Mundo ficciónIniciar sesiónLa sala de juntas de Aether Corp era otro monumento a la intimidación. Una mesa de caoba maciza, tan larga que se necesitaría un monopatín para ir de un extremo a otro, reflejaba la luz fría del techo. Me senté discretamente en la silla designada en la esquina, mi bloc de notas en el regazo, sintiéndome como una intrusa en una reunión de depredadores.
Spencer entró y todos se pusieron de pie, un gesto de respeto automático que nunca se ve en un taller. Él no respondió al saludo; simplemente ocupó su lugar en la cabecera. La reunión comenzó al instante.
Se discutían cifras que hacían que mis deudas parecieran cambio suelto: “proyecciones de mercado a un 15%, adquisición hostil, riesgo de reputación”. Los ejecutivos hablaban con jerga incomprensible y gráficos complejos.
Mi bolígrafo se movía sin cesar, intentando capturar cada dato crucial. Spencer era un dictador silencioso en esa sala. No necesitaba levantar la voz; una ceja levantada o un asentimiento mínimo eran suficientes para silenciar o validar a un ejecutivo.
A mitad de la reunión, un hombre canoso y visiblemente nervioso, el Director de Operaciones, comenzó a titubear sobre el plan de adquisición de NetWatch.
—Spencer, con el debido respeto, el riesgo reputacional es demasiado alto. Si se descubre el método de presión, afectará a la confianza de los inversores.
La sala se quedó en un silencio sepulcral. Todos miraron a Spencer. Era la primera vez que alguien lo cuestionaba abiertamente.
Spencer se recostó en su silla, entrelazando sus dedos sobre el escritorio. No miró al Director, sino la ventana.
—¿Riesgo de reputación? —Su voz cortó el silencio como el filo de una navaja—. El mercado no respeta la reputación, Sr. Davies. Respeta la fuerza. Nuestra reputación es ser implacables. Si tienen miedo, que vendan. Aether Corp no se disculpa por ganar.
El Director Davies palideció. Me sorprendió la crudeza de su respuesta. No era solo un CEO; era un comandante. Su frialdad era una táctica de negocios, y era aterradora.
La reunión duró una hora más. Cuando terminó, Spencer se levantó sin despedirse y salió. Los demás ejecutivos se dispersaron, aliviados. Yo me quedé, intentando ordenar mis notas.
—Señorita Donovan.
Me giré. Era la mujer rubia del ascensor, la asistente ejecutiva.
—El Sr. Blackwood quiere sus notas transcritas en su escritorio en diez minutos. Y esto —me entregó una carpeta de cuero—, tiene que ir a la dirección en el Anexo C antes de las 14:00. Es confidencial. No lo abra.
—Entendido. ¿Necesitaré un conductor?
Ella sonrió, por fin. Pero su sonrisa era tan fría como la de Spencer.
—¿Un conductor? No. El Sr. Blackwood decidió que necesita movilidad constante. Su coche está en el aparcamiento privado.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Mi chatarra?
—No... ¿El Fairlane?
—No. Su viejo coche fue... dispuesto. Su nuevo vehículo está esperando. Es un préstamo de la empresa. Ya que su tiempo nos pertenece, no podemos arriesgarnos a que se estropee.
Me entregó unas llaves con un llavero de cuero liso.
Diez minutos después, con las notas transcritas y la carpeta confidencial bajo el brazo, me encontré en el aparcamiento subterráneo. Mi Ford Fairlane no estaba. En su lugar, había un deportivo Audi negro, elegante y discreto. Dentro, olía a cuero nuevo, no a aceite y óxido. Era rápido, silencioso y, al igual que mi nuevo traje, me hacía sentir falsa.
Conduje hacia la dirección del Anexo C: una zona de almacenes en el puerto, alejada del brillo de los rascacielos. Nada de oficinas de lujo, nada de cristal. El lugar era oscuro, con muelles oxidados y camiones de carga. Esto no era un trabajo de Asistente de Imagen.
Llamé a la puerta de un almacén sin ventanas. Me abrió un hombre enorme con un tatuaje tribal en el cuello, que me miró con desconfianza.
—Vengo de Aether Corp. El Señor Blackwood envía esto —dije, tratando de parecer más segura de lo que me sentía.
El hombre tomó la carpeta sin una palabra y la revisó rápidamente. Luego, levantó la vista. Sus ojos eran oscuros y desconfiados.
—Dile a Spencer que su silencio es oro. Y que el trato sigue siendo el mismo.
Trato. Silencio.
Salí del almacén, temblando ligeramente. Esto no era una entrega de documentos. Esto era el lado oscuro y sucio de la corporación. Un lado que Spencer Blackwood mantenía lejos de la luz del sol del piso ochenta. La carpeta confidencial contenía algo más que documentos. Contenía el pasado que él no había limpiado del todo.
De vuelta en el Audi negro, miré mi reflejo en el espejo. El traje, el coche, el silencio. Spencer no solo había tomado mi deuda. Me estaba forzando a convertirme en parte de su secreto. Y yo no podía dejar de preguntarme qué tipo de "trato" tenía con hombres como el del almacén. Y por qué un CEO tan poderoso aún tenía que responder a un código de silencio.







