Diez años después...
La mañana había comenzado con el cielo gris sobre la ciudad de Nueva York. Desde el piso cuarenta y siete del edificio Leroux, la vista parecía una pintura en tonos de acero y plata. Dentro de la oficina principal, Louis Leroux sostenía una taza de café negro, leyendo en silencio un informe de operaciones. Todo estaba en orden: las cifras eran sólidas, el crecimiento sostenido, y el nombre de su empresa seguía figurando entre los conglomerados más poderosos del país. Todo, excepto por un detalle que no podía medirse en porcentajes ni balances: su hijo. A unos metros de él, Andrew Collins, su asistente personal desde hacía más de tres décadas, permanecía de pie con su habitual postura impecable. Era un hombre de mediana edad, de cabello entrecano y modales sobrios. Su eficiencia era legendaria en la compañía, así como su lealtad inquebrantable al patriarca Leroux. En sus manos sostenía una revista doblada por la mitad, que había llegado esa misma mañana con el correo interno. Andrew no solía interrumpir el trabajo de su jefe a menos que fuera absolutamente necesario, pero en esa ocasión lo consideró inevitable. —Señor Leroux —dijo con voz grave—, tal vez quiera ver esto. Louis alzó la mirada por encima de las gafas. —¿Qué es? —Una publicación de Society & Business Weekly. La última edición. Me temo que... el artículo principal involucra a su hijo. Louis extendió la mano con gesto cansado. Andrew le entregó la revista abierta en la página señalada. El titular, en letras gruesas y brillantes, pareció saltar de la hoja para golpearlo en el rostro: CYRUS LEROUX: EL HEREDERO MÁS ESCANDALOSO DEL MUNDO CORPORATIVO Louis bajó la mirada al texto y comenzó a leer. **Extracto de Society & Business Weekly** [[Los rumores vuelven a rodear al atractivo y polémico heredero del Grupo Leroux. Según fuentes cercanas a la compañía, Cyrus Leroux habría mantenido una relación “más que profesional” con su asistente personal, la señorita Nikki Walters, quien abandonó la empresa hace dos semanas en circunstancias sospechosas. >Una fuente interna asegura que Walters no sería la primera en formar parte de la lista de mujeres que han pasado por la cama del codiciado empresario. Se rumorea que Louis Leroux, presidente del grupo, habría intervenido personalmente para evitar que el escándalo trascendiera, ofreciéndole a la señorita Walters una generosa compensación económica a cambio de su silencio. Pero, al parecer, el trato no fue tan satisfactorio como se esperaba. >Este nuevo episodio reaviva el debate sobre si el heredero está realmente preparado para asumir la dirección del conglomerado familiar o si su vida privada, marcada por excesos y conquistas, terminará por manchar la impecable reputación del apellido Leroux.]] Louis cerró la revista de golpe. El sonido seco resonó en el despacho, rompiendo el aire con una tensión inmediata. Durante un instante, no dijo nada. Solo se quedó mirando la tapa con el rostro endurecido, los labios apretados en una línea que hablaba por sí sola. Finalmente, dejó escapar un suspiro que no logró disimular su furia. —Parece que el cheque que le entregamos a esa tal Nikki Walters para que se callara la boca no sirvió de nada —dijo con voz contenida, casi un gruñido. Andrew se mantuvo erguido, las manos cruzadas detrás de la espalda. —Puedo ponerme en contacto con el departamento legal, señor. Si desea, podemos preparar un comunicado para neutralizar la publicación. O podría pedir a relaciones públicas que maneje los rumores. Louis negó despacio con la cabeza. —No, Andrew. No esta vez. —Su mirada se endureció—. Esto es algo que debo cortar de raíz. Dejó la taza de café sobre el escritorio, tomó la revista bajo el brazo y se levantó con la solemnidad de quien se dispone a dictar sentencia. Andrew, en silencio, se apartó un paso para abrirle la puerta. El sonido de los pasos de Louis retumbó en el pasillo como un eco de autoridad. Los empleados del piso ejecutivo, al verlo pasar con el rostro sombrío, se enderezaron en sus asientos y fingieron estar absortos en el trabajo. Nadie, absolutamente nadie, deseaba cruzarse con él en ese momento. Llegó al despacho de su hijo y se detuvo frente al escritorio de la asistente. Vacío. Ni rastro de la joven que había sido contratada recientemente. La silla girada, una taza de café a medio terminar y una libreta abierta eran los únicos testigos de su ausencia. Louis frunció el ceño. —Por supuesto… —murmuró entre dientes. Sin tocar ni anunciarse, giró el pomo de la puerta y entró. Lo que vio hizo que la sangre se le subiera a la cabeza. Detrás del escritorio, Cyrus Leroux —su hijo, el heredero y la vergüenza de la familia— tenía