La bodega subterránea era un mundo aparte. El aire, fresco y cargado con el aroma embriagador de roble y vino añejo, envolvía a Valeria como un manto. La penumbra, rota solo por tenues luces que acariciaban las barricas alineadas como soldados silenciosos, creaba una intimidad que hacía latir su corazón con fuerza. A su lado, Elías caminaba con una familiaridad que delataba años de recorrer esos pasillos, su presencia era tan tangible como la madera que los rodeaba.Ella, extrañamente, se sentía en casa. Aquel lugar, aquel hombre lleno de contradicciones, la atraían de un modo que no podía explicar.Él se detuvo frente a una barrica más pequeña, apartada de las demás. Con movimientos cuidadosos, extrajo un poco de vino con un vinador y lo sirvió en dos copas. El líquido, de un rojo profundo y denso, parecía absorber la poca luz.—Una cosecha antigua —explicó, entregándole una copa—. Sin etiqueta. La última que mi... tío Lucius supervisó junto a mi padre. Quiero su opinión.Valeria al
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