Nacer Omega fue su condena… convertirse en Reina, su destino. Joseline, marcada por el abandono desde que tenía apenas dos meses, aprendió a sobrevivir en la ciudad más cruel y despiadada. Hasta que los Alfas la encontraron. No solo la salvaron: la reclamaron como suya. La Reina de los Alfas. Pero detrás de ese título late un secreto prohibido: solo ella posee el poder de dar vida a una nueva estirpe de guerreros, hijos del fuego y la sangre, destinados a defender el equilibrio de un mundo que se derrumba. Ser su amante, su refugio y su fuerza no es un privilegio… es un sacrificio. Entre pasiones que la consumen y enemigos que la acechan, Joseline deberá descubrir si la corona que pesa sobre su cabeza la convertirá en la salvación… o en la ruina de todos.
Leer másLa lluvia caía con violencia sobre las calles grises, golpeando el pavimento como si el cielo quisiera borrar la miseria que lo habitaba. Entre los callejones húmedos, el llanto de un bebé se mezclaba con el eco distante de sirenas y pasos apresurados. Nadie se detuvo a mirar. Nadie se detuvo a cargarla en brazos.
Joseline nunca recordaría aquella noche. Solo sabría, con el paso de los años, que sus padres la habían abandonado en una caja de cartón, con una manta raída y un colgante de plata como único recuerdo de su existencia.
El mundo no tuvo piedad con ella.
Creció como pudo, arrebatándole migajas a la vida: un pedazo de pan olvidado, una moneda lanzada al suelo, un rincón en el que dormir. La ciudad la moldeó con dureza, y aunque su cuerpo era frágil, su espíritu aprendió a resistir.A los veintidós años, Joseline era una sombra entre sombras, invisible para la mayoría. Una Omega destinada al olvido, al silencio, a ser siempre menos. O eso pensaba… hasta aquella noche.
Los pasos resonaron en el callejón. Firmes, pesados, llenos de autoridad. Ella se tensó, instintivamente preparada para huir, pero no había salida. El aire cambió: un aroma fuerte, dominante, la envolvió por completo. No era un hombre. Eran varios.
Y entonces los vio.
Alfas.
Sus miradas la atravesaron como cuchillas, intensas, llenas de poder. No había ternura en sus ojos, pero tampoco indiferencia. Había reconocimiento, como si hubiesen encontrado algo que llevaban demasiado tiempo buscando.
Joseline retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared fría del callejón. El miedo le erizó la piel, pero junto a él nació una sensación extraña: una atracción imposible de ignorar, como si su cuerpo supiera algo que su mente aún no comprendía.
—Es ella… —murmuró uno de ellos, su voz grave vibrando como un trueno.
—Nuestra Reina.Joseline sintió que el mundo se partía en dos. ¿Reina? ¿Ella?
Pero no hubo espacio para preguntas. El destino ya había elegido.******
El callejón parecía encogerse a su alrededor, atrapándola entre las paredes húmedas y aquellas presencias dominantes. Joseline trató de hablar, pero su voz se quebró en un susurro casi inaudible.
—¿Quiénes… quiénes son ustedes?
El Alfa que estaba al frente dio un paso hacia ella. Su altura imponía respeto, y el brillo dorado de sus ojos revelaba lo que era: un depredador en su máximo esplendor.
—Somos lo que el destino reservó para ti —respondió con voz grave, cargada de certeza.
Otro Alfa, de cabello oscuro y gesto más áspero, ladeó la cabeza con una sonrisa peligrosa.
—No tengas miedo, pequeña. Si quisieran hacerte daño… ya no estarías de pie.
El corazón de Joseline latía con fuerza, mezclando miedo y un extraño magnetismo. Había algo en ellos que no podía rechazar, aunque cada instinto le gritara que corriera.
El líder extendió una mano hacia ella. La Omega dudó, miró su palma abierta y luego sus ojos. No entendía por qué, pero en el fondo de su ser supo que debía aceptarlo.
Sus dedos rozaron los de él y, al hacerlo, un calor intenso la recorrió como una corriente eléctrica. Sintió cómo algo despertaba en lo más profundo de su cuerpo, algo que siempre había estado dormido.
Los Alfas se miraron entre sí. Sí. Era ella. No había duda.
Joseline no lo sabía aún, pero en ese instante había sellado un destino imposible de romper.
