El castillo no dormía. Tras cada ataque, los pasillos se llenaban de susurros. Había quienes seguían jurando lealtad a Joseline… y quienes comenzaban a verla como el verdadero peligro.
El líder convocó una reunión de emergencia. —Los Hijos de Ceniza no se mueven al azar. Alguien los guía. Alguien que conoce nuestras defensas. Un anciano consejero alzó la voz, temblando. —Ese enemigo… lo llaman El Forjador. Antaño fue un Alfa, pero traicionó a los suyos y se entregó a las sombras. Joseline sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El nombre despertó ecos en su fuego, como si ya lo conociera. ****** Esa noche, en el patio central, entrenó sola. Su fuego formaba espirales en el aire, obedientes, hermosos. Pero detrás del calor sintió una presencia. El Alfa oscuro apareció entre las sombras. —Cuidado, Reina. Si juegas con fuego… acabarás deseando quemarte. Se acercó hasta quedar a centímetros. El deseo en su mirada era tan ardiente como peligroso. Joseline no retrocedió. Por primera vez, sostuvo su mirada con firmeza. —No soy tu tentación. Soy tu Reina. El Alfa sonrió, oscuro y fascinante. —Y algún día tendrás que decidir a quién de nosotros arderás primero. Antes de que pudiera responder, un rugido lejano interrumpió la tensión. Los Hijos de Ceniza se acercaban otra vez. ****** El amanecer encontró a la fortaleza envuelta en gritos y acero. El ejército del Forjador atacaba en masa, más numeroso y organizado que nunca. Joseline salió al campo de batalla con los tres Alfas a su lado. El joven Alfa la cubría con ferocidad, el oscuro se lanzaba como un depredador hambriento, y el líder rugía órdenes que hacían temblar a sus guerreros. Cuando un monstruo gigantesco la rodeó, Joseline alzó las manos y liberó una ola de fuego dorado que iluminó todo el cielo. La criatura cayó hecha cenizas, pero con cada ataque ella sentía cómo su cuerpo se desgastaba más. —¡No más! —gritó el joven Alfa, sujetándola por la cintura cuando sus piernas cedieron—. Te matará si sigues. —Si me detengo, a todos los matará él —jadeó Joseline, señalando al comandante enemigo. Allí estaba: el Forjador. Un Alfa desfigurado por cicatrices y fuego negro, sus ojos ardían como carbones encendidos. El líder gruñó: —Así que eres real. El Forjador sonrió con burla. —Y tú… has encontrado a tu Reina. Pobre niña. ¿No sabes que tu fuego ya me pertenece? Joseline sintió el calor en sus venas agitarse como si respondiera a él. Un vínculo oscuro, desconocido, la unía a ese monstruo. ****** El campo quedó en silencio tras la retirada del enemigo. El Forjador no luchó hasta el final; simplemente observó y se marchó, dejando una promesa en sus ojos rojos: volveré por ti. Joseline temblaba en sus aposentos. El fuego en su interior aún ardía, inquieto, como si hubiera reconocido al Forjador. —Él me conoce —susurró—. Sabe lo que soy. El joven Alfa quiso tranquilizarla, tomando sus manos. —No importa lo que diga. Eres nuestra, no suya. Pero el líder no fue tan indulgente. —El fuego respondió a él. Eso no podemos ignorarlo. Si estás vinculada al Forjador… podrías ser nuestra ruina. Joseline sintió la herida de esas palabras. —¿Dudas de mí? Él se inclinó, su voz baja como un rugido contenido. —Dudo del fuego, Joseline. No de ti. Pero si el fuego te elige a él… yo mismo te detendré. El silencio fue insoportable. Entre deseo y amenaza, el lazo con el líder se tensaba más que nunca. ****** Esa noche, Joseline huyó al túnel para buscar al guardián. —Dime la verdad —exigió—. ¿Quién es el Forjador? ¿Por qué siento que el fuego lo reconoce? El encapuchado la miró con ojos apagados. —Porque él fue el primero en portar lo que ahora corre en tus venas. El Forjador fue el guardián del fuego antes que yo… y fracasó. Su fuego se corrompió. Joseline sintió el suelo desvanecerse bajo sus pies. —¿Entonces… ese es mi destino? ¿Convertirme en él? El guardián no respondió. Y en ese silencio, Joseline entendió que la mayor