CAPÍTULO 10

Los entrenamientos continuaban, más intensos que nunca. Joseline controlaba el fuego con precisión creciente, pero también sentía el precio: cada chispa parecía consumir algo dentro de ella.

Una tarde, durante un descanso, escuchó voces en un pasillo lateral. Se escondió entre columnas y vio al consejero de barba gris hablando con un mensajero encapuchado.

—Los Hijos de Ceniza esperan nuestras señales —murmuraba el consejero—. Cuando ataquen de nuevo, abriré las puertas desde dentro.

El corazón de Joseline se detuvo. ¡El traidor estaba en el castillo!

Quiso salir y acusarlo, pero el encapuchado se desvaneció como humo. Si hablaba sin pruebas, los consejeros podrían acusarla de inventar enemigos para consolidar su poder.

Al regresar a su habitación, el Alfa oscuro la esperaba, apoyado en la pared con esa sonrisa peligrosa.

—Estás nerviosa, pequeña. ¿Qué secreto escondes?

Joseline apartó la mirada. No podía confiarle lo que había visto. No todavía.

Pero esa noche juró en silencio que no permitiría que la traición consumiera a su gente.

******

El encapuchado guardián volvió a aparecer en los túneles.

—El enemigo no espera. El traidor ya abrió grietas en tu fortaleza. Debes prepararte.

Joseline lo miró con rabia contenida.

—¿Por qué no dices sus nombres? ¿Por qué me dejas cargar sola con esta verdad?

Él la sostuvo por los hombros.

—Porque nadie más debe saber que entrenas conmigo. Si los Alfas lo descubren, serás su enemiga antes que su Reina.

La cercanía era sofocante. Joseline sintió el calor de su fuego responder al suyo. Por un instante, las llamas rodearon sus cuerpos sin quemarlos.

El guardián la apartó de golpe, como si hubiera cometido un error.

—No confundas el fuego con deseo, Reina. Uno puede salvarte, el otro consumirte.

Pero Joseline ya no sabía dónde terminaba uno y empezaba el otro.

******

Al volver a su cuarto, el joven Alfa la esperaba.

—Te busqué toda la noche. ¿Dónde estabas?

Ella dudó, y en ese silencio, él la tomó del rostro y la besó. Fue un beso desesperado, ardiente, lleno de promesas y miedo.

Joseline respondió, aunque una parte de ella sabía que estaba jugando con llamas que podían incendiarlo todo.

Desde la penumbra, alguien observaba. El Alfa oscuro, sus ojos brillando de furia contenida.

******

La tensión en el castillo se volvió insoportable. Los guerreros se preparaban para un nuevo asalto, pero esta vez el peligro no llegó desde fuera… sino desde dentro.

En medio de la noche, las puertas de la fortaleza se abrieron de golpe. Decenas de Hijos de Ceniza irrumpieron en el patio, guiados por sombras que conocían cada rincón del lugar.

—¡El traidor abrió las murallas! —rugió un soldado antes de ser abatido.

El caos estalló. Los Alfas se lanzaron a la batalla, rugiendo como bestias, mientras Joseline encendía sus manos en llamas doradas.

En la confusión, vio al consejero de barba gris huyendo por los pasillos. Su furia estalló.

—¡Tú!

Lo persiguió hasta una torre. El hombre, acorralado, rió con amargura.

—¿De verdad creíste que una Omega podía gobernarnos? Cuando ardas, Reina, arrastrarás a todos contigo.

Joseline alzó las manos. El fuego respondió como un huracán. En un instante, el traidor quedó reducido a cenizas.

Cuando volvió al patio, exhausta, los Alfas la rodearon. La batalla aún rugía, pero sus miradas eran para ella. No por miedo al enemigo, sino a lo que acababan de presenciar: la Reina ejecutando con fuego a uno de los suyos.

El líder Alfa habló, con la voz grave y la mirada ardiente.

—Has cruzado un límite, Joseline. Ya no solo eres nuestra Reina… eres juez y verdugo.

El eco de esas palabras quedó grabado en su piel como otra corona de fuego.

******

La batalla terminó al amanecer. Los Hijos de Ceniza fueron repelidos, pero el patio estaba cubierto de cuerpos y hollín. Joseline permanecía en medio del desastre, con las manos aún ardiendo y el corazón latiendo como un tambor.

