Mundo ficciónIniciar sesiónValeria Brévenor, heredera de un imperio del vino, vive atrapada entre las expectativas de su familia y su propio corazón. Su mundo gira en torno a la tradición, el prestigio y un futuro ya planeado… hasta que conoce a Elías, un enólogo talentoso y misterioso que llega para trabajar en sus viñedos. Lo que ella ignora es que Elías guarda un secreto que podría destruir no solo su familia, sino también el frágil amor que comienza a nacer entre ellos. Porque él no vino por casualidad: vino por venganza. En un mundo de apariencias, secretos a voces y pasiones que no entienden de apellidos, Valeria y Elías deberán enfrentarse a la verdad… aunque eso signifique perderlo todo. Amor Prohibido en los Viñedos: donde el rencor y el deseo se mezclan como un vino que, una vez descorchado, ya no puede guardarse. En los viñedos de Brévena, donde la tierra guarda más secretos que los hombres, una heredera descubrirá que el vino no es lo único que se roba… también la verdad. Valeria Brévenor tiene un apellido que pesa más que el amor. Forzada a un matrimonio por una deuda que no comprende, huye del control de su padre y acepta asesorar un viñedo lejano. Allí conoce a Elías, un enólogo enigmático con una mirada que parece conocerla desde antes. Pero tras su silencio se oculta algo más: una venganza fermentando desde generaciones atrás. Entre copas, mentiras y pasiones prohibidas, ambos se convertirán en el secreto más peligroso de Brévena. Porque cuando el pasado resurja del barro y el vino se tiña de verdad, el amor será la mentira más difícil de sostener. En Brévena, cada cosecha tiene un precio… y algunos amores, también.
Leer másEl Brévenor Gran Añada respiraba en la copa, sus notas a ciruela y tabaco elevándose como el incienso en un altar. Pero para Valeria Brévenor, cada sorbo sabía a cenizas. A sus veinticuatro años, con una maestría en enología y un paladar que podía diseccionar un vino hasta su añada exacta, siempre había creído que su valor residía en su intelecto. Esta noche, entendió que para su padre solo era un activo más en el balance.
Ricardo Auravel dejó su copa sobre el mantel de hilo con un clic calculado. No era un sonido, era una declaración de guerra.
—Esteban, el acuerdo entre nosotros no puede esperar más. La unión de nuestras casas. Mauricio y Valeria. Es hora de cumplir lo pactado.El silencio se instaló, pesado y frío. Valeria buscó la mirada de su padre, el hombre que le enseñó que la tierra no miente, pero él contemplaba su copa como si el peso de su imperio estuviera en esas profundidades rubí. Esa evitación, tan poco característica en él, le heló la sangre más que cualquier negativa.
—Un Brévenor honra su palabra, Ricardo. Es el pilar de todo lo construido —declaró Esteban, y su tono no era de orgullo, sino de una fatiga ancestral. Era la voz de un hombre cediendo, y eso era lo más aterrador.
Valeria no pudo contenerse.
—¿Palabra? ¿Pacto? —intervino, su voz clara cortando la tensión como un cuchillo—. Se necesitan dos partes para un pacto, padre. Y a mí nadie me consultó.Todos los ojos se volvieron hacia ella. Los de Ricardo, fríos y evaluadores. Los de su padre, cargados de una advertencia silenciosa. Los de Mauricio, llenos de un pánico comprensivo.
—Valeria, esto no es asunto de niños —dijo Ricardo con una sonrisa delgada como una navaja—. Son alianzas que trascienden caprichos personales. Es el futuro de dos imperios.
—Mi vida no es un capricho, don Ricardo. Es mi único patrimonio. Y no la negociaré sin saber qué deuda es tan colossal que mi futuro es la moneda de cambio.
—Valeria —la voz de Esteban fue un latigazo—. Basta.
—No, no basta —replicó ella, clavando los ojos en su padre—. Si es una deuda de honor, como insinúas, entonces dilo. ¿Qué honor se compra con la infelicidad de tu propia hija?
