¿Qué pasa cuando tu jefe es increíblemente sexy, odiosamente gruñón… y estás segura de que te odia? Emily Thompson jamás imaginó que derramar café sobre un extraño en el ascensor cambiaría su vida para siempre. Mucho menos que ese extraño sería nada más y nada menos que Albert Brown IV, el CEO de la empresa donde acababa de ser contratada. Graduada, con estilo y una gran sonrisa, Emily llegó a la ciudad lista para comerse el mundo. Pero nadie le advirtió que trabajar para un hombre atractivo y emocionalmente inestable sería un reto diario… ni que una socialité con aires de princesa estaría dispuesta a destruirla por acercarse demasiado. Lo que comenzó como una guerra de miradas, sarcasmos y reproches se convertirá en algo mucho más complicado: una historia donde el corazón no sigue las normas … y el amor puede irrumpir incluso en la oficina más fría. Prepárate para una comedia romántica con café derramado, reglas rotas, tacones altos y corazones fuera de control.
Leer másSi alguien le hubiera dicho a Emily Thompson que su primer día como profesional en la gran ciudad terminaría con una camisa arruinada, una amenaza de despido y el encuentro fortuito con un hombre que parecía haber salido directamente de una portada de revista… probablemente se habría reído pero a carcajadas. Tal vez hasta habría soltado uno de sus clásicos: “¿Y después qué? ¿Me convierto en la heredera perdida de una fortuna millonaria y me caso con un duque?”
Pero la realidad superó cualquier pelicula de ciencia ficcion o novela romántica de época. Allí estaba ella: con los nervios a flor de piel, la respiración entrecortada, una taza de café vacía y goteando entre los dedos, y frente a ella, un hombre empapado de pies a cabeza… y evidentemente furioso. Un hombre que no solo tenía una mirada capaz de congelar volcanes, sino también una presencia que obligaba a todos a parpadear dos veces antes de hablar. Alto, impecable con ese look de galan de cine estilo Richard Gere (timeless), incluso cuando estaba cubierto de café, y con el tipo de ceño fruncido que anunciaba una tormenta. Emily no sabía quién era. No tenía la menor idea de que estaba frente al mismísimo CEO de la empresa donde acababa de ser contratada como asistente ejecutiva. Solo atinó a balbucear una disculpa entre risitas nerviosas y un intento inútil de limpiar su saco con una servilleta reciclada. Su instinto de supervivencia le gritaba que corriera. Pero sus zapatos nuevos, comprados con más esperanza que presupuesto, parecían tener otros planes. Así que se quedó allí, plantada en medio del ascensor, sonrojada y congelada en el tiempo. Lo que Emily tampoco sabía —y cómo habría de imaginarlo— era que ese hombre de apellido impronunciablemente aristocrático, Albert Brown IV, no solo alteraría su rutina laboral, sino también cada uno de sus planes personales. Porque Emily había llegado a la ciudad decidida a escribir una nueva historia. Recién graduada como la mejor de su clase, a sus 21 años, había dejado atrás su ciudad natal, a su madre sobreprotectora y su antigua vida llena de certezas pequeñas, para aventurarse junto a su mejor amiga Valeria en lo desconocido: nuevo trabajo, nuevo apartamento (con grifos que goteaban, pero con una vista decente), nueva vida, nuevas metas. No contaba con un jefe que gruñía más de lo que hablaba, y que era mas frio que el abominable hombre de las nieves, con una barbie prometida de uñas perfectas y sonrisa plástica que parecía sacada de la pelicula de Batman como la dulce Harley Quinn (sarcasmo), ni con un corazón que, aunque lo negaba una y otra vez, comenzaría a latir diferente. Esta no es una historia de amor tradicional. No hay calabazas, zapatos de cristal, adas madrinas ni caballos blancos. Solo cafés derramados, reportes mal organizados, muchos errores y sarcasmos. Todo comenzó con un simple accidente. Un café mal sostenido. Un ceño fruncido. Y la explosiva combinación de dos personas que, por razones que ni el universo entiende, estaban destinadas a encontrarse… y complicarse la vida mutuamente. Bienvenidos a esta historia: romántica, sí. Pero también llena de sarcasmo, reuniones incómodas, miradas que queman, y una tensión que ni los informes trimestrales pueden explicar. Y todo, absolutamente todo, comenzó en ese ascensor. Con un café. Y un gruñido.Cuando Helena McNeil reapareció en Brown Enterprises, no hizo falta un comunicado oficial. No hubo un “buenos días” general ni una sonrisa protocolar. Solo sus tacones resonando en el mármol, un bolso Hermès que costaba más que el carro de Emily y una expresión que combinaba superioridad, resentimiento y una pizca de maquillaje de guerra.Y cuando se detuvo frente al escritorio de Emily, todos supieron que algo grande estaba pasando. —Emily, querida —dijo con una voz tan dulce que empalagaba—. Necesito tu ayuda con unas pequeñas tareas.Emily giró en su silla con su mejor cara de “sigo viva pero por poco”.—¿Pequeñas tareas tipo “coordina un coffee break”? ¿O tipo “reestructura la ONU”?Helena ladeó la cabeza, fingiendo ternura:—Más bien… “organiza una base de datos histórica sobre los vestidos que he usado en galas benéficas los últimos siete años”, incluyendo diseñador, color, peinado y quién me acompañó. Para… un archivo institucional.Emily parpadeó.—Ah. Claro. Porque eso es vi
