Ricardo Auravel apretó el teléfono con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Las noticias que acababa de recibir lo habían sumido en un silencio helado que precedía a la tormenta.
—¿Arresto en comisaría? ¿Visitas sin restricciones? —masculló, cada palabra era un veneno—. ¿Y la razón? ¡Porque la señora Alvaredo está embarazada!
Arrojó el teléfono contra el sofá con un gruñido de furia impotente. Eso no debía ser. No podía permitir que naciera otro heredero Brévenor, otro obstáculo en su camino hacia el control total del imperio. La sangre de Esteban, a través de Valeria, seguía multiplicándose, amenazando su legado.
—Villegas —llamó a su abogado, con la voz temblorosa por la rabia—. Investigue si el embarazo de Valeria Brévenor puede usarse en su contra en la custodia de Renato. ¿No demuestra inestabilidad? ¿Traer un niño al mundo en medio de este escándalo? ¡Algo!
Mientras hablaba, gritaba casi, Gloria estaba sentada en el sillón, amamantando a Renato con una c