CAPÍTULO 9

El castillo olía a humo y sangre. A pesar de la victoria, el ambiente era denso, cargado de desconfianza. Joseline caminaba por los pasillos sintiendo las miradas clavadas en su espalda. Algunos guerreros inclinaban la cabeza en respeto, pero otros apartaban los ojos con miedo.

En la gran sala, los consejeros discutían acaloradamente.

—Cada vez que ella lucha, nuestra gente muere —gruñó uno de barba canosa—. ¿Eso llaman salvación?

—¡Sin ella todos estaríamos cenizas! —respondió otro.

El líder Alfa interrumpió el caos con voz firme.

—Ella es la Reina. Y su fuego es lo único que mantiene vivo este reino.

Pero Joseline escuchó algo que heló su sangre: un consejero, creyendo hablar en voz baja, murmuró:

—El veneno falló. Habrá que buscar otro método.

La joven apretó los puños. Sabía ya con certeza que no todos en esas murallas estaban de su lado.

Esa noche, encerrada en su cuarto, la soledad pesó como una cadena. El joven Alfa fue a verla, y ella le confesó en un susurro:

—No confío en nadie aquí dentro… salvo en ti.

Él acarició su rostro, prometiéndole en voz baja:

—No permitiré que vuelvan a tocarte. Juro que, aunque me cueste la vida, nadie volverá a envenenarte.

Las palabras eran dulces, pero Joseline sabía que la guerra no se ganaba con promesas.

******

El encapuchado volvió a buscarla en la oscuridad. Esta vez, Joseline no dudó en seguirlo. Bajaron a túneles antiguos, ocultos bajo la fortaleza, donde las paredes estaban cubiertas de símbolos grabados en piedra.

—Aquí vivieron los primeros guardianes —explicó él—. Aquí se selló el Fuego Ancestral que ahora arde en ti.

Joseline recorrió con los dedos los símbolos. Sentía el calor vibrar en sus venas, como si las runas respondieran a su presencia.

—¿Por qué yo? ¿Por qué una Omega abandonada?

El guardián la observó en silencio, antes de revelar la verdad.

—No fuiste abandonada por tus padres, Joseline. Fuiste escondida. Los que te dejaron en aquel callejón lo hicieron porque sabían que eras la portadora del fuego. Querían salvarte de los mismos que hoy dicen protegerte.

Las palabras la golpearon como un rayo. Todo lo que creía sobre su origen era mentira.

—¿Insinúas que… mis padres aún están vivos?

El encapuchado no respondió, pero sus ojos encendidos fueron suficiente confirmación.

Joseline cayó de rodillas, las manos ardiendo. Su vida entera era un rompecabezas de traiciones. ¿Y si los Alfas sabían la verdad y la habían ocultado?

—Necesitas despertar todo tu poder —dijo el guardián, ofreciéndole una daga de obsidiana—. Con tu sangre, el fuego responderá.

Ella dudó, pero al tomar la daga sintió cómo las runas del muro brillaban en rojo y dorado. El fuego la rodeó, envolviéndola como un abrazo ancestral. Por primera vez, no sintió miedo: sintió control.

Y comprendió que, si alguien descubría lo que estaba aprendiendo en secreto, su vida correría aún más peligro que en el campo de batalla.

******

El amanecer la encontró con los Alfas en la sala de guerra. El mapa del reino estaba cubierto de marcas rojas: los Hijos de Ceniza se multiplicaban.

—Necesitamos movernos antes de que nos rodeen —gruñó el Alfa oscuro.

—No mientras ella no pueda controlar lo que lleva dentro —replicó el líder.

Joseline, cansada de escuchar cómo decidían por ella, golpeó la mesa.

—¡Soy yo quien lleva el fuego, y yo decidiré cómo usarlo!

El silencio cayó. Por primera vez, ella hablaba con la autoridad de una Reina.

El joven Alfa la miró con orgullo, pero el líder frunció el ceño.

—Si fallas, todos pagaremos el precio.

Ese día, Joseline entrenó bajo la vigilancia de los tres. Lo que ellos no sabían era que, gracias al encapuchado, ahora podía controlar el fuego con más precisión. Las llamas obedecían a sus emociones, a su voluntad, no a la furia que antes la consumía.

Pero la tensión entre los Alfas era insoportable. El joven la miraba con ternura, el oscuro con deseo, y el líder con una mezcla peligrosa de respeto y desconfianza.

Esa noche, al salir al balcón, Joseline lo sintió claramente: no solo estaba dividida entre el fuego y la profecía. También estaba dividida entre ellos, tres Alfas que podían salvarla… o destruirla.

Y en la sombra de los pasillos, alguien observaba todo con rencor: un consejero que había jurado que la corona jamás quedaría en manos de una Omega.

La traición ya estaba en marcha.

******

El salón de piedra estaba lleno de voces furiosas. Los consejeros gritaban, algunos exigiendo que Joseline fuera protegida, otros pidiendo que se la encerrara como un arma peligrosa.

—¡Cada vez que usa el fuego, nos acerca un paso más a la destrucción! —vociferó uno de barba gris.

—¡Mentís! —respondió otro—. Sin ella, ya seríamos cenizas.

Joseline permanecía de pie en el centro, con la corona brillando en su frente. Por primera vez, no bajó la mirada.

—No soy prisionera ni verdugo. Soy su Reina. Y quien no lo acepte… puede abandonar estas murallas.

El silencio cayó. Incluso los Alfas la miraron sorprendidos. La Omega abandonada había hablado como soberana.

Pero en las sombras, el consejero que había intentado envenenarla apretó los dientes. No se detendría. Si no podía matarla en secreto, la destruiría en público.

******

Esa noche, el líder Alfa fue a verla. La tensión entre ellos era insoportable.

—Hablas con fuerza, pero todavía dudas. —Sus ojos dorados la atravesaron—. El fuego no tolera la debilidad.

Joseline levantó el mentón.

—Y yo no tolero amenazas, ni siquiera de ti.

Por un instante, los dos estuvieron tan cerca que el aire se volvió fuego. El deseo y la furia se confundieron en sus miradas. No hubo beso, pero el roce de sus respiraciones fue suficiente para dejar a Joseline temblando mucho después de que él se marchara.

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