El avión aterrizó con suavidad en la gran manzana mientras Emily revisaba las fotos que habían tomado durante el viaje desde su celular. Entre dudas de “¿este curry pico?” y “¿subiré esta foto en Instagram?”, olvidó por un momento todo. Hasta que escuchó el celular de Albert vibrar con insistencia en su bolso, tenía llamadas sin parar de Helena, mensajes de texto urgentes, videollamadas perdidas… una avalancha digital que no bajaba.—¿Es ella… otra vez? —preguntó Emily, sin alzar la vista del mercado nocturno en que se habían detenido para un snack nocturno.Albert suspiró, apagó el celular y lo guardó.—No contesté todo el viaje.—¿No te preocupa?—Ella sabe que estoy contigo en un viaje de trabajo, por otro lado nunca había actuado así. Quizás por eso nunca me había cuestionado nuestro acuerdo. —respondió. Emily lo miró con incredulidad mientras decidía que iba a comer. —No te llama por mí, sino por su ego. No me odies por decir la verdad.El no contestó a ese comentario y prefiri
El sol de la mañana se colaba por las cortinas de la suite con una luz suave y cálida. Emily despertó primero, con la incómoda sensación de haber dormido en la cama más grande del mundo… sola. Se incorporó, mirando de reojo hacia el sofá.Albert seguía ahí. Dormido. Despeinado. Con una manta que apenas le cubría los pies y una expresión tan vulnerable que parecía de otro planeta.Se levantó sigilosamente, fue al baño y al salir… él ya estaba de pie. Sin camisa. De nuevo.—¡Por el amor a los filtros visuales, ¿qué le cuesta ponerse una camiseta?! —dijo Emily, cubriéndose los ojos con las manos.Albert rió mientras se abotonaba lentamente una camisa azul claro.—Pensé que ya te habías acostumbrado.—Estoy a medio segundo de presentar una queja ante Recursos Humanos.—Buena suerte explicando que me demandaste por exceso de cuadros.Decía mientras se tocaba sus abdominales y Emily quería salir corriendo pero bajonsus manis detuvo sus ojos al final de la uve que llevaba esos cuadritos hast
Helena llevaba tres días seguidos apareciendo en la oficina sin previo aviso. El lunes llegó con una bolsa de desayuno para Albert; el martes, con papeles que “necesitaban su firma urgentemente”; y el miércoles, con un ramo de lirios que colocó justo al lado del escritorio de Emily.—Son sus flores favoritas —dijo, sin siquiera mirarla—. Aunque no sé si lo sabías. No todos tienen ese nivel de intimidad, claro.Emily la observó con una sonrisa tensa mientras se servía café.—No, no las conocía. Pero tampoco sabía que su aroma combinaba tan bien con las capacidades propias de minquerido jefe. Helena la miró. Sonrió como si le estuviera haciendo un cumplido, pero sus ojos brillaban con fuego líquido.Albert, desde su despacho, observaba todo con atención. Ese día, sin embargo, sus prioridades estaban en otro lugar.—Emily —dijo al llamarla—. Necesito que me acompañes a Chicago este fin de semana. Es una reunión importante para cerrar nuevos contratos. Y tu eres quien mejor conoce los d
Los días en la oficina después del evento de gala se volvieron más… raros. Albert evitaba a Helena, mientras Emily intentaba no pensar en los suspiros existenciales que le provocaba cada vez que lo veía quitarse la chaqueta. El ambiente estaba lleno de tensión no dicha y cafés demasiado cargados.Entonces, el viernes por la noche, Helena decidió atacar, a su estilo, claro: con una cita elegante en un restaurante de esos donde los platos vienen con flores comestibles y los meseros tienen nombres como Étienne.—Albert —dijo con su tono más suave, mientras revolvía su plato de lechuga y que ella no había tocado—, ¿te pasa algo?Albert, que no había levantado la vista del menú en diez minutos, respondió:—No. Todo está en orden.—Mientes fatal —respondió Helena con una sonrisa que no alcanzaba los ojos—. ¿Tiene que ver con tu nueva asistente?Albert alzó la mirada, por fin. Un instante de tensión flotó entre ellos como el vapor del té en una noche fria. —¿A qué te refieres?—Vamos, amor.
El lunes llegó con puntualidad británica… y con la resaca emocional de una gala que aún se comentaba en los pasillos de Brown Enterprises.Emily había llegado más temprano de lo habitual, con café en mano y una resolución firme: establecer límites.Porque sí, el vestido fue hermoso, la noche mágica y sí, Albert la miró como si fuera algo más que su asistente y si, a ella le gustó. Pero también estaba comprometido. Con una mujer que, a pesar de ser una Barbie fría y sin una pizca de humildad, era ella la que tenía el anillo.Así que no. Nada de mariposas. Nada de sueños románticos. Límites. Con mayúscula, subrayado y letra negrita.Esa mañana, Valeria irrumpió por videollamada.—¿Puedes hablar o estás en modo “Albert intensamente encima”?—Estoy en modo “Albert aún no ha salido de su cueva ejecutiva”. Aprovecha.Valeria sonrió como quien tiene una noticia estelar. —Perfecto, escucha, te conseguí una cita.—¿Una qué?—Una, una cita. Con un ser humano real, con barba, brazos fuertes y
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