El juego de la Obsesión

El juego de la ObsesiónES

Romance
Última actualización: 2025-10-04
Yamila Gularte  En proceso
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Resumen
Índice

Clara siempre ha tenido el control. Inteligente, calculadora y con una fascinación peligrosa por quienes despiertan su interés, nunca imaginó que un encuentro casual podría cambiarlo todo. Gabriel, un hombre carismático y aparentemente perfecto, se convierte en su obsesión, y Clara está dispuesta a manipular el destino para tenerlo cerca. Cada mirada, cada gesto y cada roce son parte de un juego sutil de seducción donde ella cree que tiene todas las cartas. Pero nada es lo que parece.

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Capítulo 1

Prólogo

La sala de espera olía a desinfectante y papel viejo. Clara estaba sentada en una silla de madera, con las piernas colgando, demasiado cortas para tocar el suelo. Tenía los ojos clavados en la pecera que adornaba la esquina: peces dorados que nadaban en círculos, repitiendo siempre el mismo trayecto, sin rumbo ni conciencia. Eso le gustaba. Eran predecibles, obedientes a su propio instinto sin nunca cuestionarlo.

No parpadeaba mucho, y eso incomodaba a su madre, que la miraba de reojo con un nudo en el estómago. A veces, en casa, tenía la misma sensación: que su hija no pestañeaba lo suficiente, como si el simple acto de hacerlo fuese innecesario.

El doctor abrió la puerta de su despacho y sonrió con una amabilidad ensayada.

—Adelante, por favor.

Clara se levantó despacio, sujetando el osito de peluche que siempre traía a esas consultas. Nunca lo abrazaba, solo lo llevaba consigo como una especie de adorno. Pasó frente a sus padres sin mirarlos y entró con pasos seguros en la oficina.

El despacho era acogedor: alfombra color burdeos, estanterías repletas de libros y un gran escritorio de roble. Clara se sentó en la silla de siempre, mirando al psiquiatra como si pudiera leerle los pensamientos. Lo había observado durante meses: la manera en que jugaba con el bolígrafo, el temblor leve en su párpado izquierdo cuando estaba cansado, la forma de apretar los labios cuando quería sonar optimista.

El doctor se aclaró la garganta y pidió que los padres tomaran asiento. Él sabía que la conversación de ese día no sería fácil.

—Bien —empezó, con voz calmada—. Después de nuestras sesiones con Clara, de las evaluaciones y pruebas que realizamos, creo que ya tengo una conclusión clara sobre su situación.

Los padres de Clara se tensaron. La madre apretó las manos sobre su falda, el padre cruzó los brazos con rigidez, como si preparara su cuerpo para un golpe.

—¿Conclusión? —preguntó la madre, casi en un susurro.

El psiquiatra asintió.

—Sí. Lo que presenta Clara es lo que clínicamente conocemos como trastorno de personalidad antisocial en desarrollo, comúnmente asociado con la psicopatía.

La palabra cayó como una piedra en la habitación. Psicopatía. La madre se quedó helada, el padre frunció el ceño. Clara, en cambio, simplemente ladeó la cabeza, como si la conversación no tuviera nada que ver con ella.

—¿Está… seguro? —balbuceó el padre.

—Muy seguro.

La madre tragó saliva.

—Doctor, perdone, pero… eso es… eso es lo que son los asesinos seriales, ¿no? Las personas sin alma… sin compasión…

El psiquiatra se inclinó hacia adelante, apoyando las manos sobre el escritorio. Su voz fue firme, sin perder el tono tranquilizador.

—Entiendo la preocupación. La palabra “psicópata” suele estar rodeada de mitos y estigmas. Pero quiero ser muy claro con ustedes: no todos los psicópatas se convierten en criminales o asesinos. Esa es una representación extrema y mediática. La psicopatía es un espectro, y su hija se encuentra en él.

La madre entrelazó los dedos con nerviosismo. El padre respiró hondo, como si necesitara contener su impulso de levantarse y marcharse.

