Mundo ficciónIniciar sesiónNo dormí. Pasé la noche en la mugre reconfortante del garaje, ignorando a Liam que intentaba balbucear excusas sobre por qué no me había dicho nada de las deudas del taller. Las excusas no importaban. Lo único que importaba era la jaula de cristal en el piso ochenta y el hombre que había cerrado la puerta.
A las 6:30 de la mañana ya estaba parada frente a la Torre Aether. Llevaba mi mejor blusa de botones, una que olía levemente a líquido de frenos, y unos pantalones negros que me quedaban bien, a pesar de que la ropa de "ejecutiva" me hacía sentir disfrazada.
—¿Señorita Donovan? —Una mujer alta y delgada con un clip en el cabello me abordó en la entrada. Su expresión era tan neutra como la de Spencer, como si fuera un requisito para trabajar aquí.
—Sí, soy yo.
—El Sr. Blackwood no tolera las deficiencias. Esto no es un garaje. Es Aether Corp. —Me entregó una caja plana y discreta—. Código de vestimenta. Le sugiero cambiarse en el baño de empleados. El Sr. Blackwood llega en cuarenta minutos.
Abrí la caja. Dentro había una pila perfectamente doblada de ropa: un traje pantalón gris grafito de corte impecable, una blusa de seda marfil, y unos tacones que costaban más que mis herramientas. No había un solo rastro de aceite o polvo. Eran fríos, formales, y me gritaban que no pertenecía.
Me puse el traje. Tardé casi veinte minutos. La seda de la blusa se sentía extraña contra mi piel acostumbrada al algodón rugoso. Cuando me miré en el espejo, no reconocí a la mujer que me devolvía la mirada. Era profesional, sí, pero también parecía... borrada. El traje era una armadura, y yo era solo la percha.
A las siete en punto, estaba en el piso 80, sentada en la sala de espera de Spencer.
—Bienvenida a su primer día de esclavitud, Casey —murmuré para mí.
Cuando Spencer llegó, la quietud del pasillo se rompió con el sonido sordo de sus zapatos de cuero. No saludó a nadie. Simplemente caminó con el aura de alguien que poseía todo lo que miraba. Me vio. Sus ojos grises escanearon mi nuevo atuendo y noté un imperceptible tic en su mandíbula.
—Mejor —fue lo único que dijo antes de entrar en su oficina, la puerta cerrándose con un clic autoritario.
Entré tras él, mi corazón apretándose por la sensación de estar pisando suelo sagrado. Su escritorio ya tenía una pila de documentos lista para mí, y una taza de café humeante estaba esperando en la esquina.
—Su primera tarea, señorita Donovan. —Spencer no levantó la vista del documento que estaba leyendo—. Tengo una reunión de emergencia en quince minutos con los accionistas sobre la adquisición de NetWatch. Usted tomará notas. No quiero sus opiniones, quiero precisión quirúrgica. ¿Entendido?
—Entendido, señor Blackwood.
—Bien. Segundo: mi agenda es sagrada. Solo yo hago cambios. Usted aprenderá a leer entre líneas. Si una reunión está marcada para las 20:00 y es en una dirección que no reconoce, no pregunte. Lo cancela si no estoy de regreso antes de las 20:30. —Me miró, y por primera vez, hubo una advertencia real en sus ojos—. El silencio, Casey, es oro en esta empresa. Y en mi vida.
La forma en que dijo "mi vida" me hizo temblar. Sentí que no me estaba hablando de una reunión de negocios nocturna, sino de algo mucho más oscuro y reservado.
—¿Alguna pregunta sobre sus funciones como "Asistente de Imagen"? —preguntó con un tono sarcástico al mencionar el título.
—Sí, señor Blackwood. En mi currículum especifiqué mi habilidad como fotógrafa. ¿Cuándo empezaría mi trabajo real de imagen?
Él dejó su bolígrafo. Ladeó ligeramente la cabeza, evaluando mi audacia.
—Usted es un rostro nuevo, señorita Donovan. Lo usaré cuando sea necesario suavizar una reunión tensa o como acompañante en eventos de alto nivel donde mi... frialdad, como usted la percibe, pueda ser un problema. Usted es una distracción bonita y competente. Pero en la práctica, es mi asistente personal. Y eso significa, Casey, que usted está a mi disposición las veinticuatro horas del día.
El "veinticuatro horas" resonó en la habitación, cargado de una ambigüedad que me hizo sentir caliente y molesta.
—No se preocupe —continuó, con una burla en su voz—. Mi interés en usted es puramente transaccional y se reduce a esta oficina. No la someteré a mis caprichos personales, a menos que sea estrictamente necesario para la fachada.
Mentira. Ambas lo sabíamos. La noche anterior, él había estado a menos de medio metro de mí en la calle, y la tensión que sentí no fue por un negocio. Fue por algo mucho más primario.
—Muy bien, señor Blackwood. ¿Dónde empezamos? —Tomé un bloc y el bolígrafo.
—Empezamos —dijo, levantándose y caminando hacia la pared de cristal—, aprendiendo mi horario de la semana. Y luego, nos dirigimos a la sala de juntas. Intente no derramar nada. Los errores aquí son costosos.
Mientras lo seguía, observando la impecable espalda de su traje, sentí el peso de su control. Yo había creído que el garaje era la única cosa peligrosa en mi vida, con sus herramientas pesadas y sus elevadores inestables. Pero estar bajo el control silencioso de Spencer Blackwood era una trampa más sutil y mucho más letal.
Me había quitado mi ropa, mi dinero, y mi libertad. Solo esperaba que mi corazón fuera la única cosa que pudiera proteger de él.







