Mundo ficciónIniciar sesiónCyrus Leroux lo tiene todo: dinero, poder, un atractivo sin igual y un encanto descarado con el que ha seducido a cada secretaria que ha pasado por su oficina. Arrogante, cínico y mujeriego empedernido, se ha convertido en la pesadilla de su padre, Louis Leroux, dueño del imperio familiar, quien ya no soporta ver cómo los escándalos de su hijo ensucian el apellido y la reputación de la empresa. Decidido a ponerle un alto, Louis contrata a la secretaria menos seductora del planeta: Stella Davison. Nada en ella encaja con el perfil de mujeres que Cyrus suele devorar con la mirada: gafas enormes, ropa holgada y anticuada, peinados desastrosos y una apariencia que parece sacada de otra época. Cyrus la considera un chiste… hasta que descubre que Stella no es la clase de mujer que puede controlar con una sonrisa o una frase trillada. Sarcasmo por sarcasmo, ingenio contra arrogancia, Stella se convierte en la primera mujer capaz de desafiarlo y de verlo tal como es: un hombre vacío que se esconde tras su propio ego. Pero lo que Cyrus desconoce es que, bajo aquella fachada descuidada, Stella guarda un secreto oscuro que la llevó a huir de la belleza y a ocultarse del mundo. Entre enfrentamientos divertidos, momentos de tensión y verdades dolorosas, Cyrus aprenderá que la verdadera belleza no está en un rostro perfecto… y que quizás, por primera vez, ha encontrado a la única mujer que no puede comprar, ni conquistar, ni olvidar.
Leer másLa luz grisácea de la madrugada comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Stella abrió los ojos lentamente. Tardó un segundo en recordar dónde estaba. Tardó otro en sentir el calor firme que la rodeaba. Pero cuando finalmente lo hizo, la paz se le derramó por todo el cuerpo. Cyrus estaba ahí. Dormido. Tranquilo. Con un brazo firme rodeándole la cintura y el rostro apoyado en el hueco de su cuello, respirando suave, profundo, como si estar así fuera su estado natural. No se movió. No quiso romper ese momento. Solo lo observó dormir, sintiendo una calma tan intensa que casi la mareaba. Su pecho subía y bajaba al ritmo de una respiración lenta, pesada, satisfecha. El cabello se le caía un poco sobre la frente y Stella tuvo la tentación de apartárselo, pero temió despertarlo. Se quedó quieta, guardando la imagen para siempre en su memoria. Ella jamás había amanecido así con nadie: completamente desnudos, tan abrazados, tan íntimamente conectados y tan satisfecha, sexualmente habl
De una patada, Cyrus abrió la puerta de la habitación. Sus manos estaban sujetando a Stella por la cintura y la espalda, mientras su boca continuaba devorando la de ella. Las manos de Stella lo asían por la nuca y pequeños gemidos de placer se escapaban de su garganta y morían en la boca de él. El placer y el deseo que se entrelazaban en su cuerpo y en su sistema en aquel momento, eran tan intensos que Stella no podía pensar en más nada que no fuera todo eso que Cyrus le hacía sentir. En ese instante, dentro de esas cuatro paredes, todo dejó de existir alrededor, especialmente el pasado. Lo único que importaba era ese presente, eran ella y él... amándose libremente, sin ataduras, sin miedos. Cyrus llegó hasta el frente de la cama, dejó de besarla y la bajó al suelo, poniéndola en pie, de frente a él. Se separó apenas un poco, para poder verla bien. Se miraron a los ojos, dejándose llevar por las emociones que se palpaban en el aire. Los pechos de Stella se movían al compás de
