Una vez más, la mañana había amanecido tibia y gris en la ciudad, como si el cielo quisiera quedarse en silencio antes de dar paso a otro día. Stella Davison se encontraba en su pequeño apartamento del barrio norte, sentada en la mesa de la cocina, una taza de té humeante entre las manos, revisando su teléfono. La luz del sol apenas penetraba las cortinas gastadas, y en la habitación flotaba un aroma suave de lavanda mezclado con café.
No era un día especial, salvo por la rutina que Stella había convertido en un hábito: despertar temprano, preparar su té, revisar ofertas de trabajo y decidir si alguna merecía su atención. Hoy, sin embargo, había algo diferente. Entre las notificaciones de empleo apareció un anuncio que hizo que sus dedos se detuvieran y su respiración se hiciera más pausada. «Grupo Leroux Holdings busca secretaria ejecutiva». El texto era breve, directo y elegante, con las exigencias típicas de cualquier puesto: experiencia administrativa, discreción, organización impecable, dominio de idiomas… pero ninguna mención sobre belleza, juventud o buena apariencia, cualidades que siempre se exigían para esos puestos. Stella lo leyó varias veces. Había algo en esas palabras que parecía resonar en ella. Quizá fuera la curiosidad, quizá una sensación difícil de describir, como si aquel puesto fuera una puerta cerrada que ella necesitaba abrir. Tenía motivos personales para querer acercarse a ese mundo. No era solo un empleo. Era una oportunidad. Y también un desafío, pues sabía que Leroux Holdings era una de las empresas más importantes, no solamente de la ciudad, sino del país entero. Se levantó lentamente, dejando la taza sobre la mesa, y caminó hacia el espejo del pasillo. Observó su reflejo: cabello castaño recogido con mechones sueltos cayendo sobre su rostro, gafas grandes que acentuaban sus ojos marrones, una blusa sencilla y una falda larga que no hacía justicia a ningún canon de belleza, sino a su propia necesidad de pasar inadvertida. Mirándose a sí misma, se preguntó si aquella apariencia sería un obstáculo. No obstante, respiró hondo y decidió intentarlo. No tenía nada que perder. Durante la hora siguiente se preparó con una calma casi ceremoniosa. Revisó su currículum, repasó mentalmente posibles respuestas y eligió su ropa: unos mocasines negros, un chaleco a cuadros en tonos beige, café y negro, una camisa blanca de botones y mangas largas, y una falda plisada beige que le llegaba hasta la mitad de la pantorrilla. Además, la ropa le quedaba muy holgada, eran como dos o tres tallas más grande de lo que realmente debería llevar. Al salir de su apartamento, el tráfico ya llenaba las calles. El ruido, la prisa de la ciudad, parecían envolverla en una burbuja invisible. Llegó frente al edificio de cristal del Grupo Leroux Holdings. Era imponente: cuarenta y siete pisos de vidrio pulido, acero y mármol, una estructura que brillaba con autoridad bajo la luz del sol. El vestíbulo era un mundo aparte, un espacio vasto, impecable, lleno de plantas altas, pisos de mármol blanco y paredes adornadas con arte moderno. El aire olía a café recién hecho y a perfume caro. Stella sintió que el corazón se le aceleraba. Caminó hacia recepción, donde una recepcionista elegante tomó su nombre y lo anotó en una libreta. No tardó mucho antes de que un asistente la guiara hacia una sala privada para entrevistas. Él mismísimo Louis Leroux la esperaba allí. A su lado, Andrew Collins observaba con discreta atención. Louis era alto, de porte impecable, vestido con un traje gris oscuro hecho a medida. Tenía el cabello plateado cuidadosamente peinado hacia atrás y una mirada incisiva que parecía escudriñar cada detalle. Stella sintió que sus manos se enfriaban, pero mantuvo la calma. —Señorita Davison —dijo Louis con voz profunda—. Por favor, tome asiento. Stella obedeció, midiendo cada paso. Andrew, en silencio, permanecía de pie junto a la pared, observándola con atención profesional. Louis la examinó lentamente. No hizo comentarios, solo la estudió como si evaluara un objeto raro y curioso. —No es el tipo de perfil habitual —dijo finalmente—, y precisamente por eso me interesa. —Su mirada la recorrió—. No necesito una secretaria que sea una copia perfecta de la anterior. Necesito alguien que piense, que vea más allá de lo evidente. Usted parece… diferente. Stella contuvo una leve sonrisa. —Aprecio sus palabras, señor Leroux. No me considero alguien común. Louis asintió, casi imperceptiblemente, y dirigió una mirada a Andrew. El asistente hizo un leve gesto, como dando por aprobada la candidatura. Louis volvió a mirar a Stella. —Puede empezar