******
El trayecto fue un torbellino de sensaciones. Joseline apenas comprendió cómo pasó de aquel callejón a un edificio majestuoso, oculto tras las calles más oscuras de la ciudad. El aire allí olía a poder, a territorio reclamado.
La llevaron hasta un salón amplio, con paredes de piedra y símbolos grabados que parecían arder bajo la luz de las antorchas. Había ecos de antiguas ceremonias en aquel lugar, de secretos que pesaban más que el silencio.
Uno de los Alfas habló, su voz implacable:
—Hace generaciones que la tradición lo dicta: la Reina debe ser encontrada antes de que el equilibrio se rompa.
Joseline lo miró confundida.
—¿Reina? Yo… no entiendo. Solo soy una Omega.El líder se inclinó hacia ella, sus ojos brillando con intensidad peligrosa.
—No eres cualquier Omega. Eres *la Reina*. La única capaz de dar vida a los nuevos Alfas que nacerán para enfrentarse a lo que viene. Sin ti, no habrá futuro.La joven retrocedió, el corazón golpeándole en las costillas.
—¿Engendrar…? ¿De qué están hablando?El Alfa más joven, con mirada profunda y voz más suave, intervino.
—No pienses en ello como una obligación. Es tu herencia, Joseline. Fuiste abandonada porque tus padres sabían que tu destino era más grande que ellos.La Omega sintió que las paredes se cerraban sobre ella. Su vida había sido miseria, abandono, soledad… y ahora esos hombres poderosos le decían que todo tenía un motivo. Que era la Reina de ellos.
Las antorchas parpadearon con una brisa invisible. Los Alfas se reunieron a su alrededor, formando un círculo solemne.
—Hoy hacemos el pacto —declaró el líder, alzando su mano derecha—. Desde este momento, la Reina no caminará sola. Su vida será nuestra vida. Su sangre, nuestro juramento. Su destino… nuestro deber.
Joseline tembló. No sabía si debía huir, llorar… o rendirse a la atracción feroz que sentía hacia ellos. El fuego de las antorchas iluminó su rostro al tiempo que los Alfas pronunciaban juntos las palabras que sellarían el pacto:
—La Reina es nuestra. Y nosotros, de ella.
La Omega comprendió entonces que ya no había marcha atrás.
El reino había cambiado.Las murallas que antes eran negras por el hollín ahora brillaban con piedra renovada. Las torres reconstruidas se alzaban hacia el cielo, orgullosas, como cicatrices convertidas en fortaleza.Joseline caminaba por las calles del mercado sin escoltas, solo con un manto sencillo que ocultaba la corona. Los aldeanos la reconocían igual, porque no hacía falta la joya dorada para saber quién era: las marcas en su piel, esos ríos de luz incandescente que surcaban sus brazos y cuello, hablaban por sí solos.Los niños la seguían con risas y ojos curiosos. Algunos extendían la mano para rozar las cicatrices doradas. Joseline se detenía, los dejaba tocar y se reía con ellos. Nadie retrocedía con miedo. Nadie susurraba la palabra “traidora”. Ahora esas marcas eran “las huellas del sol”, como las llamaban con cariño.Una anciana le ofreció una flor roja, nacida entre cenizas.—Mi Reina… este fuego ya no nos asusta. Nos da esperanza.Joseline sintió un nudo en la garganta.