Stella se inclinó y posó sus labios sobre el hombro desnudo de Cyrus. El beso no fue gran cosa, apenas un suave toque de sus húmedos labios contra la piel ardiente. El contacto fue breve, ligero. Cualquiera habría dicho que algo ordinario, pero para Cyrus lo fue todo. Stella continuó inclinándose, dejando más de esos besitos ordinarios por su piel y él sintió que con cada uno de ellos moría lentamente. Joder. Era tan dulce. La clase de dulzura adictiva que no había encontrado nunca en ninguna otra mujer. Pero no era solamente su dulzura lo que lo tenía perdido. Era la absoluta pureza e inocencia de sus besos. Cyrus nunca había experimentado nada igual. Estaba duro como el hierro y lo único que deseaba era arrancarle la ropa y poseerla. Pero no lo haría, por más deseoso y desesperado que estuviera. Imagina semanas sin probar el azúcar: ni uvas, ni naranjas, nada... Y entonces muerdes la fresa más deliciosa que Dios haya creado jamás... La sangre le latía en las venas. S
Cyrus parpadeó, con una mezcla de sorpresa, impresión e incrudulidad. —¿Estás...? ¿Tú estás segura de lo que estás diciendo, Stella? —le preguntó. —Sí. Lo estoy, Cyrus. Lo estoy —respondió ella y agarró puñados del cuello de su chaqueta, para atraerlo hacia sí y darle otro beso, más suave, más lento, pero tan intenso como para demostrarle que lo que decía era verdad—. Ya no tengo miedo porque sé que no tengo que tener miedo de ti. Me siento segura contigo y quiero tenerlo todo contigo... quiero vivir todas las emociones contigo y quiero tener una relación completamente normal y sana contigo. Cyrus tragó. Le dedicó una mirada cariñosa y le acarició la cabeza, apartándole el cabello de la cara. —No sé qué decir —admitió, sonriendo nervioso. Absurdamente, Cyrus Leroux estaba nervioso. Tantas mujeres, tanta experiencia y ahora, con la mujer de la cual estaba enamorado, se sentía nervioso ante ese gran momento que había estado esperando. —No digas nada. No tienes que hacerlo —d
Cuando la jornada laboral finalizó y Stella subió al coche de Cyrus, sentía que el corazón le latía más rápido de lo normal. Aún podía sentir la voz calmada de la doctora resonando en su mente, empujándola suavemente hacia un lugar al que nunca había creído poder llegar. Cyrus la observó apenas cerró la puerta, notando de inmediato el nerviosismo en ella. La verdad era que Stella había estado actuando algo nerviosa desde que regresó de su terapia, pero él no había querido ser invasivo con ella, preguntándole qué sucedía. Quería que fuera ella quien se lo contara. Sin embargo, llegó a un punto en el que la desesperación pudo más y necesitó respuestas cuanto antes. —¿Todo bien? —preguntó, con ese tono que solo usaba para ella, suave, casi acariciando cada palabra. Stella asintió, aunque no del todo convencida. —Sí… bueno, no sé. Hay algo que quiero hablar contigo. Cyrus puso en marcha el coche, pero no arrancó enseguida. Apoyó una mano en la palanca de cambios y giró un poco
Una vez más, Stella estaba sentada frente al enorme ventanal del consultorio de su terapeuta. Se descubrió observando cómo las hojas de los árboles se movían con suavidad; ese movimiento leve, constante, la tranquilizaba un poco. Era como si la naturaleza respirara por ella en los momentos en los que sentía que a ella le faltaba el aire. —Te noto inquieta hoy —comentó la terapeuta con su voz suave, mientras tomaba asiento en su sillón de cuero gris claro. Stella sonrió con timidez. Tenía los dedos entrelazados, los pulgares chocando una y otra vez, nerviosos. —Es que… no sé cómo empezar. —Empieza por donde puedas —respondió la doctora, siempre paciente—. No hay prisa. Stella asintió, tragó saliva y bajó la mirada. —Creo que… creo que estoy empezando a querer algo —dijo finalmente—. Algo que me da miedo admitir. La doctora no dijo nada enseguida. Solo la observó con atención y un gesto cálido que invitaba a continuar. —Es sobre Cyrus —prosiguió Stella, sintiendo cómo la
Último capítulo