a la nueva asistente apoyada contra la mesa, con los pechos fuera de la blusa, la falda subida hasta la cintura y Cyrus entre sus muslos, dando todo de sí. Ella gemía, mientras él la sujetaba por la cintura y le mordía el cuello. Ambos se sobresaltaron al oír el golpe de la puerta y la mujer se cubrió con los brazos rápidamente. Louis apenas necesitó una mirada para comprenderlo todo. —¡Por todos los cielos, Cyrus! —su voz tronó en la habitación, tan fuerte que la asistente casi dejó caer un archivador. La joven palideció. —S-señor Leroux, yo… yo solo estaba— —Fuera —ordenó Louis, seco. —Pero, señor, yo... —¡Fuera de mi vista! La mujer corrió hacia la puerta con las mejillas ardiendo mientras se bajaba la falda, se abotonaba la blusa y los tacones resonaban sobre el mármol. Cuando el clic de la puerta volvió a sellar el silencio, Louis fijó la mirada en su hijo. Cyrus, sin un atisbo de culpa, se subió la cremallera del pantalón, se abrochó la bragueta y se ajustó la corbata, que había quedado torcida, y sonrió con descaro. —Buenos días, padre. Qué grata sorpresa. ¿Una visita de cortesía? Louis lanzó la revista sobre el escritorio. La portada con su rostro y el titular escandaloso cayó frente a él como una sentencia. —Explícame esto. Cyrus echó un vistazo y se encogió de hombros. —Ah, eso. Viejas noticias. Ya sabes cómo es la prensa: vive de inventar dramas. Louis lo fulminó con la mirada. —¿Inventar dramas? ¡Por Dios, Cyrus! Cada mes aparece una historia nueva, y cada mes me cuesta más ocultar tus deslices! Cyrus se dejó caer en su silla giratoria, relajado, casi divertido. —Tienes que admitir que tengo talento para mantenerlos entretenidos. —¡Esto no es un espectáculo, maldita sea! —Louis golpeó el escritorio con la palma abierta, haciendo vibrar la pluma dorada sobre la superficie—. ¿Tienes idea del daño que estás haciendo a esta empresa? ¿A nuestra familia? —Oh, vamos, padre. No dramatices tanto —replicó Cyrus, con esa sonrisa arrogante que había heredado de él—. No he hecho nada ilegal. —No es cuestión de legalidad, es cuestión de decencia —gruñó Louis—. ¿Cuántas secretarias más piensas arrastrar contigo antes de que te canses de jugar al libertino? —Depende —respondió Cyrus con sarcasmo—. ¿Cuántas piensas despedirme antes de fin de año? Louis cerró los ojos un instante, respirando hondo. —No sé si me irrita más tu falta de vergüenza o tu falta de sentido común. —Y a mí me irritan las reuniones matutinas, pero parece que estamos atrapados —bromeó Cyrus, reclinándose en la silla, cruzando las piernas con elegancia. Louis lo observó con una mezcla de rabia y decepción. Era su hijo, su sangre, el futuro de su legado… y sin embargo, cada palabra que salía de su boca le recordaba que había fallado en algo esencial. —He pasado mi vida construyendo esta empresa desde cero —dijo Louis con voz baja pero firme—. Con esfuerzo, con sacrificios. Y tú te empeñas en convertir nuestro nombre en una caricatura de tabloide. Cyrus alzó una ceja. —Exageras. El apellido Leroux no se derrumba por un par de aventuras. Louis se inclinó sobre el escritorio, apoyando ambas manos. —¿Un par? Llevo años tapando tus escándalos. Comprando silencios. Pagando indemnizaciones. Tu última “aventura” nos costó casi medio millón de dólares y aún tengo que ver tu cara en las portadas. Cyrus se encogió de hombros, sin perder la sonrisa. —Bueno, al menos salgo bien en las fotos. Louis se quedó mirándolo, mudo por un instante. Luego, habló con una calma tan fría que heló el aire. —Si tú no eres capaz de comportarte como un hombre adulto, entonces tendré que tratarte como lo que eres: un niño malcriado. Cyrus lo observó con interés genuino. —¿Y eso qué significa exactamente? ¿Piensas castigarme? ¿Quitarme mi tarjeta corporativa? —No —respondió Louis—. Significa que voy a ponerle fin a todo esto, y lo haré a mi manera. El heredero se echó a reír, incrédulo. —Eso suena intrigante. Adelante, viejo, sorpréndeme. Louis enderezó la espalda. Su expresión era implacable, calculadora, casi serena. —Oh, no te preocupes, Cyrus. Lo haré. Y cuando lo haga, te aseguro que no volverás a ver un titular como ese jamás. Cyrus arqueó una ceja, con una sonrisa ladeada. —¿Puedo preguntar cuál es tu brillante plan esta vez? —Ya lo sabrás —respondió su padre, girando hacia la puerta con pasos medidos—. Y cuando llegue el día, deseo verte intentar sonreír como ahora. La puerta se cerró tras él con un golpe seco. Cyrus permaneció un momento mirando la revista sobre su escritorio. Luego, con una risa breve y arrogante, se recostó contra el respaldo de la silla. —Viejo testarudo —murmuró para sí—. No hay nadie en este planeta que pueda hacerme cambiar.