El alboroto lejano, primero un claxon desesperado y luego voces, arrancó a Valeria de un sueño inquieto. Se puso una bata rápidamente y bajó las escaleras de la hacienda Renacer. Clara ya estaba en el salón, con el rostro pálido y alerta.
—¿Qué pasa? —preguntó Valeria, su voz aún ronca por el sueño.
En ese momento, Leo irrumpió en la casa, conteniendo la puerta. —¡No salgan! Hay un vehículo extraño en la entrada. Se fue a toda velocidad.
El corazón de Valeria se encogió. —¿Será un ataque a la hacienda?
Los minutos siguientes fueron una eternidad de tensión, hasta que Leo volvió a entrar, pero esta vez con un bulto en sus brazos, cuidadosamente envuelto en una manta azul.
—Valeria… —dijo Leo, acercándose—. Es Renato.
—¿Cómo dices? —preguntó Valeria, confundida, acercándose y tomando al bebé de sus brazos. El pequeño estaba dormido, ajeno al revuelo—. Pero… ¿qué haces aquí, pequeño?
Clara se acercó a Leo, su mirada yendo del bebé a la puerta. —¿Y la madre?
—No está —ex