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Capítulo 2 – Un compromiso sin amor

### **Capítulo 2 – Un compromiso sin amor**

La biblioteca de los Auravel respiraba opulencia y silencio. Mauricio cerró la pesada puerta de roble con un golpe sordo que resonó en la estancia como un disparo de advertencia. Su corazón latía con fuerza contra el pecho, pero mantuvo la espalda recta mientras enfrentaba a su padre. Ricardo Auravel contemplaba la ciudad desde el ventanal como si cada rascacielos fuera una extensión de su dominio.

—No lo haré, padre —declaró Mauricio, con una voz que apenas lograba contener el temblor—. Puedes exigirme muchas cosas, pero casarme con Valeria es donde trazo la línea.

Ricardo se volvió con lentitud calculada. Sus ojos, del color del acero, barrieron a su hijo con desdén.

—Deja esas fantasías juvenil —espetó—. Tienes veintiocho años. Es hora de entender lo que significa el deber familiar.

—¿Deber? —La palabra sonó amarga en labios de Mauricio—. ¿Llamas deber a destruir la vida de mi mejor amiga?

—Si realmente la aprecias, cásate con ella —replicó Ricardo, acercándose—. Le darás nombre, fortuna, posición. Le estarás haciendo un favor.

—¡Sabes perfectamente que no me refiero a ese amor! —estalló Mauricio—. La amo como a una hermana. Daría mi vida por protegerla, pero no la condenaré a una vida de mentiras.

—¡Basta ya! —rugó Ricardo, golpeando el escritorio—. Te casarás con Valeria Brévenor. Lo necesitamos.

—¿Para qué? —insistió Mauricio—. ¿Qué secretos ocultas? ¿O es que el gran Ricardo Auravel le teme a Esteban?

El silencio se hizo palpable. Un destello de algo peligroso cruzó la mirada de Ricardo.

—No te metas en lo que no comprendes —dijo con voz baja—. Asuntos que podrían destruir todo lo que conocemos.

—¡Es mi vida la que usas como moneda de cambio! —replicó Mauricio—. Antes de que continues tu sermón, déjame ahorrarte el tiempo. No me atraen las mujeres, padre. Nunca. Y si me obligas, no dudaré en hacerlo público.

Ricardo se puso de pie bruscamente.

—¡Cállate! ¡No pronuncies esa palabra aquí!

—¿Gay? —preguntó Mauricio con calma—. Soy gay. Es mi verdad. No viviré encerrado en tu armario.

—¡Te casarás con ella!

—No. Me voy a Portaleira. Esta noche.

—¡Si sales por esa puerta, no verás un céntimo de la herencia!

Mauricio se detuvo en el umbral. Una sonrisa fría se dibujó en sus labios.

—¿Crees que me importa tu dinero? Si insistes en esto, los rumores que crearé serán mucho más escandalosos que cualquier verdad que ocultes. Y esta vez no me quedaré callado.

Salió, cerrando la puerta con un golpe seco que resonó como un punto final.

❖ ✦ 🍷 ✦ ❖

 Mauricio cerró la maleta con un suspiro profundo. Las consecuencias serían brutales: el repudio familiar, la desheredad, la furia de un imperio dirigida contra él. Pero no podía casarse con Valeria. Sería una condena para ambos.

Su mente volvió inevitablemente a Gabriel. ¿Dónde estaría ahora? ¿Sabría algo de esta farsa? Esteban Brévenor se había encargado personalmente de separarlos años atrás, enterrando cualquier posibilidad de felicidad entre ellos bajo capas de tradición y desprecio.

*Debí irme contigo cuando me lo propusiste*, pensó con amargura. *Debí tener tu valentía para enfrentar al mundo. Ahora es demasiado tarde para nosotros, pero no para Valeria.*

Se sentó en el borde de la cama, permitiéndose un momento de vulnerabilidad. Recordó la última vez que había visto a Gabriel, hace dos años. La despedida apresurada, las promesas que sabían imposibles de cumplir. Gabriel, con su mirada intensa y sus manos de artista, diciéndole que se fueran juntos, lejos de las expectativas familiares. Y él, cobarde, eligiendo el camino seguro.

Pero ahora todo había cambiado. La tristeza dio paso a una determinación fría. Su padre y Esteban estaban unidos por un secreto poderoso. Algo que hacía que el invencible Esteban Brévenor se doblegara ante Ricardo. Algo tan oscuro que justificaba este matrimonio desesperado.

Mauricio recorrió la suite con la mirada, memorizando cada detalle. El jarrón de porcelana que su madre había elegido personalmente, el cuadro que Gabriel le había regalado para su cumpleaños, los muebles que representaban una vida de privilegios que ahora dejaba atrás. No sentía nostalgia, sino un alivio liberador.

Abrió su computadora y comenzó a hacer los preparativos. Reservaría un vuelo a Portaleira para esa misma noche. 

Mientras organizaba sus documentos, encontró una foto antigua. Él y Gabriel, sonrientes, en los viñedos Brévenor. No podía ser más de veinte y tres años. La imagen le provocó un dolor agudo. ¿Estaría Gabriel en Portaleira? Lo había escuchado de un amigo común, pero no se atrevía a buscarlo. No todavía. Primero debía asegurarse de que Valeria estuviera bien.

Mauricio tomó su teléfono con determinación. Deslizó el dedo hasta el nombre de Valeria y escribió: Me voy a Portaleira. Es la única forma de detener esto sin destruirnos. Pero prométeme que no te rendirás. Investiga qué le tiene mi padre a Esteban. Ahí está la respuesta a todo. Cuídate, hermana. M."

Antes de que el miedo pudiera detenerle, envió el mensaje y apagó el dispositivo. Recogió su maleta y echó un último vistazo a la habitación. En el espejo del vestíbulo, vio reflejado a un hombre que no reconocía: más delgado, con ojos cansados pero llenos de una determinación que no había visto en años.

Al salir, la brisa nocturna le golpeó el rostro. Por primera vez en mucho tiempo, respiró hondo, sintiendo el peso de las cadenas familiares comenzar a ceder. La batalla apenas comenzaba, pero él ya había elegido su bando.

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