amenaza no era la guerra, ni los consejeros, ni siquiera los Alfas que la rodeaban. Era el fuego mismo, latiendo dentro de ella, recordándole que el poder que salvaba… también podía devorarla. ****** El castillo estaba enlutado. Tras la última batalla, los pasillos se llenaron de heridas, gritos apagados y miradas cargadas de miedo. Joseline caminaba entre los heridos, sus manos temblando al ver cuerpos chamuscados por su propio fuego. Guerreros que la llamaban Reina, pero la miraban como a un dios peligroso. El líder Alfa la detuvo en el corredor. —Tu poder salvó más vidas de las que destruyó. —Su voz era dura, pero había un brillo extraño en sus ojos dorados—. Aunque no quieras admitirlo, eres lo que mantiene este reino en pie. Joseline apretó los labios. —¿Y si un día no puedo controlarlo? ¿Y si termino como él? —El nombre del Forjador se quedó atrapado en su garganta. El líder acercó su rostro al de ella, tan cerca que su respiración la quemó. —Entonces yo mismo pondré fin a tu fuego. No hubo dulzura en esas palabras, pero sí una promesa peligrosa. Joseline no supo si temerlo… o desearlo. ****** Esa noche, los muros del castillo retumbaron con un silencio espeso. No hubo ataques, no hubo rugidos en la distancia. Solo calma. Una calma demasiado sospechosa. Joseline se miró en el espejo de su cuarto y vio, por un instante, sus pupilas arder en rojo y dorado. No estaba perdiendo solo la paz. Estaba perdiendo los límites de sí misma. ****** El amanecer trajo discusiones. Los Alfas no podían dejar de enfrentarse por ella. —Necesitamos reforzar el norte, el Forjador ataca siempre desde allí —gruñó el líder. —No, debemos mover a Joseline a un refugio seguro —replicó el joven, desesperado—. Ella está agotada. —Seguro… o prisionera —rió el oscuro con burla—. ¿Qué prefieres, hermano? ¿Verla libre o verla nuestra? Joseline golpeó la mesa con fuerza, su voz firme: —¡Basta! No me esconderé. No me encerraré. Y tampoco seré el premio en su guerra absurda. Los tres la miraron, pero fue al joven Alfa a quien ella buscó con la mirada. La ternura de sus ojos era un bálsamo, un refugio que no se atrevía a aceptar. ****** Más tarde, en el patio, el joven Alfa se acercó mientras ella entrenaba con fuego. —No puedo seguir viéndote sufrir así. Déjame ser tu fuerza cuando no la tengas. Joseline lo miró, y la barrera que mantenía se rompió. El beso que compartieron fue intenso, desesperado, lleno de miedo y deseo. Por un instante, el fuego dentro de ella se calmó, como si él fuera la única persona capaz de domarlo. Pero desde las sombras, el Alfa oscuro observaba, con los ojos brillando de furia y obsesión. —El fuego no se comparte —susurró para sí—. Se domina. ****** La calma se quebró en medio de la noche. Joseline despertó con el pecho ardiendo y un murmullo en su cabeza. No era un sueño. Era una voz. "Ven a mí, Reina. Tu fuego no es de ellos. Es mío." Se levantó jadeando, y al asomarse al balcón, vio en la distancia un resplandor rojo. El Forjador estaba allí, observándola desde el bosque, sus ojos como carbones encendidos. —No… —susurró, llevándose una mano al corazón. El fuego dentro de ella respondió como un eco, latiendo al mismo ritmo que él. El joven Alfa entró corriendo, alarmado. —¿Qué sucede? ¿Qué viste? Joseline no pudo responder. No podía confesarle que su fuego vibraba al compás del enemigo, que cada día sentía más fuerte esa atracción oscura. ****** Horas después, en la sala de guerra, informó lo que había sentido. Los consejeros se estremecieron, los guerreros murmuraron con miedo. —Si está conectada al Forjador… —dijo un anciano—, entonces nunca será nuestra salvación. Será suya. El líder rugió, imponiendo silencio. —Cállense. Mientras yo viva, nadie la tocará. Pero en sus ojos dorados había duda. Y Joseline lo supo: si llegaba el día en que el fuego la arrastrara al lado del Forjador, el primero en levantar la espada contra ella sería aquel que decía protegerla.