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Amor Prohibido en el Viñedo
Amor Prohibido en el Viñedo
Por: Soneste
Capítulo 1 – La deuda del patriarca

El Brévenor Gran Añada respiraba en la copa, sus notas a ciruela y tabaco elevándose como el incienso en un altar. Pero para Valeria Brévenor, cada sorbo sabía a cenizas. A sus veinticuatro años, con una maestría en enología y un paladar que podía diseccionar un vino hasta su añada exacta, siempre había creído que su valor residía en su intelecto. Esta noche, entendió que para su padre solo era un activo más en el balance.

Ricardo Auravel dejó su copa sobre el mantel de hilo con un clic calculado. No era un sonido, era una declaración de guerra.

—Esteban, el acuerdo entre nosotros no puede esperar más. La unión de nuestras casas. Mauricio y Valeria. Es hora de cumplir lo pactado.

El silencio se instaló, pesado y frío. Valeria buscó la mirada de su padre, el hombre que le enseñó que la tierra no miente, pero él contemplaba su copa como si el peso de su imperio estuviera en esas profundidades rubí. Esa evitación, tan poco característica en él, le heló la sangre más que cualquier negativa.

—Un Brévenor honra su palabra, Ricardo. Es el pilar de todo lo construido —declaró Esteban, y su tono no era de orgullo, sino de una fatiga ancestral. Era la voz de un hombre cediendo, y eso era lo más aterrador.

Valeria no pudo contenerse.

—¿Palabra? ¿Pacto? —intervino, su voz clara cortando la tensión como un cuchillo—. Se necesitan dos partes para un pacto, padre. Y a mí nadie me consultó.

Todos los ojos se volvieron hacia ella. Los de Ricardo, fríos y evaluadores. Los de su padre, cargados de una advertencia silenciosa. Los de Mauricio, llenos de un pánico comprensivo.

—Valeria, esto no es asunto de niños —dijo Ricardo con una sonrisa delgada como una navaja—. Son alianzas que trascienden caprichos personales. Es el futuro de dos imperios.

—Mi vida no es un capricho, don Ricardo. Es mi único patrimonio. Y no la negociaré sin saber qué deuda es tan colossal que mi futuro es la moneda de cambio.

—Valeria —la voz de Esteban fue un latigazo—. Basta.

—No, no basta —replicó ella, clavando los ojos en su padre—. Si es una deuda de honor, como insinúas, entonces dilo. ¿Qué honor se compra con la infelicidad de tu propia hija?

Mauricio, pálido, encontró por fin su voz.

—Padre, tal vez… tal vez haya otra forma… —murmuró.

—Cállate, Mauricio —lo cortó Ricardo sin siquiera mirarlo—. Los hombres honramos nuestros compromisos. Las mujeres inteligentes entienden su lugar en ellos.

La furia le ardía en el pecho a Valeria, pero fue la mano de Mauricio, buscando la suya bajo la mesa en un gesto furtivo de apoyo, lo que le dio fuerza. Ese pequeño gesto, un pacto de prisioneros, le recordó que no estaba sola en esta jaula de oro.

—Mi lugar —dijo Valeria, poniéndose de pie con una calma que no sentía— no lo define un acuerdo del que no fui parte. Si este es el futuro que me espera, entonces el legado Brévenor huele a podrido.

Antes de que su padre pudiera responder, giró sobre sus tacones y abandonó el comedor, sintiendo las miradas clavadas en su espalda.

Minutos después, en el estudio de su padre, la confrontación era inevitable. Esteban estaba junto a la chimenea, su espalda rígida.

—Has faltado al respeto a nuestra casa —dijo, sin volverse.

—Tú me has faltado a mí primero —respondió Valeria, cerrando la puerta—. Vendiéndome. Dime, ¿qué le debes a Ricardo Auravel que es más grande que tu propia hija? ¿Qué tiene sobre ti para que cedas así? Porque no eres un hombre que ceda, padre. Eso es lo que me aterra.

