VIVIENDO ENTRE ALFAS
VIVIENDO ENTRE ALFAS
Por: Angela-Rossi23
CAPÍTULO 1

La lluvia caía con violencia sobre las calles grises, golpeando el pavimento como si el cielo quisiera borrar la miseria que lo habitaba. Entre los callejones húmedos, el llanto de un bebé se mezclaba con el eco distante de sirenas y pasos apresurados. Nadie se detuvo a mirar. Nadie se detuvo a cargarla en brazos.

Joseline nunca recordaría aquella noche. Solo sabría, con el paso de los años, que sus padres la habían abandonado en una caja de cartón, con una manta raída y un colgante de plata como único recuerdo de su existencia.

El mundo no tuvo piedad con ella.

Creció como pudo, arrebatándole migajas a la vida: un pedazo de pan olvidado, una moneda lanzada al suelo, un rincón en el que dormir. La ciudad la moldeó con dureza, y aunque su cuerpo era frágil, su espíritu aprendió a resistir.

A los veintidós años, Joseline era una sombra entre sombras, invisible para la mayoría. Una Omega destinada al olvido, al silencio, a ser siempre menos. O eso pensaba… hasta aquella noche.

Los pasos resonaron en el callejón. Firmes, pesados, llenos de autoridad. Ella se tensó, instintivamente preparada para huir, pero no había salida. El aire cambió: un aroma fuerte, dominante, la envolvió por completo. No era un hombre. Eran varios.

Y entonces los vio.

Alfas.

Sus miradas la atravesaron como cuchillas, intensas, llenas de poder. No había ternura en sus ojos, pero tampoco indiferencia. Había reconocimiento, como si hubiesen encontrado algo que llevaban demasiado tiempo buscando.

Joseline retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared fría del callejón. El miedo le erizó la piel, pero junto a él nació una sensación extraña: una atracción imposible de ignorar, como si su cuerpo supiera algo que su mente aún no comprendía.

—Es ella… —murmuró uno de ellos, su voz grave vibrando como un trueno.

—Nuestra Reina.

Joseline sintió que el mundo se partía en dos. ¿Reina? ¿Ella?

Pero no hubo espacio para preguntas. El destino ya había elegido.

******

El callejón parecía encogerse a su alrededor, atrapándola entre las paredes húmedas y aquellas presencias dominantes. Joseline trató de hablar, pero su voz se quebró en un susurro casi inaudible.

—¿Quiénes… quiénes son ustedes?

El Alfa que estaba al frente dio un paso hacia ella. Su altura imponía respeto, y el brillo dorado de sus ojos revelaba lo que era: un depredador en su máximo esplendor.

—Somos lo que el destino reservó para ti —respondió con voz grave, cargada de certeza.

Otro Alfa, de cabello oscuro y gesto más áspero, ladeó la cabeza con una sonrisa peligrosa.

—No tengas miedo, pequeña. Si quisieran hacerte daño… ya no estarías de pie.

El corazón de Joseline latía con fuerza, mezclando miedo y un extraño magnetismo. Había algo en ellos que no podía rechazar, aunque cada instinto le gritara que corriera.

El líder extendió una mano hacia ella. La Omega dudó, miró su palma abierta y luego sus ojos. No entendía por qué, pero en el fondo de su ser supo que debía aceptarlo.

Sus dedos rozaron los de él y, al hacerlo, un calor intenso la recorrió como una corriente eléctrica. Sintió cómo algo despertaba en lo más profundo de su cuerpo, algo que siempre había estado dormido.

Los Alfas se miraron entre sí. Sí. Era ella. No había duda.

Joseline no lo sabía aún, pero en ese instante había sellado un destino imposible de romper.

******

El trayecto fue un torbellino de sensaciones. Joseline apenas comprendió cómo pasó de aquel callejón a un edificio majestuoso, oculto tras las calles más oscuras de la ciudad. El aire allí olía a poder, a territorio reclamado.

La llevaron hasta un salón amplio, con paredes de piedra y símbolos grabados que parecían arder bajo la luz de las antorchas. Había ecos de antiguas ceremonias en aquel lugar, de secretos que pesaban más que el silencio.

Uno de los Alfas habló, su voz implacable:

—Hace generaciones que la tradición lo dicta: la Reina debe ser encontrada antes de que el equilibrio se rompa.

Joseline lo miró confundida.

—¿Reina? Yo… no entiendo. Solo soy una Omega.

El líder se inclinó hacia ella, sus ojos brillando con intensidad peligrosa.

—No eres cualquier Omega. Eres *la Reina*. La única capaz de dar vida a los nuevos Alfas que nacerán para enfrentarse a lo que viene. Sin ti, no habrá futuro.

La joven retrocedió, el corazón golpeándole en las costillas.

—¿Engendrar…? ¿De qué están hablando?

El Alfa más joven, con mirada profunda y voz más suave, intervino.

—No pienses en ello como una obligación. Es tu herencia, Joseline. Fuiste abandonada porque tus padres sabían que tu destino era más grande que ellos.

La Omega sintió que las paredes se cerraban sobre ella. Su vida había sido miseria, abandono, soledad… y ahora esos hombres poderosos le decían que todo tenía un motivo. Que era la Reina de ellos.

Las antorchas parpadearon con una brisa invisible. Los Alfas se reunieron a su alrededor, formando un círculo solemne.

—Hoy hacemos el pacto —declaró el líder, alzando su mano derecha—. Desde este momento, la Reina no caminará sola. Su vida será nuestra vida. Su sangre, nuestro juramento. Su destino… nuestro deber.

Joseline tembló. No sabía si debía huir, llorar… o rendirse a la atracción feroz que sentía hacia ellos. El fuego de las antorchas iluminó su rostro al tiempo que los Alfas pronunciaban juntos las palabras que sellarían el pacto:

—La Reina es nuestra. Y nosotros, de ella.

La Omega comprendió entonces que ya no había marcha atrás.

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