POV: Helena
El motor del coche era solo un murmullo, pero el miedo dentro de mí rugía sin parar. Dejé la obra atrás, sintiendo que el mismísimo Franco Moretti me pisaba los talones.
Diez minutos antes.
Esa hora se repetía en mi mente como el golpe de un tambor. Diez minutos antes de la llamada, Elisa había estado ahí, en la zona de peligro. Agachada, sin saber nada, recogiendo una flor.
El abogado seguía hablando, pero yo solo había oído mi propia voz aceptando el contrato. La única salida a mi desastre financiero era entrar en el infierno que había jurado dejar. El dinero de Franco me daría el colchón para desaparecer para siempre con Elisa, cambiar de nombre, de ciudad. Pero el precio era simple: volver a su lado.
Conduje hacia la escuela de ballet de Elisa como si el tiempo se estuviera acabando. Mis manos me dolían de apretar el volante. ¿Cómo pude ser tan descuidada?
Mi vida era una pintura perfecta. Una fachada de éxito bajo la que escondía mi pasado. Había enterrado la verdad tan profundo, que olvidé que un simple nombre podría agrietar todo. La idea de Franco era un terremoto.
Llegué a la escuela, ignorando a las otras madres. Hoy no era la diseñadora perfecta. Era solo la madre asustada.
Al entrar, la vi. Elisa.
Estaba sentada en la banca, con su tutú rosa. Tenía cinco años, pura luz y alegría. Su pelo castaño, su nariz pequeña, su sonrisa... todo era mío. Ella era la prueba de que yo podía crear algo bueno.
Pero luego, levantó la cabeza.
Y me quedé sin aire. Sus ojos.
Eran de un verde esmeralda intenso, tan fríos y profundos que parecían hielo. No eran de un color común. Eran sus ojos. Los mismos que me habían mirado cuando él me prometió posesión y los mismos que me habían mirado cuando me llamó traidora.
Sentí un escalofrío. En ese segundo, por un instante, vi el rostro de Franco en la cara de mi hija. Era la misma forma de la mandíbula fuerte que se escondía en su dulzura infantil. La inocencia era la única diferencia entre la niña y el hombre.
"Franco va a ver su propia cara" gritó el miedo en mi cabeza.
—¡Mami! —gritó Elisa, corriendo a abrazarme. Olía a jabón de bebé y azúcar.
La abracé con una fuerza desesperada. La abracé como si la estuviera escondiendo del mundo, del hombre que era su padre.
—Hola, cariño. ¿Cómo estuvo el ballet? —pregunté, forzando una sonrisa.
—Muy bien. Aprendimos a girar —dijo, riéndose.
La cargué. Ella era mi ancla, el motivo de mi lucha. Y también era mi debilidad más grande.
En el coche, la miré por el espejo. Me pregunté: ¿podría teñirle el pelo? ¿Cambiar su ropa? Preguntas tontas. El daño era genético.
Un recuerdo me golpeó de nuevo, la noche de la expulsión.
Había nieve. Franco me arrastró hasta la calle y me tiró mi maleta.
"Eres una traidora. Una espía. Sal o te mato," me gritó, con la rabia deformándole el rostro.
Yo me agarré el vientre. Estaba embarazada, pero no se lo dije. No podía. El miedo a que él viera a nuestro hijo como una cadena o un arma fue más grande. Lo miré y susurré: "Vete al infierno, Moretti." Y me fui.
Esa noche elegí la soledad. Ahora, el diablo me estaba obligando a volver.
Llegamos a casa, mi apartamento, mi fortaleza. La habitación de Elisa era su refugio de peluches y cuentos. Era seguro. Hasta hoy.
Mientras cocinaba la cena, mi mente diseñaba la estrategia:
1.Impenetrable: Seré la diseñadora más fría y profesional que él haya conocido. No una ex-amante. Solo negocios.
2.Aislamiento: Alejaré a Elisa de Chicago. Se irá con una niñera de máxima confianza, sin saber dónde estoy yo.
3.El Escape: Usaré el cheque de Moretti para pagar mis deudas y luego huir para siempre con mi hija.
Era un plan de espionaje. Mi misión era proteger mi propia sangre.
Senté a Elisa en la mesa. Estaba hablando de que quería un tutú nuevo para Navidad.
—Mami —me llamó, sus ojos brillando. —Hoy me han dicho que mis ojos son muy bonitos.
—¿Quién te dijo eso, mi amor?
—La maestra. Dice que son de un color especial. Como joyas.
Le sonreí, tratando de que no se me rompiera la voz.
—Son preciosos, mi amor. Son únicos.Únicos. Porque eran los ojos del monstruo.
La acosté. Ella me preguntó:
—Mami, ¿los monstruos son de verdad?Acaricié su frente. —No, mi amor. Solo en los cuentos. Y si aparecen, tu mami siempre te protegerá.
Ella se durmió al instante. Me levanté y fui a mi oficina. Abrí mi laptop. El contrato de los Moretti estaba ahí. Lo imprimí. Me miré en el espejo del baño. La diseñadora Helena Dandelion me devolvió la mirada: fuerte, fría.
—No vas a verme, Franco —susurré a mi reflejo. —Solo vas a ver a la mujer que te va a dejar sin dinero.
Salí para revisar una última obra antes de empezar con él. Eran las once de la noche.
Al acercarme a mi coche, noté algo raro. El espejo del conductor estaba movido. Abrí la puerta, y mi corazón se detuvo. En el asiento, justo donde había dejado mi teléfono con la foto de Elisa, había una única rosa roja, perfecta y abierta.
Y debajo, una nota doblada, escrita con la letra fuerte y clara de Franco:
Siempre supiste que volverías a ser mía, Helena.
El problema no es que yo te vea. El problema es que ella ya te vio a ti.
Nos vemos mañana en el complejo.
— F.M.
Sentí que me ahogaba. Franco no solo me estaba vigilando. Había estado dentro de mi coche. Y sabía que mi hija existía.