La noche se cernió sobre la fortaleza con un silencio extraño, pesado, como si el aire mismo contuviera la respiración. Joseline no lograba dormir. El fuego en sus venas latía con fuerza, como si presintiera algo.
De pronto, un rugido desgarrador rompió la calma. No era el clamor solemne de los Alfas: era un sonido oscuro, animal, lleno de odio. Joseline se incorporó sobresaltada. En ese instante, las puertas de su habitación se abrieron de golpe. El Alfa de cabello oscuro apareció, con el rostro tenso y los ojos ardiendo de furia. —¡Nos encontraron! El eco de gritos y choques metálicos retumbaba desde el patio central. Joseline salió corriendo tras él, apenas consciente de que estaba descalza, su corazón desbocado en el pecho. La escena que encontró la heló hasta los huesos. Criaturas deformes, mitad hombres y mitad bestias, irrumpían en la fortaleza. Sus ojos brillaban en tonos enfermizos, y sus garras chasqueaban contra la piedra. Guerreros enemigos, creados para destruir. Los Alfas combatían con una ferocidad que parecía arrancada de otra era. El líder de ojos dorados rugía órdenes mientras derribaba a dos adversarios con la fuerza de un huracán. El más joven protegía la entrada, su cuerpo una muralla contra los invasores. Joseline, sin embargo, no era una guerrera. Se quedó paralizada, el miedo clavado en cada músculo. Una de esas criaturas la divisó y corrió hacia ella, la mandíbula abierta en un chillido monstruoso. El instinto tomó el control. El fuego en sus venas explotó. Joseline levantó las manos, y de su cuerpo brotó una llamarada intensa que envolvió a la bestia, consumiéndola en segundos. El hedor a carne quemada llenó el aire. Todos se detuvieron un instante. Incluso los Alfas. La mirada de Joseline, iluminada por las llamas, parecía la de un ser ancestral, un poder demasiado grande para su frágil figura. —¡La Reina! —bramó uno de los ancianos del Consejo, observando desde lo alto—. ¡Defiendan a la Reina! Los enemigos retrocedieron ante la visión de su fuego, pero no huyeron. Joseline, temblando, comprendió algo aterrador: no habían venido por el territorio Alfa. Habían venido por ella. El líder de ojos dorados la alcanzó y la tomó del brazo, obligándola a retroceder hacia el interior. —Ya no hay dudas —gruñó, su voz como un trueno—. Ellos saben lo que eres. Y no descansarán hasta verte muerta. ****** Cuando el último enemigo fue abatido, la fortaleza estaba cubierta de sangre y cenizas. Joseline observaba el desastre, con las manos aún ardiendo de calor. El Alfa más joven se acercó a ella, su mirada suave pero cargada de intensidad. —Tu fuego los detuvo. Sin ti… tal vez no lo hubiéramos logrado. Joseline apretó los labios, conteniendo las lágrimas. No quería ser un arma, no quería ser la razón por la que el enemigo atacaba. Pero sabía que no podía escapar. El fuego la había delatado. Su destino estaba marcado. ***** Los días posteriores al ataque se volvieron una prisión silenciosa. La fortaleza estaba más vigilada que nunca, los Alfas más tensos, y Joseline más atrapada. Cada rincón parecía recordarle que no era libre. El líder de ojos dorados se mostraba implacable. —No saldrás sin escolta. Si vuelven a intentarlo, serás su primer objetivo. Joseline apretó los puños. —No soy una niña para que me encierren. El Alfa se inclinó hacia ella, su voz baja, peligrosa. —No eres una niña, Joseline. Eres la Reina. Y eso te hace más vulnerable que nadie. Sus palabras la dejaron sin aire. La cercanía, el calor de su cuerpo, la intensidad de su mirada… todo era demasiado. Ella apartó la vista, temblando. ****** Esa noche, el insomnio volvió. Incapaz de soportar la opresión de los muros, Joseline salió al patio central. El cielo estaba despejado, y la luna bañaba la piedra con un resplandor plateado. Allí la encontró el Alfa más joven. Su mirada profunda parecía leer su angustia sin necesidad de palabras. —No estás sola —dijo en voz baja, acercándose—. Aunque así lo sientas. Joseline lo miró, y por primera vez permitió que sus defensas cayeran. —No sé si soy capaz de esto. Todos esperan tanto de mí… pero yo… yo no soy nadie. Él extendió una mano, rozando suavemente su mejilla. —Eres más de lo que crees. El fuego en ti no es una condena, Joseline. Es un regalo. El contacto fue como un relámpago. El calor entre ellos creció, más intenso que el fuego mismo. Por un instante, ella deseó rendirse a esa cercanía, a esa ternura peligrosa que la hacía olvidar todo. Pero antes de que pudiera moverse, una voz grave interrumpió desde las sombras. —Ten cuidado, hermano. El fuego de la Reina no es para jugar con él. El Alfa de cabello oscuro emergió, su sonrisa cargada de amenaza y deseo. —La tentación de poseerla nos va a consumir a todos. Joseline dio un paso atrás, con el corazón en un torbellino de emociones. Sabía que aquellos hombres eran sus guardianes, sus protectores… pero también sabía que la atracción que crecía entre ellos podía convertirse en un peligro tan grande como los enemigos que la acechaban. Y en ese instante, más que nunca, entendió que la verdadera batalla no solo estaba fuera de los muros… sino también dentro de ella.