Mundo ficciónIniciar sesiónElías se sentó en la tierra húmeda, apoyando la espalda contra el tronco nudoso de una vieja vid. El último resplandor anaranjado del atardecer se filtraba entre las hileras, pintando largas sombras que parecían secretos extendiéndose sobre la tierra. Un profundo suspiro escapó de su pecho.
Esto no estaba yendo como lo había planeado. Valeria Brévenor... no era lo que él esperaba. Había anticipado arrogancia, frivolidad, la típica heredera mimada y desconectada de la realidad. En su lugar, había encontrado a una mujer... "bonita" no era la palabra correcta. Era hermosa, sí, pero de una manera que iba más allá de lo físico. Tenía una inteligencia aguda y una curiosidad genuina por la tierra, algo que él, como enólogo, no podía evitar admirar. Y lo más desconcertante: cuando creyó que él era un simple jornalero, no lo había tratado con condescendencia, sino con respeto profesional. Había compartido consejos, no órdenes. Sintió un latido acelerado en el pecho, una reacción puramente física y visceral que lo tomó por sorpresa. Un calor familiar se extendió por su bajo vientre, un tirón de atracción masculina que era tan inesperado como potente. —No —murmuró para sí mismo, frunciendo el ceño con dureza—. No te distraigas, Elías. Ella es solo un peón. Un medio para llegar a Esteban. Nada más. Los pasos cuidadosos de Leo se acercaron por el sendero. Su asistente, y el hombre que había sido como un tío para él después de la muerte de su padre, se detuvo a su lado, observando la expresión turbada de Elías. —¿Y bien? ¿Qué te pareció? —preguntó Leo, su voz era serena pero sus ojos, llenos de experiencia, no perdían detalle. —Solo quería ver cómo era —mintió Elías, evasivo—. La oportunidad surgió. —Elías... —Leo comenzó, con un tono de advertencia—. No creo que debas seguir con esta farsa. Esta no es la manera. Tu padre... —¡Tengo que hacerlo, Leo! —lo interrumpió Elías, poniéndose de pie de un salto. La rabia, vieja y familiar, burbujeaba bajo su piel, ahogando por un momento la confusión que Valeria había sembrado—. No puedes pedirme que me quede de brazos cruzados después de lo que le hicieron. Leo sostuvo su mirada, llena de preocupación, pero no dijo nada más. Sabía que no había palabras que pudieran disuadirlo cuando la venganza lo poseía tanto. Elías se dio la vuelta y se dirigió a la casa, necesitando poner distancia entre él y sus propios pensamientos traicioneros. ❖ ✦ 🍷 ✦ ❖ En su habitación, bajo el chorro de agua caliente de la ducha, Elías intentó en vano lavar la imagen de Valeria de su mente. La recordaba entre las vides, su cabello oscuro ondeando con la brisa, sus ojos azules examinando el suelo con una concentración que era casi tangible. Y de nuevo, ese tirón, esa atracción física que se negaba a ser ignorada. —Ni de coña —gruñó, frotándose el rostro con fuerza—. Eso no está en los planes. Solo la necesito para entrar en Brévenor. Se vistió con ropa limpia, intentando recuperar su compostura. Al revisar su teléfono, vio varias llamadas perdidas y un mensaje de su madre. "Por favor, hijito, no hagas ninguna tontería. Tu paz vale más que cualquier venganza." Sus palabras, siempre suaves pero cargadas de un dolor de años, le dieron un nuevo golpe de culpa. Suspiro, sintiendo el peso de su misión y las dudas que ahora comenzaban a carcomerlo. Cuando se acercó al comedor, se detuvo en la entrada. Valeria ya estaba allí, de pie junto a la mesa, esperando. A pesar de su atuendo discreto y profesional —pantalones oscuros y una blusa sencilla—, se veía deslumbrante. Una elegancia natural que no necesitaba de joyas ni vestidos caros. Elías sintió que la garganta se le secaba. Esto iba a ser mucho más difícil de lo que había anticipado. Se pasó una mano por el rostro, tomó aire y entró. —Buenas noches, señorita Brévenor —dijo, con la voz deliberadamente neutral—. Soy Elías Montenegro. Será un placer trabajar junto a usted. Observó con una satisfacción casi infantil cómo sus ojos se abrían de par en par, cómo el reconocimiento y la sorpresa se apoderaban de sus facciones al darse cuenta de que el "jornalero" y el dueño de la finca eran la misma persona. Hubiera pagado por tener una cámara en ese momento. Pero lo que sucedió después lo tomó completamente por sorpresa y le arrancó una admiración instantánea. La sorpresa inicial en el rostro de Valeria se disipó, reemplazada por una expresión de indignación serena. No hubo balbuceos ni titubeos. En su lugar, cruzó los brazos con elegancia y arqueó una ceja, mirándolo directamente a los ojos. —Señor Montenegro —dijo, con una voz clara y cortante como el cristal—. Entonces, ¿además de dueño, también es aficionado al teatro? ¿O hay alguna otra razón particular por la que decidió interpretar el papel de jornalero esta tarde? Elías se quedó momentáneamente sin palabras. No era la reacción de una mujer asustada o confundida, sino la de una igual, desafiándolo directamente. Una sonrisa involuntaria, de genuino asombro y diversión, asomó a sus labios antes de que pudiera detenerla. Esta mujer, la hija de su enemigo, era todo menos predecible. Y en ese momento, mientras la miraba enfrentarlo con una audacia que igualaba la suya, Elías supo con terrible claridad que su plan de venganza se había complicado de la manera más peligrosa posible: ella ya no era solo un peón en su juego, sino un adversario fascinante. Y lo peor de todo, su corazón, traicionero, dio un vuelco ante esa revelación.






