POV: Helena
El aire de la sala se volvió hielo, tan frío que me quemaba los pulmones. Las últimas palabras de Franco se estrellaron contra mí, más fuertes que cualquier amenaza de la Mafia:
"...yo sé que tengo una hija, y tú y Elisa se quedan aquí conmigo."
Mi cuerpo se quedó inmóvil, pero por dentro era un caos. Mis manos se cerraron en puños, clavándome las uñas en la palma. Cinco años de mentiras, de esconderme, de construir una vida a prueba de bombas, todo reducido a cenizas por una frase.
—¿Qué has dicho? —Mi voz salió raspada, apenas un susurro de incredulidad.
Franco disfrutaba de mi shock. Sus ojos brillaban con un triunfo oscuro, como el depredador que acaba de acorralar a su presa.
—Lo que oíste, cara mía—dijo, dando un paso más cerca. —Pensaste que eras lista. Que podías esconder un secreto tan grande en mi propia ciudad. Pero yo tengo ojos en todas partes. En tu apartamento, en tu escuela de ballet... en los genes de la niña.
¿Cómo? ¿Desde cuándo lo sabe? ¿La ha visto de cerca? ¡Dios, Elisa! Él es un hombre peligroso, mi hija no puede estar cerca de la Mafia. No voy a permitirlo.
—No hables de mi hija —dije, sintiendo que la furia me daba fuerzas. Me obligué a no temblar. —Ella es mía. Y tú no tienes ningún derecho. Tú me echaste de tu vida hace cinco años, ¿recuerdas?
Franco se rió, ese sonido bajo y grave que me recordaba la batalla de nuestros cuerpos.
—Y tú me mentiste sobre mi sangre —replicó, su tono endureciéndose. —Una Moretti. Una heredera. ¿Y pensaste que podías criarla sola en las sombras? Eres ingenua.
Se acercó totalmente. Me acorraló de nuevo contra la mesa, pero esta vez, no solo con su cuerpo, sino con la verdad.
—Tu secreto se acabó —continuó. —Y ahora, la única forma en que tu hija estará segura, la única forma en que no la encontrarán mis enemigos o el verdadero traidor de mi familia, es sí está bajo mi protección total. Aquí. En la mansión. ¿O preferirías que saliera una foto de 'La diseñadora y su hija secreta con un mafioso' en el periódico de mañana?
Me quedé helada. Sabía que él no bromeaba. La reputación de mi empresa, mi coartada, se destruirían. Pero peor aún, la expondría al peligro real.
Tengo que pensar. Si él sabe la verdad, luchar es peor. Me la quitará o la pondrá en peligro. Mi única opción es acercarme, fingir que acepto, y usarlo para conseguir el dinero. Luego, me llevaré a Elisa y desapareceremos para siempre. Tengo que ser más lista que él.
—Ella no está aquí —dije, forzando la calma.
—Lo sé. Por ahora. Pero Dante se encargará de traerla de vuelta. Mañana, al mediodía, ella estará en la casa de invitados. Y tú, Helena, la instalarás. Serás su madre protectora, pero yo seré el dueño de su seguridad.
Me enfureció la forma en que hablaba, como si yo fuera un objeto sin voluntad.
—No soy una de tus empleadas, Franco. Soy tu diseñadora —insistí, tratando de recuperar mi autoridad.
Él dio un paso final, eliminando el último espacio entre nosotros. Pude sentir el calor de su cuerpo contra el mío, la familiar y adictiva sensación de su poder. El olor a perfume masculino y peligro se mezcló con mi respiración agitada.
—¿No? —preguntó, su voz apenas un susurro ronco, sus ojos bajaron a mis labios, y luego se detuvieron en el escote de mi traje. La tensión sexual era tan fuerte que me dolió el estómago.
Él levantó una mano y la llevó lentamente a mi cara. Yo me quedé quieta, congelada entre el miedo y un recuerdo que me gritaba que lo besara. Sus dedos ásperos rozaron mi mandíbula.
—Eres mi vicio, Helena —dijo, aspirando mi olor —Y lo que es mío, lo uso como quiero. Te tengo donde te quiero: a la defensiva, furiosa, y completamente sola en mi territorio.
Su toque era un fuego lento que intenté ignorar. Era tan fácil caer. Tan fácil recordar por qué lo amaba antes de que me destruyera. Me obligué a retroceder, rompiendo el contacto de su mano. Lo miré con todo el desprecio que pude reunir.
—Recuerda mi contrato, Moretti —dije, usando mi tono más profesional. —No me tocarás. Si quieres tener a Elisa aquí, seré tu diseñadora. Nada más. Y no voy a fingir nada.
Él me observó, con esa sonrisa de depredador que siempre ganaba.—No tienes que fingir —respondió, su voz volviendo a la frialdad del jefe. —Tu odio es palpable. Pero el deseo también. Y sé que a puerta cerrada, Helena, te mueres por recordarme por qué no pudiste huir de mí en primer lugar.
¡Maldito imbécil! Lo detesto. Pero ¿por qué mi cuerpo sigue reaccionando a su cercanía? Cinco años. Debí haberlo olvidado. Ahora es el momento de la calma. Por Elisa.
—Voy a preparar la casa de invitados —dije, recogiendo mis planos y mi maletín. Era mi señal de retirada, mi forma de decir que el juego se acababa por ahora.
—Buena chica —murmuró Franco, recostándose contra la mesa.
Me di la vuelta y caminé hacia la puerta. Pero antes de que pudiera tocar el picaporte, su voz me detuvo. Esta vez, el tono era diferente. No era un juego. Era una advertencia grave.
—Helena, hay una última cosa que debes saber sobre este proyecto y por qué necesito a Elisa aquí —dijo. Su tono era tan serio que me obligó a girar la cabeza.
Se acercó a mí lentamente. Sus ojos esmeralda no miraban mi cara, sino el fondo de la habitación, como si estuviera viendo un fantasma.
—Cuando te fuiste —continuó, con la voz baja y lenta—, el traidor que me puso la trampa no me dejó solo. Hubo un... accidente. Un atentado. Y el hombre que me traicionó, el verdadero enemigo que buscaba destruirme... nunca lo encontré.
Me quedé sin respirar, sintiendo que la sangre se me helaba.
—Y ese hombre —terminó Franco, clavando su mirada intensa en mí—, sabía que yo estaba obsesionado contigo. Así que ahora, mi mayor riesgo no es que él me encuentre. Mi mayor riesgo es que sepa que mi hija secreta está en esta mansión. Y que la use para forzar mi mano. Yo sé quién te echó, pero ese hombre no descansará hasta matarnos a los tres.