Mauricio, pálido, encontró por fin su voz.
—Padre, tal vez… tal vez haya otra forma… —murmuró.—Cállate, Mauricio —lo cortó Ricardo sin siquiera mirarlo—. Los hombres honramos nuestros compromisos. Las mujeres inteligentes entienden su lugar en ellos.
La furia le ardía en el pecho a Valeria, pero fue la mano de Mauricio, buscando la suya bajo la mesa en un gesto furtivo de apoyo, lo que le dio fuerza. Ese pequeño gesto, un pacto de prisioneros, le recordó que no estaba sola en esta jaula de oro.
—Mi lugar —dijo Valeria, poniéndose de pie con una calma que no sentía— no lo define un acuerdo del que no fui parte. Si este es el futuro que me espera, entonces el legado Brévenor huele a podrido.
Antes de que su padre pudiera responder, giró sobre sus tacones y abandonó el comedor, sintiendo las miradas clavadas en su espalda.
Minutos después, en el estudio de su padre, la confrontación era inevitable. Esteban estaba junto a la chimenea, su espalda rígida.
—Has faltado al respeto a nuestra casa —dijo, sin volverse.
—Tú me has faltado a mí primero —respondió Valeria, cerrando la puerta—. Vendiéndome. Dime, ¿qué le debes a Ricardo Auravel que es más grande que tu propia hija? ¿Qué tiene sobre ti para que cedas así? Porque no eres un hombre que ceda, padre. Eso es lo que me aterra.
Esteban se volvió lentamente. En sus ojos no había ira, sino algo peor: una resignación profunda.
—Hay sombras en el pasado, Valeria. Cosas que es mejor no remover. Tu matrimonio con Mauricio enterrará esas sombras para siempre. Es la única manera.
—¿Protegerme? ¡Estás canjeándome!
—¡Te estoy salvando! —rugó él, y por un segundo, la máscara del patriarca se quebró, mostrando el rostro de un hombre acorralado—. ¡Salvando este nombre que llevas! Auravel no es solo un socio, es… —Se interrumpió, conteniendo la marea de palabras. Esa vacilación, en un hombre que siempre era firme, fue la confirmación de que Ricardo tenía un poder inmenso sobre él.
—¿Es qué? —insistió Valeria, acercándose—. Dímelo.
—Es suficiente —cortó Esteban, recuperando su compostura—. Basta con que sepas que no hay otra opción.
—A veces, hija mía —declaró, con una quietud aterradora—, un apellido vale más que la felicidad. Aprende esto, y no solo sobrevivirás… reinarás.
Valeria lo miró, y ya no vio a su padre. Vio al Patriarca. Y supo, con una certeza que le heló el alma, que para ganar su libertad, no solo tendría que desobedecerlo. Tendría que destronarlo.
—Está bien —susurró, bajando la cabeza en una sumisión falsa que le sabía a traición—. Entendido.
Y en ese momento, la heredera obedientemurió, y nació la estratega.❖ ✦ 🍷 ✦ ❖
Valeria cerró la puerta de su suite con tanta fuerza que el retrato de su bisabuela en la pared osciló. El crujido de la madera fue un eco satisfactorio de la rabia que le hervía en las venas. "Reinarás". La palabra le resonaba en el cráneo como un mal presagio. ¿Reinar sobre qué? ¿Sobre las ruinas de su propia vida? ¿Sobre un imperio construido con secretos y deudas que ni siquiera conocía?
Se dejó caer en el sillón junto a la ventana, abrazando las rodillas contra el pecho. La fachada de valentía se desmoronaba, dejando al descubierto el frío de la desolación. En la penumbra, el brillo de su teléfono sobre la mesilla de noche captó su atención. Una notificación. Era un mensaje de Mauricio.
Mauricio: Val, lo siento. Lo siento mucho. Mi padre... es implacable. Esteban... nunca lo había visto así. ¿Estás bien?
