La fortaleza ya no era un refugio, sino una jaula. Los consejeros conspiraban a plena vista, los guerreros murmuraban a sus espaldas, y los Alfas discutían sin descanso.
Esa noche, Joseline despertó con un presentimiento oscuro. Se levantó y siguió un susurro en los pasillos. Encontró a dos consejeros reunidos con un mensajero de ceniza.
—Esta será la última señal. Cuando el Forjador ataque, abriremos el portón principal.
Joseline salió de las sombras, las llamas en su piel ardiendo como un sol.
—¡Traidores!
Los hombres intentaron huir, pero el fuego los alcanzó. Sus cuerpos se convirtieron en brasas en cuestión de segundos.
El líder Alfa llegó corriendo, su rostro endurecido.
—Joseline… ¿los ejecutaste sin juicio?
Ella lo miró con rabia y lágrimas.
—No eran consejeros. Eran asesinos. Y yo no necesito permiso para defender mi vida.
El silencio entre ellos fue más pesado que las llamas. La línea entre Reina y verdugo se había borrado por completo.
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El joven Alfa fue a verla al am