Mundo ficciónIniciar sesiónEl motor del sedán negro ronroneaba suavemente frente a la imponente entrada de la mansión Brévenor. El chofer guardaba la última maleta en el maletero cuando la voz de Esteban cortó el aire de la mañana como un cuchillo.
—¿A dónde crees que vas, Valeria?
Ella se volvió, manteniendo su rostro impasible. —A trabajar. Acepté un contrato de asesoría en un viñedo familiar.
Esteban se acercó, sus pasos resonando en el pavimento. —¿En serio? ¿Desperdiciar tu talento en esas… pequeñeces? —escupe la palabra con desprecio—. Tu lugar está aquí, con la familia.
—Mi lugar es donde yo decida, padre —replicó Valeria, subiendo al auto—. No quiero estar aquí. Nos vemos en una semana.
—¡No irás! —la sujetó bruscamente del brazo—. Y recuerda que tienes una boda pendiente.
Ella se soltó con un movimiento firme. —No me casaré con Mauricio.
Esteban palideció visiblemente. —Debes hacerlo, Valeria. Si no lo haces… te repudiaré de esta familia. Serás una nadie.
Una tristeza profunda, mezclada con rabia, nubló por un instante la vista de Valeria. —Hazlo, padre. Desde que mamá murió, esto dejó de ser una familia.
Al subir al auto y alejarse, vio por el espejo retrovisor la figura de su padre, cada vez más pequeña, y creyó distinguir, por primera vez en años, un atisbo de genuina tristeza en su postura.
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El trayecto de dos horas hacia Montenegro le permitió a Valeria sumergirse en el paisaje cambiante. Los perfectos viñedos Brévenor dieron paso a colinas más salvajes, y luego a un valle más íntimo, más verde. Sin querer, una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué su vida, su felicidad, eran moneda de cambio en una guerra que no entendía?
Al llegar a la entrada de Finca Montenegro, se sintió extrañamente conmovida. Era modesta, sí, pero tenía un aire de autenticidad y paz que la mansión Brévenor había perdido hacía mucho tiempo.
Al descender del auto, fue recibida por dos empleados de sonrisa cálida y modales sencillos.
—Bienvenida, señorita Brévenor. Ha llegado temprano el señor Montenegro, está terminando unos asuntos. Puede explorar la finca a su gusto, le avisaremos cuando este disponible para atenderla
Valeria asintió con una sonrisa genuina. Caminó lentamente entre las hileras de vides. Eran cepas viejas, algo descuidadas, pero notó de inmediato la calidad del suelo y la orientación al sol. Había potencial aquí, mucho potencial.
Fue entonces cuando lo vio.
Unos metros más adelante, un hombre joven, tal vez unos cinco o seis años mayor que ella, trabajaba sin camisa, trasplantando una cepa con cuidado experto. Los músculos de su espalda y brazos se tensaban y relajaban con cada movimiento, su piel bronceada brillaba con el sudor del esfuerzo. Había una masculinidad cruda, auténtica, en su figura que hipnotizó a Valeria por un momento. Se sintió repentinamente excitada, y luego avergonzada de su propia reacción.
Por Dios, Valeria, es un jornalero, se regañó mentalmente. Pero… qué jornalero tan… impresionante.
Decidió dar la vuelta para evitar la situación incómoda, pero en su movimiento, pisó una rama seca. El crujido hizo que el hombre se volviera.
Sus ojos grises, del color de una tormenta veraniega, se encontraron con los suyos. Él pareció sorprenderse un instante al verla, pero luego una sonrisa fácil y natural se dibujó en sus labios.
—Hola, señorita. ¿En qué puedo ayudarla? —preguntó, su voz era más profunda de lo que ella esperaba, con un dejo áspero que resultaba extrañamente atractivo.
Elias la observaba con intensidad, esperando la mirada de desdén, la corrección sobre su informalidad, la actitud de superioridad que asociaba con los Brévenor.
—Solo… inspeccionaba las vides —respondió Valeria, recuperando la compostura y acercándose. Señaló la cepa que él acababa de plantar. —Esa Tinto Aleda… es una cepa antigua, de rendimiento bajo pero de una complejidad aromática increíble. Pocos se toman el trabajo de conservarla.
El interés genuino en su voz, la precisión de su conocimiento, tomó a Elias completamente por sorpresa. No era petulante. Era… una profesional.
—Sí, es testaruda —dijo él, siguiendo el juego, limpiándose las manos en el pantalón de trabajo—. Pero como usted dice, el resultado vale la pena. El suelo aquí es más arcilloso de lo que parece, retiene bien la humedad.
—Eso noté —asintió Valeria, agachándose para tomar un poco de tierra entre sus dedos—. Con un drenaje controlado y una poda más agresiva en invierno, podría potenciarse mucho.
Elias la miró, fascinado y desconcertado. Esta no era la mujer que había imaginado. Estaba compartiendo consejos, no dando órdenes. Su mente, entrenada para la venganza, empezó a recalcular.
Fue entonces cuando Leo, su asistente, apareció en el sendero.
—Señor, el informe de…Elias no le dejó terminar.
—¡Leo! Si buscas al señor Montenegro, acaba de salir. Dijo que volvería para la cena.Leo, confundido por solo un segundo, captó la mirada de su jefe y siguió el juego al instante.
—Ah, claro. Lo siento, señorita —dijo dirigiéndose a Valeria—. Seguro fue algo urgente. ¿Necesita algo en lo mientras?—No, estoy bien, gracias. Seguiré explorando —respondió Valeria con una sonrisa.
—Entonces permítame acompañarla —ofreció Elias, aún en su papel—. Le puedo mostrar la zona de las cepas más viejas, cerca del arroyo.
Valeria asintió, sintiendo una curiosidad creciente por este "jornalero" tan conocedor y de mirada tan intensa. Mientras caminaban, Elias señalaba diferentes sectores, explicando los retos de cada parcela, siempre escuchando con atención los comentarios técnicos de ella.
Mientras Elias hablaba de la necesidad de renovar un sistema de riego, Valeria no pudo evitar notar algo. Al señalar una zona soleada, la luz del atardecer iluminó por completo su rostro, y ella vio con claridad la cicatriz tenue que cruzaba su ceja izquierda. Un recuerdo lejano, casi un sueño de su infancia, emergió de su memoria: la visita a una ciudad costera, un hombre alto discutia con su padre, un niño de mirada gris y una cicatriz asi mismo que la miraba con curiosidad desde la puerta.
De pronto, aquellos ojos grises ya no parecían solo intensos, sino profundamente familiares.







