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Capítulo 3 – Un contrato inesperado

La mansión Brévenor se había convertido en una cárcel de seda y brocado. Desde la partida de Mauricio y la explosión con su padre, Valeria sentía cada mirada de los sirvientes como un juicio silencioso, cada palabra de Esteban como un recordatorio de su condición de prisionera. Había pasado los últimos días sumergida en el trabajo, buscando desesperadamente en archivos antiguos y registros corporativos cualquier mención a esa deuda que pesaba sobre su futuro como una losa. Pero todo era en vano; su padre había sido meticuloso al borrar cualquier rastro.

La preocupación por Mauricio era un latido constante. Su mensaje —"Averigua qué le tiene mi padre a Esteban"— era a la vez un llamado a la acción y un recordatorio de su impotencia. ¿Cómo investigar a dos titanes que controlaban hasta el aire que respiraba en Brévena?

Estaba en su oficina, revisando informes de cosecha que no lograba concentrarse en leer. Fue en este clima de frustración cuando su asistente, Clara, entró a su estudio con una tableta en la mano y una expresión que mezclaba curiosidad y cautela.

,—Señorita Valeria, ha llegado una oferta de consultoría un tanto… inusual —dijo, colocando la carpeta sobre el escritorio—. Es para la finca Montenegro. Una propiedad pequeña, a las afueras del valle. Parece que están modernizando su producción y buscan asesoría de alto nivel.

Valeria abrió la carpeta con escepticismo. Normalmente, su cartera de clientes incluía sólo grandes bodegas, no fincas familiares. Pero al ver las fotografías, algo le llamó la atención. Los viñedos, aunque pequeños, estaban bien cuidados, y la tierra parecía tener un potencial inusual. La oferta económica era generosa, sorprendentemente así para una propiedad de ese tamaño, e incluía una cláusula de alojamiento en la casa principal de la finca.

—¿Montenegro? —preguntó, intentando ubicar el nombre—. No lo conozco.

—Es una finca familiar, señorita. Más bien discreta. Pero la oferta es sólida. Y… —Clara dudó un instante—, dada la situación actual, pensé que quizás un cambio de aires, aunque sea temporal, podría ser beneficioso.

Valeria supo que su asistente tenía razón. Necesitaba salir de allí, alejarse de la presión asfixiante de su padre, que sin duda se opondría. Para Esteban, que su hija asesorara a un viñedo más pequeño era como regalar secretos de guerra al enemigo. Pero precisamente por eso le tentaba aceptar. Era un acto de rebelión silenciosa, una forma de reafirmar su autonomía en el único terreno donde se sentía segura: su profesión.

—¿Y el propietario? —preguntó Valeria, hojeando los documentos.

—Un tal Elías Montenegro —leyó Clara de la carpeta.

Valeria frunció el ceño. Montenegro. El apellido le sonaba, de manera lejana, como un eco de alguna conversación oída en su infancia. Pero no lograba ubicarlo con precisión. Miró de nuevo las fotografías de la finca: la casa principal era antigua, de piedra, con un aire rústico y un poco descuidado. "Debe de ser un hombre mayor", pensó, "un viticultor tradicional, quizás un aficionado con recursos que quiere darle un último impulso a su legado". Esa imagen mental la tranquilizó. No representaba una amenaza, sólo un respiro.

—Reservaré una suite en el hotel de las Termas, es cercano —murmuró, más para sí misma que para Clara.

—Señorita, la oferta incluye el alojamiento en la finca. Insistieron en ello —aclaró Clara—. Dicen que el propietario quiere estar disponible para consultas en cualquier momento, dada la… intensidad del proyecto.

Valeria consideró la opción. Un hotel le daría independencia, pero quedarse en la finca podría ofrecerle una inmersión total, un verdadero escape. Y, en el fondo, una parte de ella, esa misma que la había llevado a estudiar enología lejos de la influencia de su padre, sentía curiosidad por la vida sencilla que imaginaba detrás de esas paredes de piedra.

—De acuerdo, Clara —dijo finalmente, con un suspiro que era mitad resignación, mitad anticipación—. Acepta la oferta. Con el alojamiento en la finca.

Clara asintió con una sonrisa discreta y se retiró. Valeria se levantó y caminó hacia la ventana, mirando los interminables y perfectos viñedos Brévenor. Por un momento, se sintió ahogada por su perfección. Montenegro, con su aire de abandono y autenticidad, parecía un mundo diferente. Un mundo donde quizás, solo quizás, pudiera respirar y pensar con claridad. Donde pudiera encontrar las fuerzas, y tal vez las pistas, para luchar por su vida.

No lo sabía, pero al aceptar ese contrato, había firmado su destino.

Clara, ya en la puerta, se volvió con una última nota.

—Ah, y señorita, el asistente del señor Montenegro fue muy enfático. Le esperan mañana al mediodía. Dice que el señor Elías está… especialmente interesado en su expertise con cepas antiguas en la recuperación de cepas patrimoniales y su sensibilidad para los vinos de terruño olvidado'

Valeria se quedó inmóvil. Esa no era una solicitud genérica. Era específica, casi personal. Tocaba el núcleo de su pasación más íntima por la enología, aquella que su padre consideraba un "hobby romántico" sin valor comercial.

Valeria asintió, absorta en sus pensamientos. Sólo cuando quedó sola, una inquietud sutil se instaló en ella. ¿Cómo sabían en Montenegro sobre su expertise específico en cepas antiguas? Era un detalle muy particular, casi íntimo, de su trabajo. Miró de nuevo la foto de la finca, que ahora parecía menos inocente, y por primera vez, el nombre "Elías Montenegro" dejó de sonar a un anciano inofensivo para convertirse en un misterio por descifrar.

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