era un diseño exigente: una fachada de líneas limpias, combinando hormigón y cristal con una estructura minimalista. Cada detalle debía reflejar perfección. Cada trazo, una declaración de profesionalismo. Estaba midiendo proporciones cuando escuché la voz que menos quería oír a esas horas. —¿Trabajando tan temprano, Kazra? —la voz grave, ligeramente burlona, resonó a mis espaldas. Levanté la vista con calma, girando apenas lo suficiente para encontrarme con Máximo apoyado contra el marco de la puerta. Traje oscuro, corbata aflojada, las mangas de la camisa remangadas hasta los antebrazos. Todo en él gritaba arrogancia controlada. —Alguien tiene que hacerlo —respondí sin levantar del todo la mirada—. No todos pueden llegar tarde y fingir que el trabajo se hace solo. Una sonrisa ladeada curvó sus labios. —No sabía que eras tan devota al trabajo. Creí que solo estabas aquí para impresionar a tu hermano. —Y yo creí que estabas demasiado ocupado jugando al jefe como para venir a molestarme. —Me crucé de brazos. Él avanzó un par de pasos, y el aire pareció comprimirse entre nosotros. —Molestarte sería perder el tiempo. Prefiero observar cómo te esfuerzas por demostrar que puedes con esto. —¿Con esto? —arqueé una ceja—. ¿El proyecto o tu ego? Su sonrisa se amplió apenas. —Ambos parecen necesitar estructura. Solté un suspiro, recogí los planos con gesto firme y los coloqué sobre la mesa de conferencias. —Si vas a decir algo útil, adelante. Si no, tengo trabajo que hacer. Máximo me observó unos segundos, en silencio, con esa mirada calculadora que parecía medir hasta la forma en que respiraba. Luego se inclinó sobre los planos. —No está mal —admitió—. Aunque el ángulo de esta fachada… —señaló con su bolígrafo un punto exacto—, si lo dejas así, perderás luz natural por el lado oeste. —Ya lo sé. —Mi respuesta fue inmediata, cortante. —Entonces corrígelo. —Lo haré cuando lo considere necesario. El silencio se estiró. El único sonido fue el golpeteo leve de sus dedos sobre la mesa. Finalmente, se irguió. —Eres testaruda, Kazra —Y tú insoportable. —Perfecta combinación para trabajar juntos, ¿no crees? —dijo antes de darse media vuelta y salir de la oficina sin esperar respuesta. Cerré los ojos unos segundos, intentando no maldecir en voz alta. Lo peor era que su observación sobre la luz tenía sentido, y eso me irritaba todavía más. El resto de la mañana transcurrió entre llamadas, cálculos y correcciones. Cada tanto, escuchaba su voz en la oficina contigua, dando órdenes con ese tono autoritario que parecía dominarlo todo. Cada palabra suya resonaba con una mezcla de mando y provocación. A mediodía, mientras revisaba los renders en la pantalla, una notificación apareció: “Reunión a las 2:00 p.m. — Sala 3. Presentación conjunta: Kazra / La Torre.” Perfecto. El universo no parecía querer darme descanso. Tomé aire y cerré el computador. Iba a ser una larga tarde.