Los entrenamientos se intensificaron. El líder de ojos dorados exigía más control, más fuerza. Joseline sentía que la estaban forzando, como si quisieran moldearla en un arma.
Una tarde, agotada, perdió el control. Una llamarada estalló en el patio, derrumbando parte del muro. Los guerreros corrieron a contener el fuego, pero fue inútil: las llamas obedecían solo a ella. —¡Basta! —gritó el Alfa oscuro, lanzándose sobre ella y sujetándola con fuerza. Sus manos ardían al contacto, pero no la soltó. Joseline gritó de dolor, el fuego saliendo de su piel como si tuviera vida propia. El joven Alfa, desesperado, la tomó del rostro. —¡Mírame, Joseline! Respira conmigo… tú no eres fuego, eres más que esto. Sus palabras fueron un ancla. Poco a poco, el fuego retrocedió hasta extinguirse en un último destello. Joseline cayó de rodillas, jadeando, mientras el patio entero la miraba con horror y reverencia. El líder de ojos dorados habló con voz grave: —Ya no podemos ocultarlo más. La Reina no está aprendiendo a controlar el fuego… el fuego la está eligiendo. Joseline levantó la vista. En los ojos de los guerreros ya no había simple respeto, sino miedo. Y ella lo sintió: si perdía el control una vez más, nadie sobreviviría. ****** Esa noche, incapaz de dormir, Joseline salió al balcón. El aire frío era un alivio para su piel ardiente. Pero no estaba sola: el Alfa más joven ya la esperaba allí. —Hoy casi mueres —dijo él, la voz cargada de rabia contenida—. No puedo seguir viéndote sufrir así. Joseline lo miró, el corazón latiéndole con fuerza. —Y no puedo seguir siendo su prisionera. Me usan, me entrenan, me moldean… pero nadie me escucha. Nadie. Él se acercó, apenas un paso, pero lo sintió como un abismo. —Yo te escucho. Siempre. El silencio que siguió fue un torbellino. Joseline temblaba, no por el fuego, sino por la cercanía de sus labios. Y antes de poder detenerse, se encontraron en un beso desesperado, ardiente, como si todo el peso de la profecía se deshiciera en ese instante. El mundo se detuvo. No había guerra, ni fuego, ni corona: solo dos corazones ardiendo juntos. Pero el Alfa oscuro, oculto entre las sombras, lo vio todo. Sus ojos brillaban de furia. —La Reina no pertenece a nadie —susurró para sí—. Y menos a ti, hermano. Con esa sentencia silenciosa, la guerra que ya ardía afuera comenzó también a gestarse en el corazón de los Alfas. ****** El beso había sido un secreto compartido… pero no para siempre. El Alfa oscuro no dijo nada esa noche, aunque en su mirada se dibujaba un odio silencioso. Al amanecer, Joseline fue llamada al salón principal. Los tres Alfas la esperaban, el aire tenso como si una tormenta invisible azotara las paredes. —Anoche —dijo el líder de ojos dorados con voz dura— alguien abandonó sus aposentos sin permiso. El Alfa joven bajó la cabeza, ocultando la verdad. Joseline lo miró, queriendo protegerlo, pero el Alfa oscuro habló antes: —No fue solo eso. Vi cómo se besaban. Vi cómo ella se entregaba. El silencio fue un cuchillo. Joseline sintió el calor subirle al rostro, una mezcla de vergüenza y furia. El líder la miró fijamente, con decepción en su mirada dorada. —Eres la Reina. Tu cuerpo no es un juego, Joseline. Es la esperanza de un pueblo. —Se levantó, golpeando la mesa con fuerza—. Y tú, hermano… me has traicionado. Los tres Alfas se miraron con rabia contenida. Por primera vez, Joseline comprendió que no eran una unidad indestructible: eran hombres divididos por su ambición, por ella, por el poder. Y en ese instante, supo que el verdadero peligro no solo estaba afuera… sino también dentro de sus muros. ****** Esa misma tarde, el encapuchado volvió a aparecer, esta vez en las ruinas del patio donde ella entrenaba sola. —Ya lo entiendes, ¿verdad? Ellos no luchan por ti. Luchan por lo que puedes darles. —Sus ojos ardían como brasas apagadas—. Pero tú no eres un vientre ni una corona. Eres fuego. Joseline lo observó, sin saber si temerle o confiar en él. —¿Qué quieres de mí? —Quiero que sobrevivas donde otros cayeron. La Reina anterior ardió porque nunca aceptó el fuego. Tú debes dejarlo ser. Se acercó y tomó su mano. De repente, imágenes invadieron su mente: ejércitos de criaturas cubiertas de ceniza, ojos rojos como brasas, avanzando contra murallas que ardían. Y en el centro, ella, envuelta en llamas, gritando. Joseline se apartó, aterrada. —¿Qué era eso? —El futuro —respondió el encapuchado con voz grave—. Los Hijos de Ceniza ya marchan. Ellos saben quién eres… y vendrán por ti. ****** La advertencia no tardó en cumplirse. Esa misma noche, el silencio fue roto por un rugido profundo, no humano. Los muros del castillo temblaron, las alarmas sonaron, y los guerreros corrieron a tomar sus armas. Joseline salió al balcón y lo vio: en la distancia, un ejército cubierto de cenizas avanzaba como una marea oscura. Sus antorchas iluminaban el cielo, y sus gritos eran como un lamento de ultratumba. —¡Los Hijos de Ceniza! —gritó un soldado— ¡Han roto la primera muralla! Los Alfas aparecieron casi de inmediato, armados y con los ojos brillando con furia. El líder de ojos dorados ordenó: —¡Protejan a la Reina! Pero Joseline no quiso esconderse. Sintió el fuego palpitar en su interior, deseoso de salir. El Alfa joven la sujetó del brazo. —Si sales ahora, puedes perder el control. Ella lo miró con determinación. —Y si no salgo… todos moriremos. El Alfa oscuro desenvainó su espada y sonrió con frialdad. —Entonces deja que el mundo vea de qué está hecha su Reina. Y juntos, salieron al campo de batalla. Joseline respiró hondo, dejó que el fuego ascendiera por su cuerpo… y cuando extendió los brazos, las llamas iluminaron la noche como si un sol hubiese nacido en medio de la guerra.