La Vergüenza de los Hermanos Alfa
Mis hermanos trillizos alfa me encerraron en el sótano después de que mi hermanastra Elena me echara la culpa de haber matado a su loba por haberle dado un pastel de almendras.
Habían cerrado la salida con cadenas de plata, y mi loba no paraba de aullar y de rogarles que me dejaran salir. Pero mis hermanos no quisieron escuchar.
Diego, mi hermano mayor, me gruñó con rabia:
—¡Maldita! Sabías muy bien que era alérgica a las nueces y, aun así, le diste ese pastel. ¿Sabes lo que pudo haberle pasado a su loba? ¡Te quedas aquí hasta que aprendas la lección!
Sergio, mi segundo hermano, y Carlos, mi hermano menor, me atacaron, diciendo:
—¡Eres horrible! Todavía te haces la víctima en vez de aceptar lo que hiciste. ¡Quédate ahí adentro, te lo mereces!
Luego se convirtieron en lobos y se llevaron a Elena, que estaba temblando como una hoja, directo al hospital de la manada.
Me quedé allí, respirando con dificultad mientras el aire cargado de partículas de plata llenaba mis pulmones. Mi loba lloraba en silencio, y yo sabía que no había escapatoria.
Al final, me morí ahí mismo.
Tres días pasaron antes de que recordaran mi existencia. Fue hasta que Elena regresó del hospital que vinieron por mí.
Pero ya era demasiado tarde…
Ya había muerto en aquel sótano de plata.