Esteban se volvió lentamente. En sus ojos no había ira, sino algo peor: una resignación profunda.

—Hay sombras en el pasado, Valeria. Cosas que es mejor no remover. Tu matrimonio con Mauricio enterrará esas sombras para siempre. Es la única manera.

—¿Protegerme? ¡Estás canjeándome!

—¡Te estoy salvando! —rugó él, y por un segundo, la máscara del patriarca se quebró, mostrando el rostro de un hombre acorralado—. ¡Salvando este nombre que llevas! Auravel no es solo un socio, es… —Se interrumpió, conteniendo la marea de palabrasEsa vacilación, en un hombre que siempre era firme, fue la confirmación de que Ricardo tenía un poder inmenso sobre él.

—¿Es qué? —insistió Valeria, acercándose—. Dímelo.

—Es suficiente —cortó Esteban, recuperando su compostura—. Basta con que sepas que no hay otra opción.

—A veces, hija mía —declaró, con una quietud aterradora—, un apellido vale más que la felicidad. Aprende esto, y no solo sobrevivirás… reinarás.

Valeria lo miró, y ya no vio a su padre. Vio al Patriarca. Y supo, con una certeza que le heló el alma, que para ganar su libertad, no solo tendría que desobedecerlo. Tendría que destronarlo.

—Está bien —susurró, bajando la cabeza en una sumisión falsa que le sabía a traición—. Entendido.

Y en ese momento, la heredera obedientemurió, y nació la estratega.

❖ ✦ 🍷 ✦ ❖

Valeria cerró la puerta de su suite con tanta fuerza que el retrato de su bisabuela en la pared osciló. El crujido de la madera fue un eco satisfactorio de la rabia que le hervía en las venas. "Reinarás". La palabra le resonaba en el cráneo como un mal presagio. ¿Reinar sobre qué? ¿Sobre las ruinas de su propia vida? ¿Sobre un imperio construido con secretos y deudas que ni siquiera conocía?

Se dejó caer en el sillón junto a la ventana, abrazando las rodillas contra el pecho. La fachada de valentía se desmoronaba, dejando al descubierto el frío de la desolación. En la penumbra, el brillo de su teléfono sobre la mesilla de noche captó su atención. Una notificación. Era un mensaje de Mauricio.

Mauricio: Val, lo siento. Lo siento mucho. Mi padre... es implacable. Esteban... nunca lo había visto así. ¿Estás bien?

Era el clásico Mauricio. Preocupado por ella incluso cuando su propio futuro también estaba siendo secuestrado. Un suspiro escapó de sus labios, una mezcla de agradecimiento y exasperación. Él siempre había sido su puerto seguro, el único que entendía la presión de nacer con un apellido que pesaba más que las propias ambiciones.

Antes de que pudiera responder, llegó un segundo mensaje. Este, más corto y cargado de una tensión que casi podía palparse a través de la pantalla.

Mauricio: ¿Qué le vamos a decir a Gabriel?

El nombre cayó como una piedra en el estanque de sus pensamientos. Gabriel. La mención le recordó que las consecuencias de esta farsa no solo caerían sobre ellos dos. Había más en juego, más personas cuyas vidas se verían arrastradas por este torbellino de ambiciones paternas.

Valeria dejó el teléfono a un lado, mirando la luna que se reflejaba en los viñedos dormidos. La rabia daba paso a una ansiedad fría y afilada. ¿Qué podían decirle? ¿Cómo explicar lo inexplicable?

Su pulgar se cernió sobre la pantalla, pero las palabras no llegaban. ¿Qué le decías a alguien cuando tu silencio ya era, en sí mismo, una respuesta? La incógnita de Gabriel se sumaba a la larga lista de cosas que su padre le había ocultado, otra pieza más en un rompecabezas que amenazaba con destrozar todo lo que conocía.

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