El consejero traidor era ceniza bajo sus pies. Nadie osó recoger sus restos.

—La Reina nos ha salvado —murmuró un guerrero con reverencia.

—La Reina nos ha condenado —replicó otro, temblando de miedo.

Esa dualidad la atravesó como una espada. Había actuado por instinto, por furia, y había matado a uno de los suyos. Ya no era solo víctima ni salvadora: era juez y verdugo.

******

En la sala de guerra, el Consejo se reunió con los Alfas. Las miradas estaban cargadas de reproche.

—No podemos permitir que la Reina use el fuego contra los nuestros —dijo un anciano.

—No podemos permitir que la Reina dude de usarlo —replicó el Alfa oscuro—. Si no hubiese quemado a ese traidor, estaríamos todos muertos.

El líder clavó sus ojos dorados en Joseline.

—Lo que hiciste era necesario… pero el miedo ya germinó. Y el miedo puede ser tan letal como el veneno.

Joseline apretó los puños. No pidió ser Reina, pero cada decisión la hundía más en un trono de fuego y cenizas.

******

Los días siguientes fueron un laberinto de silencios. Guerreros que antes le sonreían, ahora inclinaban la cabeza con temor. Consejeros que antes discutían, ahora callaban en su presencia.

Joseline se refugió en los túneles antiguos. Allí, el encapuchado la esperaba.

—Ahora entiendes —dijo, su voz grave—. El fuego nunca será aceptado. Te usarán hasta que les temas más que a sus enemigos.

Ella lo miró con rabia contenida.

—¿Y tú qué quieres? ¿Convertirme en un monstruo?

El guardián negó con la cabeza.

—Quiero que seas libre. El fuego no es de ellos, ni del Consejo. Es tuyo. Solo si lo aceptas por completo podrás sobrevivir.

Joseline cerró los ojos y dejó que él guiara su entrenamiento. Las llamas brotaron de sus palmas, formaron círculos, figuras, sin consumirla. Por primera vez, el fuego parecía danzar con ella en lugar de devorarla.

******

Pero esa noche, cuando regresó a su habitación, encontró al líder esperándola. Su mirada dorada era como un filo.

—No me mientas, Joseline. —Su voz era un trueno—. ¿Dónde has estado?

El fuego en su interior titiló de nerviosismo. Si confesaba la verdad, se arriesgaba a perderlo todo.

—Solo… necesitaba respirar.

Él la observó largo rato, como si pudiera leerle el alma. Finalmente, se acercó tanto que su calor la envolvió.

—Si alguna vez me ocultas un secreto, Reina… lo sabré.

Y con esas palabras se marchó, dejándola con el corazón ardiendo de miedo y deseo.

******

La calma duró poco. Una nueva patrulla regresó con apenas dos sobrevivientes.

—El enemigo no se repliega —jadeó uno de ellos—. Se multiplica. Y no luchan solos. Hay alguien que los dirige… alguien que sabe de nuestro fuego.

El Consejo estalló en discusiones, pero Joseline apenas escuchaba. En su pecho, el fuego latía con violencia, como si reconociera el nombre no dicho de ese enemigo.

Esa noche, los tres Alfas discutieron frente a ella.

—Debemos mantenerla bajo vigilancia constante —dijo el líder.

—Debemos dejarla luchar a nuestro lado —replicó el oscuro, su sonrisa peligrosa—. Solo su fuego nos da ventaja.

—Debemos cuidarla, no explotarla —gritó el joven, con la voz quebrada—. ¿No ven que la estamos consumiendo?

Joseline los escuchó en silencio, hasta que su paciencia se quebró.

—¡Basta! No soy un trofeo que repartir. Soy la Reina, y si quieren jurarme lealtad, será a mí, no entre ustedes.

El silencio fue absoluto. Por primera vez, los tres Alfas bajaron la cabeza. El juramento que alguna vez habían hecho unidos comenzaba a resquebrajarse.

******

Esa misma noche, Joseline soñó con fuego. No era el enemigo ni los Alfas: era ella misma, caminando sola en un reino reducido a cenizas, con la corona fundida en su piel como hierro ardiente.

Despertó gritando, con las sábanas en llamas. Y comprendió que su mayor enemigo podía no estar fuera de las murallas… sino dentro de ella.

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