El campo de batalla era un caos de gritos y cenizas. Los Hijos de Ceniza avanzaban como una plaga, sus cuerpos ennegrecidos resistían golpes que matarían a cualquier humano.
Joseline se encontraba en medio del torbellino, los tres Alfas a su alrededor cortaban, desgarraban y rugían como bestias, pero aun así la marea parecía infinita. De repente, un Hijo de Ceniza se abalanzó sobre ella. Sus garras casi rozaron su piel cuando, sin pensarlo, Joseline extendió su mano… y una llamarada salió de su cuerpo, envolviendo al enemigo en un fuego carmesí que lo redujo a cenizas en un segundo. Todos se detuvieron. Guerreros, Alfas y monstruos. El fuego de Joseline no era normal: ardía con un fulgor dorado, como si cada chispa llevara el poder de un sol. El Alfa joven, atónito, apenas pudo murmurar: —La Reina… ha despertado. ****** El enemigo no huyó. Al contrario, los Hijos de Ceniza rugieron con más fuerza, como si el fuego de Joseline los llamara. —¡Quieren tu poder! —gritó el líder de ojos dorados mientras cortaba a dos criaturas de un solo tajo—. ¡Eres la llave que ansían! Joseline sintió cómo la energía dentro de ella crecía sin control. Cada vez que gritaba, una ola de fuego barría a docenas de enemigos, pero cada ataque le dejaba más exhausta, como si su propia vida se consumiera con las llamas. El Alfa oscuro la sujetó por la cintura, evitándole caer. —No luches contra el fuego. Úsalo. Deja que te devore… o todos caeremos. Ella lo miró, jadeante. Y en ese momento lo entendió: el fuego no era un don… era un pacto. Una fuerza que exigía tanto como entregaba. Cuando volvió a alzar las manos, el cielo se encendió. Lluvias de fuego comenzaron a caer sobre los Hijos de Ceniza. El campo se convirtió en un mar de sangre y brasas. ****** La batalla duró horas. Cuando finalmente el amanecer comenzó a teñir el horizonte, los Hijos de Ceniza se retiraron, dejando atrás cuerpos carbonizados y un silencio pesado. Los guerreros humanos vitorearon, pero Joseline no sonrió. Sentía la piel ardiendo, la garganta rota y el corazón latiendo con un dolor desconocido. El líder Alfa se acercó, con la armadura destrozada y sangre en los labios. —Nos has salvado. Pero el precio… Joseline apenas podía mantenerse en pie. El Alfa joven corrió a sostenerla. —¿Qué le pasa? ¡Su pulso está débil! El Alfa oscuro miró sus manos cubiertas de hollín y fuego aún chisporroteando. —Cada vez que invoca las llamas, entrega parte de su vida. El silencio cayó entre ellos. Joseline comprendió que su destino no era solo gobernar… era arder poco a poco, consumida por el fuego que la hacía reina. ****** Tras la batalla, los Alfas convocaron un consejo de guerra. El gran salón estaba lleno de guerreros heridos, médicos y mensajeros. El aire olía a sangre y humo. —Los Hijos de Ceniza no se detendrán —dijo el líder de ojos dorados, golpeando la mesa—. Esta fue solo la primera ola. Vendrán más. El Alfa joven lo interrumpió: —¡Entonces debemos protegerla mejor! Ella no puede seguir exponiéndose así. El Alfa oscuro se rio con amargura. —Protegerla… ¿de qué sirve? Ella es el fuego. Sin su poder, todos estaríamos muertos. El líder se giró hacia Joseline. —Debes decidir, Reina. O te guardamos en el corazón del castillo, protegida pero encadenada… o sales al frente con nosotros y arriesgas tu vida cada vez que abras tus llamas. Joseline los miró uno por uno, viendo en sus ojos no solo devoción, sino miedo. Comprendió que su poder no solo era un arma… también era una condena para ellos. Respiró hondo y respondió con voz firme: —No seré prisionera de mi destino. Si debo arder, arderé en el campo de batalla, no en una jaula. El consejo enmudeció. La Reina había hablado. Y con esa decisión, sellaba no solo su futuro… sino el de todo el reino. ****** La noticia de la victoria corrió rápido, pero no todos celebraban. En los pasillos del castillo, nobles y consejeros murmuraban con recelo. —Una Omega… —escupió un consejero de barba canosa—. Una maldita Omega convertida en Reina. ¿Qué clase de reino se arrodilla ante eso? Otro, con voz baja, respondió: —¿Y qué haremos? Su fuego arrasó a los Hijos de Ceniza cuando ninguno de nosotros pudo. Si se le antoja, también podría quemar estas murallas y a todos dentro. El silencio se hizo. La sombra de la duda se instalaba. Joseline no lo sabía aún, pero dentro del castillo ya había quienes conspiraban para arrancar la corona de sus manos, aunque tuvieran que hacerlo con veneno o traición. ****** En la sala de estrategia, Joseline se sentó junto a los tres Alfas. El gran mapa del reino se extendía sobre la mesa, marcado con manchas rojas que representaban los lugares donde los Hijos de Ceniza habían aparecido. —Atacan en oleadas, siempre en la frontera —explicó el líder de ojos dorados—. Como si estuvieran probando nuestras defensas. El Alfa joven, con los brazos cruzados, gruñó: —No están probando… están esperando algo. Joseline acarició el borde del mapa. Un escalofrío recorrió su espalda. —Esperan por mí. Saben lo que soy. El Alfa oscuro la miró fijamente. —Entonces debemos adelantarnos. Ir hacia ellos antes de que vengan por ti. El consejo quedó en silencio. Ir hacia el enemigo significaba dejar el castillo vulnerable. Joseline lo comprendió en ese instante: la guerra no solo se ganaba con fuego, también con decisiones que podrían destruirlos desde adentro. ****** Esa noche, Joseline apenas probó la cena. El cansancio era demasiado fuerte y sus pensamientos giraban alrededor del mapa, de los ataques y de los secretos que pesaban sobre ella. Cuando alzó la copa de vino, un aroma extraño la hizo fruncir el ceño. El Alfa joven, sentado a su lado, la detuvo con un gesto rápido. —No bebas eso. Tomó la copa, la olfateó y luego la arrojó al suelo. El líquido chisporroteó como ácido sobre la piedra. Un murmullo recorrió el salón. El líder Alfa rugió, poniéndose de pie: —¡Alguien ha intentado envenenar a la Reina! El silencio se volvió insoportable. Miradas huidizas, manos temblorosas. Joseline sintió que el peligro ya no solo estaba afuera, sino dentro de las mismas murallas que debían protegerla. Por primera vez, comprendió que la corona que llevaba no solo la enfrentaba a monstruos de fuego y ceniza… también a los monstruos ocultos en los corazones humanos.