Mundo ficciónIniciar sesiónEl mundo exterior era un eco distante. Yo estaba atrapada en un cubo de cristal que ascendía más rápido que cualquier cohete espacial, mi estómago subiendo y bajando en el viaje. El "equipo" que Spencer Blackwood había enviado era una mujer rubia y perfecta, y un hombre con un auricular que parecía un gorila de traje. Me trataron con la impersonal eficiencia con la que se maneja un paquete dañado.
Mi ropa estaba sudada, mi cabello era un desastre, y el rastro de la colisión latía en mi sien. La entrevista para "Asistente de Imagen" se sentía ahora como una burla. ¿Imagen? Mi única imagen ahora era la de una paria con un coche chatarra.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso 80, entré en un silencio absoluto. El vestíbulo de Aether Corp no era una oficina; era una declaración de poder. Mármol blanco, luz indirecta, y un aire tan frío que debió haber sido congelado a propósito. Me hicieron esperar frente a una puerta doble de madera oscura, tan maciza que parecía la entrada a una bóveda bancaria.
Mis rodillas temblaban, pero las obligué a calmarse. Me repetí la única verdad: esto es por papá.
—Adelante, Señorita Donovan. El Sr. Blackwood la está esperando —dijo la rubia, su voz tan pulcra como su peinado.
Entré a la oficina. Era justo como la imaginé. Minimalista, inmensa, y dominada por una pared de cristal que ofrecía una vista panorámica de la ciudad... la misma ciudad que ahora me parecía diminuta bajo el pie de Spencer Blackwood. Él estaba de espaldas a mí, mirando el horizonte, como si el mundo le debiera una explicación.
Y luego se giró.
La tensión en la habitación se volvió tan espesa que pude haberla cortado con un cuchillo. Spencer Blackwood estaba sentado en su escritorio, que era tan grande y limpio que parecía una pista de aterrizaje. La luz se reflejaba en sus ojos grises, haciéndolos parecer tan duros como el acero. No había una pizca de incomodidad por parte de él.
—Llega cuarenta y cinco minutos tarde, Señorita Donovan —Su voz era el mismo tono pulido y profundo que había escuchado en la calle.
—Lo sé, Señor Blackwood. Y lo lamento profundamente, pero... usted fue la razón —Logré mantener mi voz firme, sorprendiéndome a mí misma.
Él sonrió. Pero no fue una sonrisa cálida o divertida. Fue una mueca de hielo que nunca tocó sus ojos.
—Mi negligencia al frenar fue lo que causó el accidente —dije, avanzando un paso—. Si esta es su manera de descartar mi postulación, lo entiendo. Pero en cuanto al daño de su vehículo, soy restauradora. Trabajaré para pagarlo, en su empresa o fuera de ella.
Spencer tomó un portafolio delgado y lo deslizó sobre el escritorio hacia mí. No lo abrió.
—El daño a mi Huayra (así había llamado a la joya destrozada) es insignificante para mí. Pero la interrupción de mi agenda, el tiempo que mis equipos perdieron atendiéndola a usted y a su... chatarra rodante —hizo una pausa, midiendo mi indignación—, no lo es.
Hizo un gesto hacia el portafolio.
—Dentro, Señorita Donovan, está su historial médico familiar. El informe del Dr. Petrov sobre la condición de su padre y, lo más importante, la cuota pendiente de la unidad de cuidados intensivos que venció hace tres días.
Sentí que el aire se me escapaba de los pulmones. Me desplomé en la silla que antes me había parecido tan lujosa. ¿Cómo diablos... en unas pocas horas, había penetrado tan profundamente en mi vida?
—¿Cómo tiene eso? —Mi voz fue apenas un susurro. La máscara de CEO se había caído, y lo que quedaba era el depredador.
—Soy el CEO de Aether Corp, señorita Donovan. Nosotros no esperamos a que la gente nos pida las cosas. Nosotros las tomamos. —Spencer se inclinó sobre el escritorio, sus ojos fijos en los míos—. La cuota es de ochenta y dos mil dólares. El raspón de mi coche, sumando las molestias y los gastos, asciende a cien mil.
Se reclinó, cruzando las manos sobre su abdomen.
—No vamos a fingir que usted se ganó este trabajo. La entrevista fue una formalidad que arruinó usted misma. Pero voy a contratarla. No por su currículum, sino por su deuda.
El golpe fue más fuerte que la colisión. Sentí la humillación arder en mis mejillas.
—Usted acepta el puesto de mi asistente personal, bajo el título de "Asistente de Imagen". Su salario cubrirá los gastos operativos de la empresa y, a final de mes, el excedente irá directamente a pagar su deuda. No a usted. —Usted es un… —empecé a decir, pero el pensamiento de mi padre me detuvo. —¿Un tirano? ¿Un proxeneta corporativo? Dígalo, señorita Donovan. Las palabras no tienen peso para mí. Solo la obediencia.
—¿Y si me niego? —lo desafié, a pesar de que sabía la respuesta. —Si se niega, mi equipo tendrá una conversación muy profesional con el hospital sobre los pagos vencidos. Y el taller de su hermano, que por cierto tiene unas deudas de licencias y permisos muy curiosas, tendrá una visita de inspección.
El chantaje había sido entregado. Era una doble condena: padre y hermano. Él no solo me había atrapado a mí, sino a mi mundo entero.
Cerré los ojos, respiré hondo y tragué mi orgullo. La rabia, el odio y la necesidad se mezclaron en mi garganta.
—Acepto.
—Excelente. —Spencer Blackwood se levantó, sin extender la mano, sin una pizca de triunfo. Simplemente volvió a ser la estatua de hielo—. Mañana a las siete. Y no llegue tarde, Casey. A mi tiempo nunca se le roba.
Mientras salía de esa jaula dorada, supe que no había conseguido un trabajo. Había firmado un contrato de servidumbre con el hombre más frío y peligroso de la ciudad. Y lo peor de todo: sentí que esta era solo la primera de muchas deudas que tendría que pagarle a Spencer Blackwood. Mi corazón me gritaba que huyera, pero mis pies ya estaban caminando hacia la oficina de mi nuevo captor.







