Tres años más tarde………..
El sonido de los tacones sobre el mármol blanco resonaba por todo el pasillo, un eco que acompañaba mis pensamientos dispersos. Habían pasado tres años desde que regresé a Turquía. Tres años desde que prometí no volver a dejarme arrastrar por la imprudencia. Y, aun así, ahí estaba de nuevo, en Milán, intentando retomar una vida que parecía pertenecerle a otra persona. El aroma a flores frescas invadía el aire; la ama de llaves debía haber cambiado los arreglos del vestíbulo esa mañana. En casa todo seguía funcionando como un reloj perfecto: el chef preparando el almuerzo, los empleados limpiando en silencio, mamá siempre supervisando cada detalle con esa elegancia impecable que parecía heredada de otra época. Yo me había levantado temprano para repasar algunos planos; el proyecto en el que estaba trabajando con la universidad de arquitectura me tenía sumida en cálculos y maquetas. No había tenido tiempo ni de pensar en otra cosa. Hasta que sonó el mensaje de mamá: “Reunión familiar. 12:30. No faltes.” Eso nunca era una buena señal. Cuando bajé al comedor, ya estaban todos. Papá, sentado al extremo de la mesa, hojeaba unos documentos con su expresión seria y calculadora. Adrián, mi hermano, jugaba distraído con su copa de agua, claramente molesto por algo. Mamá, en cambio, sonreía con una serenidad sospechosa. —Buenos días —saludé, tomando asiento frente a ella. —Aurora, cariño, llegas justo a tiempo —dijo mamá, con esa voz dulce que usaba cuando estaba a punto de lanzar una bomba. —¿Qué ocurre? —pregunté, mientras el chef servía el almuerzo. Papá levantó la vista por encima de los lentes. —Una fusión —anunció, como si eso lo explicara todo. —¿Una qué? —Una fusión empresarial, hija —intervino mamá—. La constructora Kazra Design se unirá con el grupo La Torre. Casi me atraganto con el agua. —¿La Torre? —repetí, mirándolos a todos. Adrián soltó una risa irónica. —Sí, justo esos. El diablo en persona y su familia. —Adrián —le reprendió mamá con un suspiro—. No empieces. —¿Y qué se supone que hago? ¿Aplaudir? Sabes perfectamente que no me llevo con él. —Tendrás que hacerlo —dijo papá con voz firme—. Este acuerdo no es negociable. Yo observaba el intercambio sin comprender del todo. La Torre… El apellido me sonaba, pero no podía recordar de dónde. —¿Y yo qué tengo que ver con todo eso? —pregunté finalmente. Mamá sonrió, esa sonrisa que siempre precedía a una decisión tomada sin consultarme. —Tú vas a encargarte del diseño arquitectónico de los nuevos proyectos conjuntos. Serás el enlace directo entre ambas compañías. Me quedé inmóvil unos segundos. —¿Yo? ¿Por qué yo? —Porque eres la mejor —respondió mamá, con un toque de orgullo que no suavizó la presión en mi pecho—. Y porque necesitas involucrarte en los negocios familiares, cariño. Adrián dejó caer el tenedor con fuerza sobre el plato. —Perfecto. Así que además de soportar su prepotencia, ahora tengo que ver cómo mi hermana trabaja con él. —Controla tu tono —ordenó papá sin levantar la voz, pero bastó para que el ambiente se congelara. Mamá intervino rápido, como siempre que sentía que la tensión podía arruinar su almuerzo. —Hablé personalmente con Caterina La Torre, la madre de Máximo. Hemos decidido que será una alianza beneficiosa para ambas familias. El nombre cayó como un trueno en mi mente. Máximo. No reaccioné. Ni siquiera parpadeé. Era como si la palabra me hubiera atravesado sin tocarme realmente. No sabía por qué ese nombre me parecía familiar, como un eco borroso. Tal vez lo había escuchado en alguna reunión hace años. O quizás era solo mi imaginación. —Aurora —dijo mamá suavemente—, él será tu contacto directo en el proyecto. —¿Él? —pregunté, tratando de sonar casual. —Sí, Máximo La Torre. Es el director del área estructural y financiero de la empresa. Un hombre joven, brillante… aunque algo complicado, según dicen. “Complicado”. Esa palabra se quedó girando en mi cabeza. Adrián bufó. —Brillante, sí. También arrogante, manipulador y un completo idiota. —Adrián, por favor —dijo mamá, exasperada. —No sé por qué te empeñas en pensar que esa familia puede traer algo bueno. —Porque los negocios no se mezclan con las emociones —sentenció papá, dejando los papeles sobre la mesa—. Y porque esta unión nos abrirá puertas que llevamos años esperando. Yo bajé la mirada. A veces olvidaba que, en mi familia, las decisiones se tomaban con la cabeza, no con el corazón. —Entonces… —dije despacio— ¿cuándo empiezo? Mamá sonrió, satisfecha. —El lunes. Tienen una reunión de presentación a las nueve de la mañana en las oficinas de La Torre Group. Suspiré. No había escapatoria. Después del almuerzo me refugié en mi habitación. El enorme ventanal dejaba pasar la luz dorada de la tarde, iluminando el escritorio donde estaban mis planos y maquetas. Me quedé mirándolos sin verlos realmente. Tres años construyendo una versión nueva de mí. Tres años estudiando, creciendo, evitando mirar atrás. Y ahora… un solo apellido parecía amenazar con desordenarlo todo. El resto del día transcurrió entre llamadas, correos y la voz de mamá recordándome qué debía llevar, cómo debía presentarme. Todo tenía que ser perfecto. En esta casa, la perfección no era una opción, era una obligación. A la hora del té, bajé a la terraza. Adrián estaba allí, con una copa de vino en la mano, mirando el jardín. —No te lo tomes tan a pecho —le dije, intentando aliviar la tensión. —No es eso, Aurora —respondió, sin apartar la vista—. Es que no me fío de esa gente. —A veces hay que hacer cosas que no nos gustan. —Tú no sabes lo que él es capaz de hacer —murmuró, girándose hacia mí. —¿Lo conoces tanto? —pregunté con una ceja alzada. Él vaciló un instante. —Demasiado. Me quedé callada. No supe qué decir. Había una sombra en su mirada que preferí no indagar. Cuando subí de nuevo a mi habitación, el cielo de Milán se había vuelto gris, como presagio. Me quedé frente al espejo, con el cabello suelto cayendo sobre mis hombros, observando a la mujer que había aprendido a ocultar el temblor bajo la calma.