—¿Qué significa, entonces? —preguntó él, con un tono duro.

El médico giró una hoja del expediente de Clara, donde había anotaciones con su letra pulcra.

—Significa que Clara presenta características específicas: una marcada ausencia de empatía emocional, dificultad para sentir remordimiento, y una tendencia natural a manipular su entorno para obtener lo que desea. Sin embargo, también muestra una inteligencia aguda, capacidad de adaptación y una notable habilidad para analizar a los demás.

Clara pestañeó, como si lo que decía fuese una obviedad.

El médico prosiguió:

—Esto no la convierte en un monstruo, ni mucho menos. Significa que percibe el mundo de manera distinta a la mayoría. Sus emociones funcionan de otro modo, y eso puede ser un desafío para ustedes como padres.

La madre murmuró, casi sin aire:

—¿Entonces… nunca va a sentir amor? ¿Nunca va a querer a nadie?

El doctor reflexionó unos segundos antes de responder.

—El concepto de “amor” para alguien como Clara será diferente. Puede no experimentar ternura en el mismo sentido que ustedes, pero sí puede desarrollar vínculos basados en el interés, en la lealtad, incluso en la obsesión. No podemos esperar que sienta igual que nosotros, pero podemos enseñarle a convivir, a reconocer las reglas sociales, a usar su inteligencia de manera constructiva.

El padre bajó la mirada al suelo, con las cejas fruncidas.

—¿Y si fracasa? ¿Si no aprende?

El psiquiatra suspiró, consciente de lo que implicaba esa pregunta.

—Entonces tendrá que vivir en un mundo que siempre la malinterpretará. Pero eso no significa que esté condenada. Su entorno, la educación que reciba, el apoyo familiar… todo eso influirá en el camino que tome.

El silencio se instaló unos segundos. La madre tenía los ojos húmedos. Miraba a su hija como si intentara encontrar a la niña que había llevado en brazos, la que había acunado tantas noches, y ahora la veía como un enigma distante.

Clara, mientras tanto, observaba un reloj de péndulo que marcaba el paso del tiempo con un tic tac insistente.

El médico se dirigió directamente a la niña.

—Clara, ¿tú entiendes de lo que estamos hablando?

Ella giró el rostro lentamente hacia él.

—Entiendo que dicen que soy distinta —contestó sin titubear.

—Así es —asintió el psiquiatra—. Pero eso no significa que seas menos valiosa. Solo quiere decir que deberás aprender a manejar tu forma de ser, y tus padres estarán contigo en ese proceso.

Clara no respondió. Volvió a mirar el reloj. El péndulo seguía su movimiento hipnótico.

La madre rompió a hablar, con voz temblorosa:

—Haremos lo que sea, doctor. Lo que haga falta. No quiero que mi hija sufra ni que se pierda.

El padre, aunque más rígido, asintió lentamente.

—Estaremos contigo siempre, Clara. No importa lo que digan los diagnósticos.

La niña giró hacia ellos. Sus ojos grandes y oscuros no mostraron gratitud ni emoción alguna. Los observó como si analizara cada palabra, cada microgesto, y finalmente respondió con un tono plano, mecánico:

—De acuerdo.

La madre cerró los ojos con un dolor mudo. El padre apretó los labios, conteniendo la frustración. El doctor se limitó a observar en silencio: un gesto, un instante, una respuesta tan fría que lo resumía todo.

Y Clara volvió a fijar la vista en la pecera. Los peces seguían nadando en círculos, prisioneros de un ciclo eterno. A ella no le parecían tristes. Le parecían perfectos.

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Prólogo
Capítulo 1 "La primera mirada"
Capítulo 2 "El arte de Observar"
Capítulo 3 "Sombras en las sonrisas"
Capítulo 4 "Entre miradas y promesas"
Capítulo 5 "El dulce veneno"
Capítulo 6 "Grietas en la máscara"
Capítulo 7 "Miedo a lo desconocido"
Capítulo 8 "El cazador oculto"
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