cuanto antes. —Su voz fue firme, inapelable—. Mañana mismo. Stella parpadeó, desconcertada. —¿Qué? ¿Estoy contratada? ¿No va a...? —No. Usted es perfecta para ser la nueva asistente de mi hijo, Cyrus Leroux, señorita Davison. Antes de que Stella pudiera reaccionar, Andrew le indicó el camino hacia la salida para las formalidades, pero ella no pudo evitar levantar la vista. Louis la miró un instante más, como midiendo si aquella elección sería acertada. Y entonces, la entrevista terminó. Salió de la sala con una mezcla de emoción y nerviosismo, esperando empezar cuanto antes. [...] Al día siguiente, Stella ya se había instalado en su puesto desde muy temprano. Recogió los documentos importantes que su jefe debía revisar y firmar y entró a su oficina para dejarlos sobre el escritorio. Él todavía no llegaba y ella quería que él no perdiera tiempo pidiéndole las cosas. Al salir de la oficina, Stella caminaba con paso tranquilo, absorta en sus pensamientos, revisando mentalmente lo que le esperaba. No vio venir a Cyrus Leroux cuando abrió la puerta, se giró para revisar que no hubiera nada que hacer allí adentro y dio dos pasos atrás para poder salir y cerrar la puerta. Él venía absorto en su teléfono y tampoco la había visto. Fue un segundo, apenas un roce: chocó contra la espalda de ella sin previo aviso. —¡Vaya! —dijo con un tono seco, mirando su figura de espaldas—. Disculpe, abuelita, pero creo que se ha equivocado. Aquí no es el asilo de ancianos. Esto es el Grupo Leroux Holdings. Stella se giró lentamente. Sus gafas grandes, el cabello desordenado y su ropa holgada hicieron que Cyrus arquease una ceja con evidente desdén. Ella no se inmutó del todo, pero sus ojos brillaron con una mezcla de sorpresa y cautela. —¿Qué hace usted aquí? —preguntó Cyrus con voz grave y cargada de ironía, cruzando los brazos. Era imposible no notar su presencia: más de metro noventa, cabello rubio perfectamente peinado con ligeras ondulaciones, rasgos cincelados, ojos verdes como esmeraldas y un cuerpo trabajado que imponía incluso en reposo. Vestía impecable, como un rey moderno. —Soy la nueva secretaria de Cyrus Leroux —respondió Stella con calma, mirando directo a sus ojos. Cyrus soltó una carcajada breve, más una mezcla de incredulidad y burla. —Debe estar equivocada —dijo, inclinándose ligeramente hacia ella—. Jamás contratarían a una mujer tan fea como mi secretaria. Recursos Humanos sabe muy bien qué tipo de asistentes debo tener. Stella levantó apenas una ceja. —No hay equivocación. El mismo señor Leroux me contrató el día de ayer. Cyrus la miró como si hubiera escuchado algo ridículo. Su sonrisa se volvió irónica, cruel. —Eso debe ser una broma, ¿verdad? —preguntó, y su tono se cargó de sarcasmo—. ¿Louis Leroux? ¿Contratar a alguien así? No, no puedo permitirlo. —¿Y por qué no? —preguntó Stella, su voz serena, sin defensa pero tampoco sumisa—. ¿Qué hay de malo en mí? Cyrus dio un paso atrás, estudiándola de arriba abajo con una mezcla de desdén y diversión. —Porque no encaja en lo que necesito. Y no voy a tolerar que me impongan algo así. Ella lo miró unos segundos en silencio, como midiendo si debía replicar, hasta que decidió que debía defenderse. —Soy tan capaz como cualquier otra, si no más. Probablemente soy la asistente administrativa más rápida y eficiente que tendrá. También soy muy buena comunicadora y se me da muy bien dirigir y trabajar en equipo. Así que no puede solo echarme un vistazo y juzgar si soy lo que necesita o no, porque se equivoca y se lo demostraré. Una sonrisa torcida se dibujó en el rostro de Cyrus. Pero antes de que pudiera decir algo, Louis apareció al final del pasillo y habló: —¿Qué pasa, Cyrus? ¿Tienes algún problema con la nueva asistente que yo mismo he contratado? Cyrus le dirigió una mirada desafiante, como diciendo que él no aceptaría la imposición. Louis cruzó los brazos. No hizo comentario alguno. Simplemente sostuvo la mirada de su hijo, firme, decidido. En ese instante, Stella sintió una tensión invisible entre los dos hombres. Una tensión que no era solo por ella, sino por algo mucho más profundo. Louis no dijo más. Caminó junto a Andrew hacia su despacho, dejando a Cyrus y Stella frente a frente en el pasillo. El silencio se cargó de promesas no dichas. Cyrus respiró hondo, enderezándose la corbata, y se inclinó hacia Stella amenazadoramente. —Esto no ha terminado —dijo con voz baja—. Y créame, señorita… haré hasta lo imposible para que no dure mucho en el puesto. Se irá antes de que pueda acomodar su trasero en esa silla. Stella le lanzó una mirada fugaz, sin rastro de miedo, solo un leve atisbo de curiosidad.