El Consejo se reunió en la sala del trono. Afuera, el reino ardía en rumores: unos pedían que Joseline se uniera a un Alfa para estabilizar el poder, otros murmuraban que estaba maldita por el eco del Forjador.Joseline entró con paso firme. Las marcas doradas en su piel brillaban como brasas vivas.—Hablen —ordenó.Un consejero tembloroso se levantó.—El reino necesita certeza. Si no eliges un Alfa, si no aseguras un heredero… los clanes se rebelarán.Joseline avanzó hasta el centro, y el fuego se encendió a su alrededor.—No elegí el fuego, pero es mío. No elegí esta corona, pero ahora es mía. Y tampoco elegiré entre tres hombres que me juran lealtad. No pertenezco a ninguno de ustedes.Los tres Alfas la miraban en silencio: el joven con angustia, el oscuro con deseo, el líder con un respeto feroz.—Soy su Reina —continuó—. No su esposa, no su arma, no su trofeo. Si alguien cree que puede arrancarme el poder… que lo intente.Las antorchas se encendieron de golpe, iluminando los rost
La terraza estaba en silencio. El cielo ennegrecido todavía mostraba brasas de la última batalla.El líder Alfa estaba allí, de pie, observando las murallas. Joseline se acercó, y su sombra se reflejó junto a la de él.—El Consejo nunca me aceptará del todo —susurró ella.—El Consejo teme lo que no entiende —respondió el líder, sin mirarla—. Y tú eres algo que ninguno de nosotros comprende.Joseline respiró hondo.—¿Y tú? ¿Me comprendes?El líder finalmente giró la cabeza. Sus ojos dorados tenían ese brillo entre amenaza y respeto.—No. Pero te elijo, aunque no lo entienda.Sus labios se encontraron en un beso profundo, ardiente pero contenido, cargado de promesas no dichas.Pero al apartarse, Joseline vio una figura entre las sombras del patio: el Alfa oscuro, observando con los ojos encendidos de celos. No dijo nada. Pero su silencio fue más peligroso que cualquier palabra.******El guardián la llevó a los bosques prohibidos, a un santuario oculto donde las piedras aún ardían con r
La fortaleza ya no era un refugio, sino una jaula. Los consejeros conspiraban a plena vista, los guerreros murmuraban a sus espaldas, y los Alfas discutían sin descanso.Esa noche, Joseline despertó con un presentimiento oscuro. Se levantó y siguió un susurro en los pasillos. Encontró a dos consejeros reunidos con un mensajero de ceniza.—Esta será la última señal. Cuando el Forjador ataque, abriremos el portón principal.Joseline salió de las sombras, las llamas en su piel ardiendo como un sol.—¡Traidores!Los hombres intentaron huir, pero el fuego los alcanzó. Sus cuerpos se convirtieron en brasas en cuestión de segundos.El líder Alfa llegó corriendo, su rostro endurecido.—Joseline… ¿los ejecutaste sin juicio?Ella lo miró con rabia y lágrimas.—No eran consejeros. Eran asesinos. Y yo no necesito permiso para defender mi vida.El silencio entre ellos fue más pesado que las llamas. La línea entre Reina y verdugo se había borrado por completo.******El joven Alfa fue a verla al am
El castillo parecía un animal herido. Cada muro tenía grietas, cada pasillo tenía susurros, cada mirada un juicio contra Joseline. Esa mañana, mientras recorría la fortaleza, escuchó murmullos a sus espaldas: —La Reina responde al Forjador… —No es nuestra salvadora. Es su arma. Joseline apretó los puños. El fuego en sus venas chisporroteó con rabia. El líder Alfa la alcanzó en el corredor. —No escuches lo que dicen —gruñó—. Temen lo que no entienden. —Y tú… ¿también me temes? —preguntó Joseline, clavando sus ojos en los suyos. Él no respondió. Su silencio fue peor que cualquier palabra. ****** Esa noche, incapaz de dormir, Joseline buscó al guardián en los túneles. —Dime la verdad. ¿Estoy condenada a convertirme en él? ¿A ser como el Forjador? El encapuchado la miró con sus ojos de brasas apagadas. —El destino no está escrito… pero cada vez que luchas contra el fuego, lo fortaleces. Debes aceptarlo… o él lo tomará por ti. Joseline comprendió que, aunque quisiera escapar,
El castillo no dormía. Tras cada ataque, los pasillos se llenaban de susurros. Había quienes seguían jurando lealtad a Joseline… y quienes comenzaban a verla como el verdadero peligro.El líder convocó una reunión de emergencia.—Los Hijos de Ceniza no se mueven al azar. Alguien los guía. Alguien que conoce nuestras defensas.Un anciano consejero alzó la voz, temblando.—Ese enemigo… lo llaman El Forjador. Antaño fue un Alfa, pero traicionó a los suyos y se entregó a las sombras.Joseline sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El nombre despertó ecos en su fuego, como si ya lo conociera.******Esa noche, en el patio central, entrenó sola. Su fuego formaba espirales en el aire, obedientes, hermosos. Pero detrás del calor sintió una presencia.El Alfa oscuro apareció entre las sombras.—Cuidado, Reina. Si juegas con fuego… acabarás deseando quemarte.Se acercó hasta quedar a centímetros. El deseo en su mirada era tan ardiente como peligroso. Joseline no retrocedió. Por primera vez
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