POV: Helena
La nota de Franco en el asiento de mi coche era una sentencia de muerte.
Siempre supiste que volverías a ser mía, Helena.
El problema no es que yo te vea. El problema es que ella ya te vio a ti
Él sabía. Sabía que Elisa existía y, peor aún, había estado lo suficientemente cerca de mi hija como para verla, fotografiarla y dejarme una prueba de ello en mi coche. Una prueba, una rosa roja y perfecta, que solo servía como recordatorio de su poder absoluto. Me había acorralado antes incluso de que firmara el contrato.
El pánico se convirtió en furia que me calentó todo el cuerpo. Me puse las gafas de sol, aun siendo medianoche. No quería que nadie viera la locura en mis ojos. No había tiempo para el colapso. Mi armadura profesional, la que había construido y pulido con cinco años de trabajo y disciplina, debía ser más gruesa que nunca.
Me dirigí a la oficina. Mi socia, Clara, me esperaba, con el rostro pálido bajo las luces fluorescentes.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué tardaste tanto? Estoy a punto de tener un ataque de pánico—me recibió, agitando unos documentos.
La ignoré. Tiré la nota de Franco a un cenicero vacío y me senté ante el escritorio.
—El problema es peor de lo que creíamos,—le dije, mi voz extrañamente tranquila, como si hablara del tráfico y no de nuestra ruina inminente. —El bufete de Larson no solo ha falsificado los permisos de la zona de drenaje en el proyecto de Denver, sino que han incriminado a mi firma, Dandelion Designs. Vamos a enfrentar una demanda por fraude y negligencia de veinte millones de dólares.
El color abandonó por completo el rostro de Clara.
—Veinte... no podemos pagar eso, Helena. Nuestro seguro no cubre esa cantidad de dinero, Oh Dios. ¿Qué hacemos?¿Declaramos la bancarrota?¿Cerramos?El cerrar la empresa significaba la ruina, el escrutinio público, y lo más peligroso de todo: la pérdida de mi anonimato. Si perdía mi tapadera de éxito, la Mafia me vería como una presa fácil. O, peor aún, Franco podría usar eso para quitarme a Elisa.
No. Mi hija no iba a terminar en un internado frío y elegante de la Mafia, criada por las serpientes que había aprendido a odiar y habia huido de ellas.
—No vamos a cerrar—dije, golpeando el contrato de Moretti que había impreso. —Vamos a aceptar este trabajo. Todo.
Clara leyó el titular del contrato y su boca se abrió en una 'O' silenciosa.
—¡Helena! ¿Los Moretti?¿Sabes quién es Franco Moretti?—susurró, bajando la voz hasta convertirla en un gemido. —Los rumores… son brutales. Dicen que es peor que su padre, que es un demonio que colecciona almas. ¿Y la cláusula? Dijiste que querías que él se mantuviera alejado...
Le lancé la cláusula del contrato que yo había odiado:
—El proyecto debe ser supervisado exclusivamente por Helena Dandelion. Toda comunicación debe ser directa con F. Moretti.—Es una trampa, Helena— insistió Clara. —No es un negocio. Es una cita forzada.
Cerré los ojos, ignorando a Clara. Las palabras de Franco y la traición que había vivido, que me había quemado y se había grabado a fuego en mi memoria.
Estaba sola en esa habitación del hospital. La enfermera me había puesto a Elisa en el pecho. Yo miré a esa pequeña criatura, roja y arrugada, y sentí un amor que era tan absoluto que daba miedo. Pero luego, abrí los ojos y vi el reflejo en el cristal de la incubadora. Sus ojos.
Un recuerdo me golpeó con la fuerza de un huracán.
Había sido un mes antes de que me echara. Estábamos en una fiesta privada en el yate de su padre en el Mediterráneo. Yo era su adorno, la chica que lo miraba con ojos devotos. En un momento de descuido, me acerqué a un grupo de hombres mayores, con trajes caros y cicatrices bajo los ojos. Estaban hablando en susurros, y escuché algo sobre una transferencia de fondos a Milán y una doble contabilidad.
Franco apareció detrás de mí. Sus manos se envolvieron en mi cintura con una presión que no era amor, sino advertencia.
—¿Qué haces, cara mía?— Su voz era sedosa, su dulzura siempre me hacia temblar, tanto como su peligro.
—Solo... admirando el mar—dije con nervios, mi corazón latiendo en mi garganta.
Me llevó a la cabina principal, la que tenía vistas panorámicas. Su aliento era del sabor del ron y posesión. Me arrojó contra la pared. No fue un acto de pasión, fue una demostración de fuerza.
—Te mostraré algo que es digno de admirar—gruñó.
Luego, sin esperar respuesta, sus manos rasgaron la seda de mi vestido con una brusquedad que me dejó sin aliento. Sus besos eran castigos, sus caricias, marcas de propiedad. Me tomó allí mismo, de pie, contra la pared de cristal, bajo la luna, sin un ápice de ternura, solo con la furia de su posesión. Fue un acto de dominación, pero en ese momento, me había sentido más suya que nunca. Había creído que la furia era solo una máscara que ocultaba un amor profundo por mí.