Era el clásico Mauricio. Preocupado por ella incluso cuando su propio futuro también estaba siendo secuestrado. Un suspiro escapó de sus labios, una mezcla de agradecimiento y exasperación. Él siempre había sido su puerto seguro, el único que entendía la presión de nacer con un apellido que pesaba más que las propias ambiciones.
Antes de que pudiera responder, llegó un segundo mensaje. Este, más corto y cargado de una tensión que casi podía palparse a través de la pantalla.
Mauricio: ¿Qué le vamos a decir a Gabriel?
El nombre cayó como una piedra en el estanque de sus pensamientos. Gabriel. La mención le recordó que las consecuencias de esta farsa no solo caerían sobre ellos dos. Había más en juego, más personas cuyas vidas se verían arrastradas por este torbellino de ambiciones paternas.
Valeria dejó el teléfono a un lado, mirando la luna que se reflejaba en los viñedos dormidos. La rabia daba paso a una ansiedad fría y afilada. ¿Qué podían decirle? ¿Cómo explicar lo inexplicable?
Su pulgar se cernió sobre la pantalla, pero las palabras no llegaban. ¿Qué le decías a alguien cuando tu silencio ya era, en sí mismo, una respuesta? La incógnita de Gabriel se sumaba a la larga lista de cosas que su padre le había ocultado, otra pieza más en un rompecabezas que amenazaba con destrozar todo lo que conocía.
El whisky de malta añeja resbalaba por la garganta de Esteban Brévenor sin aportar el calor que anhelaba. Cada sorbo era un intento fallido de ahogar los ecos de su conversación con Ricardo y la inquietante revelación de que su hija y su sobrino husmeaban alrededor del nombre que más temía: Alvareda . La mansión, por una noche, le pareció una tumba de mármol y recuerdos podridos, y había huido a la anonimidad de un bar de lujo, donde su poder y su nombre pesaban menos que el hielo en su vaso.Una mujer se sentó a su izquierda, en el siguiente taburete. La notó de reojo: un torbellino de elegancia agresiva envuelto en un vestido negro ceñido. Hermosa, sí, pero con una tensión en los hombros y una furia contenida que vibraba en el aire a su alrededor como un campo de fuerza. Ordenó un gin tonic triple, y al recibirlo, dejó su teléfono inteligente sobre la barra de madera pulida con un golpe seco que resonó como un disparo en la penumbra acústica del lugar.Minutos de silencio pesado. Do
La oficina de Ricardo Auravel olía a puro poder: cuero envejecido, madera pulida y el tenue aroma a un whisky caro. Mauricio entró, sintiendo el peso de las miradas de los guardaespaldas que se habían quedado fuera. Su padre estaba de pie frente a su escritorio, con una expresión que pretendía ser serena, pero en la que Mauricio podía detectar una tensión apenas contenida. —Mauricio —dijo Ricardo, con un tono que sonaba forzadamente cordial—. Gracias por venir. —No parecía que tuviera mucha opción —respondió Mauricio, manteniendo la distancia. —Tonterías. Eres mi hijo. Siempre tienes un lugar aquí. —Ricardo hizo un gesto despreocupado—. Ha habido… ciertos movimientos. Es mejor tener a la familia cerca. Mauricio frunció levemente el ceño. ¿"Ciertos movimientos"? No sabía a qué se refería, pero la actitud de su padre era diferente. Más alerta, casi recelosa. —He estado pensando —continuó Ricardo, cambiando de tema con una fluidez que delataba su estrategia—. En ese proyecto de mode
