CAPÍTULO 5

El Consejo se reunió en la gran sala de piedra, iluminada por antorchas que proyectaban sombras inquietantes sobre los muros. Joseline fue escoltada hasta allí, aunque en su interior se resistía a ser tratada como una prisionera.

Los ancianos hablaban en murmullos, hasta que uno de ellos, de barba blanca y voz quebrada, se levantó.

—Los antiguos cantos lo anunciaron. Cuando el fuego regrese a la tierra, lo hará en el cuerpo de una Reina. Una mujer marcada por la llama que traerá equilibrio… o destrucción.

Joseline sintió un nudo en la garganta.

—¿Están diciendo que soy… esa mujer?

El anciano asintió solemnemente.

—Eres la portadora del Fuego Ancestral. El enemigo lo sabe. No buscan un territorio, buscan a la Reina de fuego, porque temen lo que puedes llegar a ser.

El líder de ojos dorados la observó fijamente, sin parpadear.

—Y si no aprende a controlarlo, no será nuestra salvación… sino nuestro final.

El silencio que siguió fue insoportable. Joseline temblaba. No quería ser salvadora ni verdugo, solo quería ser libre. Pero todos la miraban como si fuera un arma envuelta en piel.

******

Esa noche, a solas en su cuarto, pensó en la profecía. Si era verdad, entonces su vida ya no le pertenecía. El fuego en sus venas ardía más fuerte, como si quisiera recordarle que no había vuelta atrás.

******

Los días posteriores a la revelación se volvieron insoportables. Joseline sentía que los Alfas la vigilaban más de cerca, pero en sus miradas había algo más que deber.

El Alfa más joven, aquel que la había consolado en el patio, parecía debatirse entre la distancia y el deseo. Una tarde, mientras la entrenaban en el manejo del fuego, él no soportó más el silencio.

—No tienes que cargar esto sola —murmuró, sujetándole la muñeca cuando una llamarada se le escapó de las manos—. Déjame ayudarte.

Joseline lo miró, los ojos brillando de lágrimas contenidas.

—¿Y qué pasa si el fuego me consume? ¿Si me convierto en el monstruo que todos temen?

Él acercó su frente a la de ella, apenas un roce, pero suficiente para que el aire se encendiera entre los dos.

—Entonces arderé contigo.

Sus palabras fueron un golpe al corazón. Joseline sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies, que en ese instante no había profecías ni guerras, solo él y ella, unidos en un secreto imposible.

Pero antes de que el momento pudiera romperse en algo más, la voz del Alfa oscuro resonó desde las sombras.

—Hermano, juegas con fuego en más de un sentido.

Joseline se apartó, avergonzada, mientras el Alfa oscuro se acercaba con su sonrisa afilada.

—La Reina no es un consuelo ni un refugio. Es poder. Y el poder no se comparte, se domina.

El enfrentamiento entre los dos hermanos fue eléctrico. Joseline comprendió que su fuego no solo estaba desatando la guerra afuera, sino también encendiendo una guerra entre ellos.

******

La calma no duró mucho. Una patrulla regresó herida, con apenas la mitad de sus hombres vivos. Traían noticias inquietantes: el enemigo se movía cerca, demasiado cerca.

Joseline quiso salir a ver el bosque por sí misma, aunque le prohibieron hacerlo. El encierro la sofocaba, y necesitaba respirar. Así, aprovechando la oscuridad, escapó por un pasillo lateral y cruzó las murallas.

El bosque nocturno era un océano de sombras. Cada rama crujía bajo sus pies como un secreto. Pero en el silencio, sintió algo: una presencia. No la de un enemigo, sino algo más… familiar.

Una figura encapuchada emergió de entre los árboles. Su voz era ronca, casi quebrada.

—Reina del fuego… no todos los que te buscan desean tu muerte.

Joseline retrocedió, el fuego ardiendo en sus manos.

—¿Quién eres?

La figura levantó lentamente la cabeza, dejando entrever un rostro marcado por cicatrices.

—Soy quien conoce toda la verdad de tu fuego. Y si no escuchas ahora… será demasiado tarde.

Antes de que pudiera responder, un rugido Alfa resonó a lo lejos. Los guardianes habían notado su ausencia.

El encapuchado la miró con urgencia.

—Decide, Reina. ¿La verdad de tu fuego, o la seguridad de tu jaula?

Y con esas palabras, se desvaneció en la espesura, justo cuando los Alfas irrumpieron en el claro, furiosos al verla fuera de los muros.

El líder de ojos dorados la tomó por los hombros, apretando con rabia contenida.

—¡No vuelvas a poner un pie fuera de la fortaleza! ¿Quieres morir?

Joseline, con el corazón acelerado, apenas pudo susurrar:

—No… quiero saber quién soy.

******

La furia del líder Alfa apenas se contuvo aquella noche. Joseline pasó horas encerrada, el eco de su advertencia golpeando su cabeza. No vuelvas a salir. Pero más fuerte que el miedo era la voz del encapuchado: Soy quien conoce toda la verdad de tu fuego.

A la madrugada, cuando el castillo dormía, una sombra apareció dentro de su habitación. No hubo crujido de puertas ni pasos: simplemente estaba allí.

—No tengas miedo —susurró el encapuchado, dejando caer la tela que cubría su rostro—. No soy tu enemigo.

Joseline lo observó a la luz de la luna. Su piel estaba marcada por quemaduras, sus ojos tenían un brillo extraño, casi como brasas apagadas.

—¿Quién eres?

—Fui un guardián… del fuego que ahora arde en ti. —Se inclinó, mostrando una marca en el pecho, idéntica a la que ella tenía en la muñeca—. Hubo otra Reina antes que tú. Yo juré protegerla… y fracasé.

Joseline sintió que el aire se le cortaba.

—¿Qué le pasó?

—La profecía no miente. El fuego consume a quienes no lo comprenden. La Reina anterior ardió hasta morir. —Su voz se quebró—. Y con ella se fueron miles.

El silencio se hizo insoportable. Por primera vez, Joseline sintió verdadero terror de lo que llevaba dentro.

El encapuchado la miró con seriedad.

—Tu destino aún no está escrito. Pero si sigues confiando ciegamente en los Alfas… serás una reina prisionera, no una salvadora.

Joseline quiso responder, pero un ruido en la puerta la hizo reaccionar. El encapuchado desapareció en un parpadeo, como si el fuego mismo lo hubiese tragado.

Cuando los Alfas entraron, lo único que encontraron fue a Joseline temblando, con la marca de su muñeca brillando más que nunca.

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