El amanecer bañaba el cielo de tonos rojos cuando Joseline fue conducida hasta el corazón del territorio Alfa. Aquel lugar no era un simple refugio: era un reino escondido entre sombras, protegido por guerreros que imponían respeto con solo su presencia.
En el centro, un altar de piedra se alzaba como testigo de generaciones de juramentos. Los símbolos grabados en él parecían arder con vida propia mientras los Alfas se reunían alrededor.
Joseline temblaba. No estaba vestida como una reina, sino con la misma ropa desgastada con la que había sobrevivido en las calles. Y, sin embargo, todos la miraban como si fuese la pieza más sagrada del universo.
El líder de los Alfas, de mirada dorada y porte indomable, se acercó con una corona forjada en plata y obsidiana. Sus ojos no mostraban compasión, sino certeza.
—Joseline —dijo, su voz retumbando como un trueno—. Ante nosotros, ante nuestros ancestros y ante el equilibrio que debemos proteger, te nombramos nuestra Reina. No porque lo quieras… sino porque lo eres.
El silencio reinó. El peso de esas palabras la aplastaba. Ella, una Omega abandonada, ahora era proclamada Reina de los seres más poderosos.
La corona rozó su frente y el mundo pareció detenerse. Un fuego interno, profundo y salvaje, despertó en su interior. Sintió como si mil voces ancestrales gritaran dentro de ella, reconociéndola.
Los Alfas rugieron al unísono, un clamor que hizo vibrar las paredes de piedra.
Joseline, con los labios entreabiertos y el corazón desbocado, entendió algo aterrador: no había vuelta atrás.Ella ya no era solo Joseline.
Ella era la Reina.******
La proclamación había terminado, pero el verdadero desafío apenas comenzaba.
Joseline cenaba en un largo salón junto a los Alfas. La mesa estaba repleta de carnes y copas rebosantes, pero ella apenas podía probar bocado. Sentía sus miradas sobre ella, quemándola.
Cada Alfa tenía una esencia distinta:
* El líder, de ojos dorados, la observaba con la intensidad de un rey que vigila a su reina.
* El de cabello oscuro, con sonrisa peligrosa, la miraba como a una presa tentadora. * El más joven, con mirada profunda y cálida, parecía querer calmarla, aunque el deseo ardía en su interior.El aire estaba cargado de tensión, una energía que la hacía estremecerse. Joseline no entendía por qué su cuerpo reaccionaba de esa forma. Su piel se erizaba con cada roce accidental, con cada respiración que rozaba demasiado cerca.
En un momento, uno de ellos se inclinó hacia ella, su voz grave rozando su oído:
—Eres nuestra Reina. Pero también eres nuestra tentación.
Joseline se congeló. El calor subió por sus mejillas, un calor que no provenía del fuego de las antorchas.
El silencio que siguió estuvo lleno de promesas no dichas.
Deseo. Poder. Peligro.Joseline supo que ser Reina no solo significaba cargar con un legado, sino aprender a sobrevivir a la intensidad de aquellos hombres que la habían reclamado como suya.
Y en el fondo… aunque no quisiera admitirlo, parte de ella lo deseaba también.
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El eco de los rugidos aún resonaba en su memoria cuando Joseline despertó en una habitación que parecía sacada de otro mundo: paredes de piedra, cortinas oscuras, un lecho amplio adornado con pieles. Todo demasiado majestuoso para alguien que había dormido en suelos fríos durante años.
Por un instante creyó que todo había sido un sueño. Pero la corona reposaba sobre la mesa, brillante como un recordatorio cruel: ya no era la huérfana de la ciudad. Era la Reina de los Alfas.
Un nudo apretó su garganta.
No lo había pedido. No lo había querido. Y sin embargo, estaba atrapada.Cuando salió de la habitación, los Alfas la esperaban. Sus miradas la siguieron como cuchillas, y cada gesto que hacía parecía evaluado, juzgado. El peso de esa responsabilidad se le clavaba en los hombros.
El líder habló con voz solemne:
—Ahora eres nuestra Reina. No puedes mostrar debilidad. Cada decisión tuya puede salvarnos… o condenarnos.Joseline tragó saliva. Nunca había sentido tanto miedo como en ese momento.
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Los días siguientes estuvieron marcados por un extraño silencio en la ciudad. Demasiado silencio.
Los Alfas se mantenían en guardia, olfateando el aire como si presintieran algo. Joseline los observaba en secreto, notando cómo su tensión crecía. No lo decían en voz alta, pero ella lo sabía: había un peligro acercándose.
Una noche, el estruendo de un aullido lejano heló la sangre de todos. No era un sonido común. Era un llamado de guerra.
Joseline sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Algo —o alguien— los estaba desafiando desde las sombras.
El Alfa de mirada dorada le explicó con tono grave:
—Nuestros enemigos saben que la Reina ha sido coronada. Para ellos, eso significa que el equilibrio volverá a inclinarse a nuestro favor. No lo permitirán.Ella apretó los puños. Nunca había sido fuerte, nunca había tenido poder… y sin embargo, ahora toda la manada dependía de su existencia.
El miedo estaba allí, pero también algo más. Un fuego extraño crecía en su interior, exigiéndole que dejara de ser víctima y empezara a luchar.
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El consejo de los Alfas decidió que había llegado el momento de sellar un pacto más profundo. Joseline debía participar en un ritual ancestral que uniría su destino al de ellos para siempre.
La llevaron a una sala circular iluminada por antorchas. En el centro, un cuenco de plata reposaba sobre un pedestal. Dentro, un líquido oscuro brillaba con un fulgor inquietante.
—Este es el Juramento de Sangre —explicó el Alfa más joven, con voz suave pero firme—. Si lo aceptas, nuestra fuerza será tuya, y la tuya, nuestra. Nadie podrá separarnos.
Joseline dudó. Todo su cuerpo temblaba, pero el instinto le decía que debía hacerlo.
Uno a uno, los Alfas cortaron sus palmas con un cuchillo ceremonial y dejaron caer gotas de sangre en el cuenco. El aire se llenó de una energía densa, casi sofocante.
Cuando llegó su turno, Joseline tomó la daga con manos temblorosas. El filo rozó su piel y la sangre cayó, roja y ardiente, mezclándose con la de ellos.
El líder sostuvo el cuenco y alzó la voz:
—Desde hoy, Reina y Alfas somos uno. Nuestra sangre nos une. Nuestra fuerza nos guía. Nuestra pasión nos consume.Joseline bebió el líquido, sintiendo cómo el fuego corría por sus venas. Casi se dobló de dolor, pero en ese mismo instante, una ola de poder la envolvió. Era como si el alma de cada Alfa hubiera entrado en ella.
Al abrir los ojos, sus pupilas brillaban con un resplandor extraño.
Ya no era la misma.
Ahora era parte de ellos.