Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl resto de mi día en Aether Corp fue una neblina de correos electrónicos, llamadas filtradas y el constante miedo a cometer un error que pudiera costarme la libertad de mi padre. Spencer apenas me dirigió la palabra, comunicándose mediante notas escuetas o miradas rápidas.
Cuando logré escapar de la torre a las 19:00, me sentí exhausta, pero mi mente estaba acelerada. La entrega en el puerto, el "trato" y la extraña insistencia en el silencio no me dejaban tranquila.
Lo primero que hice fue ir al garaje familiar. El lugar era un caos, justo como me gustaba. Olor a anticongelante y caucho, y la familiar música de rock clásico a todo volumen.
Mi hermano, Liam, estaba bajo un Chevrolet destartalado, su camisa grasienta. A sus diecinueve años, era más mecánico que yo, pero su corazón era demasiado grande y su cerebro demasiado impulsivo.
—Casey, llegas tarde. Pensé que te habías fugado con el jefe millonario —dijo, sin salir de debajo del coche.
—Ojalá —respondí, colgando mi carísimo saco gris en un gancho de herramientas oxidado—. Es el infierno, Liam. Un infierno de mármol y ojos grises. Y por cierto, mi Fairlane se fue. Lo cambiaron por un Audi.
Liam deslizó de debajo del coche y se sentó, limpiándose las manos con un trapo. Sus ojos, normalmente llenos de energía, se veían cansados y preocupados.
—Sí, mira... sobre eso... y sobre las deudas del taller...
—Spencer Blackwood me mostró los documentos del hospital de papá, Liam. Y mencionó algo sobre las licencias vencidas del garaje. Lo tiene todo. Así que no quiero excusas. Dime qué hiciste.
Liam se encogió.
—No es el taller. Es... son apuestas. Los chicos del circuito. Ya sabes, las carreras. Debía un favor.
—¿A quién le debes? —pregunté, sintiendo un escalofrío.
—A los que organizan el circuito. Son tipos serios, Casey. No es solo dinero, es... control. Perdí una apuesta y ahora tengo que restaurar un coche en tiempo récord. Un coche especial.
Me miró con desesperación, la misma desesperación que me había llevado a las garras de Spencer.
—Necesito tu ayuda. Es un motor complejo. Nadie puede tocarlo, solo tú. Si no lo entrego a tiempo, me van a... me van a romper las piernas.
Sentí la rabia subirme por la garganta. No solo Spencer Blackwood, sino también mi propio hermano me estaba hundiendo más en el barro.
—¿Y tú crees que tengo tiempo? Trabajo veinticuatro horas para un hombre que me odia para pagar una deuda de cien mil dólares.
—Por favor, Casey. Esto lo hago por el garaje. Si me rompen, no habrá quién cuide a papá. —Me entregó un juego de llaves—. El coche está en el Almacén C-19. No es nuestro. Es... es de un corredor. Uno que llaman "Rogue". Es el mejor y no habla con nadie. Solo con el dueño de la pista.
"Rogue". El nombre sonó a peligro, a gasolina y a riesgo.
A pesar de mi agotamiento, y sabiendo que esto era lo último que necesitaba, cogí las llaves. Mi lealtad a Liam, por tonto que fuera, era más fuerte que mi miedo a Spencer. Además, los motores complejos siempre habían sido mi adicción.
Minutos después, estaba conduciendo el Audi (todavía me sentía ridícula al volante) hacia el distrito industrial. El Almacén C-19 estaba en una zona aún más sombría que el almacén de Spencer, lejos de cualquier luz de la ciudad.
Entré al almacén. El aire era pesado, lleno del aroma a caucho quemado y sudor. No era un garaje, sino una base de operaciones. Había varios coches modificados, reluciendo bajo las luces tenues. Y en el centro, bajo un potente foco, estaba el auto.
No era el mismo hiperdeportivo que choqué, pero era de la misma familia, el mismo linaje exótico y agresivo. Y lo más notable: era un negro mate profundo, casi idéntico al que me había arruinado. Tenía un daño significativo en el lateral, un golpe limpio que solo podía ser causado por otra carrera a alta velocidad.
A su lado, había un hombre de espaldas, musculoso, vestido con un mono de carreras que parecía hecho a medida. Tenía el pelo oscuro y estaba inclinado sobre el motor. No llevaba casco, pero su presencia imponía una barrera invisible.
—Tienes que ser la hermana de Liam —dijo el hombre, sin darse la vuelta. Su voz era áspera, distinta a la de Spencer, pero también profunda, cortante, con un tono de autoridad que me resultó incómodamente familiar.
—Soy Casey Donovan. Liam me dijo que nadie toca esto —dije, acercándome al motor con una mezcla de respeto profesional y fascinación—. Es un Huayra. ¿Por qué lo llaman Rogue?
El hombre se enderezó y se giró hacia mí. No era el piloto "Rogue", sino un mecánico. Tenía una cicatriz visible en la ceja.
—Porque el piloto no tiene reglas. Y el coche es un demonio. Lo necesitamos listo para el domingo. No hay excusas. Si no está listo, tú y Liam responden ante el dueño.
—¿Y quién es el dueño? —pregunté, mirando el motor intrincado.
El mecánico se encogió de hombros, con una sonrisa sin humor.
—Nadie lo sabe. Pero el dueño es el único que puede hablar con Rogue. Y el dueño es el que cobra las deudas.
Me acerqué al motor, pasando los dedos sobre el metal frío y sintiendo de inmediato la adicción profesional. Era un desafío que mi mente de restauradora no podía ignorar.
—Estará listo para el domingo —prometí.
Mientras me alejaba esa noche, el cansancio se había ido. Ahora estaba atrapada en dos mundos: la esclavitud silenciosa del piso 80 de Aether Corp y la peligrosa adrenalina del Almacén C-19.
Lo irónico era que, en el garaje sucio, bajo el riesgo de la mafia de las carreras, me sentía más viva y más yo misma que en la jaula dorada de Spencer Blackwood. Estaba pagando dos deudas que me asfixiaban, y ambas me dirigían hacia la misma oscuridad. Y aún no entendía, ni de lejos, a quién pertenecía realmente el motor de ese coche negro.