El viaje de regreso a la mansión Brévenor fue en un silencio cargado. No fue hasta que estuvieron a salvo en la suite de Valeria, con las puertas cerradas, que la tensión se rompió. —Bien, Val —dijo Gabriel, dejándose caer en un sillón—. Ahora, de principio a fin. ¿Quién es realmente Elías Alvareda-Montenegro y cómo demonios terminaste en medio de esto? Valeria respiró hondo y se lo contó todo. La oferta de consultoría, el viñedo Montenegro, el hombre intenso y trabajador que resultó ser su dueño, la atracción instantánea, la noche de pasión... y el impacto de descubrir su verdadero nombre esta noche. —Y lo más extraño —agregó, frunciendo el ceño— es que cuando le pregunté por qué omitió su apellido real, dijo que era para protegerse, para ser juzgado por su trabajo y no por el pasado de su familia. Dijo que su padre, Javier Alvaredo, perdió todo y que su familia quedó en ruina. Gabriel se quedó inmóvil, su expresión divertida se transformó en una de profunda concentración. —Javi
Elías se liberó por fin de los últimos inversionistas, su mente en un torbellino. Encontró a Leo refugiado en un rincón cerca de los barriles de vino de exhibición.—Ya sabe mi nombre real, Leo —dijo, pasándose una mano por el rostro—. Todo se está yendo al infierno más rápido de lo que planeé.—Te lo dije, Elías —suspiró Leo, sin ningún atisbo de "te lo dije" en la voz, solo preocupación—. Esto no iba a durar oculto para siempre. ¿Qué vas a hacer?—No lo sé… Quiero contarle todo ahora. Iba a hacerlo de todos modos, pero quería que fuera después de visitar su finca, en un lugar donde pudiéramos hablar… —Su mirada buscó a Valeria entre la multitud y la encontró junto a Gabriel, listos para irse. El corazón se le encogió—. Pero no puedo dejarla ir así.Decidido, se abrió paso entre la gente hasta alcanzarlos justo cuando llegaban al vestíbulo.—Valeria —llamó, su voz más suave de lo que pretendía—. Por favor. Cinco minutos.Ella se detuvo, y Gabriel, con una mirada comprensiva hacia su
Valeria y Gabriel llegaron al evento del brazo, una pareja de una elegancia impactante que atrajo miradas al instante. Él, con su estilo bohemio pero refinado; ella, con un vestido que combinaba profesionalismo y una belleza serena que hacía brillar su mirada. Tomaron champán, saludaron a conocidos, y Valeria intentó concentrarse en las conversaciones, pero una inquietud crecía en su interior.El orador principal subió al atrio. Agradeció a los invitados, habló del éxito de OrbisNex y de su impacto en la industria. Luego, con una sonrisa amplia, anunció: "Y ahora, el visionario detrás de todo esto, el joven CEO de OrbisNex, ¡el señor Elías Alvareda!"El nombre resonó en el salón como un trueno en un día despejado.Alvareda.No Montenegro. Alvareda.La copa de champán se estrelló contra el suelo de mármol. El sonido del cristal haciéndose añicos fue el eco perfecto del corazón de Valeria rompiéndose en mil pedazos. Elías Alvareda. El nombre resonó en la sala como una sentencia.Allí es
Una vez a solas, Valeria le contó a Gabriel todo rápidamente, omitiendo por supuesto los detalles íntimos con Elías y la extraña oferta de Montenegro. Solo hablo de la presión de su padre, y lo más importante, lo que Mauricio había descubierto desde Portaleira.—Mauricio encontró documentos —explicó en voz baja—. La finca principal, el corazón de Brévenor, fue comprada por mi padre a un precio irrisorio. Y casi al mismo tiempo, Ricardo Auravel consiguió el capital para su primera gran ruta marítima. Una fortuna que surgió de la nada.Gabriel escuchaba, su expresión cada vez más grave. Cuando ella terminó, se quedó en silencio por un momento, procesando. Luego, sus ojos se abrieron ligeramente, como si una memoria lejana cobrara sentido.—Valeria... —comenzó, con voz pensativa—. Creo que fue mi padre. Él le prestó el dinero a Esteban para comprar esa finca.Valeria contuvo la respiraza. —¿Tu padre? ¿Arturo?—Sí. La finca no se llamaba Brévenor entonces. Se llamaba Finca Alta. Perteneci





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