Al final, después de que me había consumido y yo me había deshecho en temblores, me levantó en brazos.
—Eres un hermoso desastre, Helena. Y eres MÍA.Cuando me echó de su vida un mes después, no fue por espionaje, sino porque descubrió que alguien más de la organización había filtrado información, y en su ciega furia y miedo a que yo fuera parte de esa conspiración (o, peor aún, que yo supiera demasiado), me convirtió en el chivo expiatorio. Mi embarazo era un secreto, no quería que fuese su prisionera sólo por Elisa y no porque me amara a mí.
—¿Helena?— Clara me sacudió el hombro.
Abrí los ojos. El flashback me había dado la claridad.
—Lo que Franco quiere es poder,— le expliqué a Clara, poniéndome de pie.— Si me ve arruinada, humillada, me considerará una debilidad que puede aplastar sin pensarlo dos veces. No puede verme rogando por piedad.
Mi empresa está a punto de enfrentar una demanda que la destruirá.
—Por eso,— continué, sintiendo la adrenalina en todo mi cuerpo, poniendo en marcha a mi cerebro—vamos a aceptar. Pero vamos a crear la máscara perfecta. Mi plan es el siguiente:
»Valor; Franco me contrata porque soy la mejor. Voy a demostrar que soy la diseñadora de interiores más exigente y profesional que ha pisado su propiedad. No una ex-amante. No una víctima. Sino una colega valiosa. Su igual.
»El Secreto; Elisa se quedará con mi madre y mi tía en un lugar donde nadie, ni siquiera Franco, podrá rastrearla. Estará fuera de Chicago.—Eso era una mentira. Mi madre y mi tía estaban muertas. Tendría que ser una niñera de máxima confianza, alguien que ni siquiera supiera quién era yo realmente.
»El Plan de Fuga; Voy a terminar la primera fase del diseño, cobrar el cheque masivo, asegurar la demanda de Denver, y usar ese dinero para desaparecer. Nos vamos a Europa, Clara. Para siempre.
Clara asintió lentamente, sus ojos llenos de miedo, pero también de respeto.
—Es el plan más loco que he oído, pero supongo que es el único.Le entregué mi teléfono y mi anillo de compromiso, un zafiro falso que usaba para espantar a posibles pretendientes.
—Quiero que guardes esto,— dije. —Si no te envío un código de seguridad todos los días a la medianoche, contactas a mi abogado, le das este teléfono y le dices que active mi plan de contingencia. Bajo ninguna circunstancia le digas dónde está Elisa.
Ella tomó los objetos, su mano temblando.
—Ahora,— dije, recogiendo mi maletín. —Llama a Moretti. Diles que la diseñadora Helena Dandelion estará en su propiedad a primera hora de la mañana para el reconocimiento del terreno. Y dile que su presencia es opcional.
Era un desafío directo. Él me había humillado. Yo iba a humillarlo con profesionalismo.
Salí de la oficina y conduje de vuelta a casa, sintiendo el peso del mundo sobre mis hombros. Entré al apartamento y vi la mochila de ballet de Elisa tirada en el suelo. Me arrodillé, la recogí y la abracé. Mañana por la mañana, ella se iría de Chicago, sin saber por qué, con una niñera que creía que estaba de vacaciones. La mentira era el único escudo que me quedaba.
Llevé la mochila a su habitación. Elisa dormía profundamente, el sollozo ahogado de la tarde ya había sido olvidado. Me senté a su lado, sintiendo el suave latido de su corazón contra su pijama.
Mientras la miraba, noté algo. No era el color de sus ojos, ni la forma de sus labios. Era un detalle que nunca antes había notado, pero que el flashback con Franco en el yate me había grabado en la memoria.
Franco tenía un pequeño, casi invisible, lunar justo debajo de la clavícula, un detalle que solo yo conocía después de estar tanto tiempo juntos.
Aparté suavemente el cuello del pijama de Elisa, respirando apenas.
Y lo vi.
El mismo, pequeño e imperceptible lunar, justo en el mismo lugar, debajo de su clavícula izquierda.
Era una marca de nacimiento. Una prueba irrefutable de que ella era la sangre de ese monstruo.
Me llevé la mano a la boca para ahogar un grito. En ese momento, mi teléfono vibró. Era un mensaje de texto. No de Franco, sino de su mano derecha, un hombre llamado Dante que yo conocía a penas.
Prepárate. F.M. no es el único interesado en el proyecto. Esta mañana, el jefe del bufete de Larson, el mismo que está a punto de demandarte, está haciendo una visita oficial a Moretti. Te esperan a las 8:00 AM.
La trampa ya estaba cerrada. Franco no solo quería verme. Iba a obligarme a sentarme a la mesa con el hombre que me estaba arruinando.