Sinopsis — Los Gemelos del Diablo Sofía y Mateo crecieron bajo la sombra del hombre más temido del país: Roman Adler; el Diablo. Hijos adoptivos, moldeados por un mundo donde la lealtad se paga con sangre y el poder se mide en vidas. Sofía aprendió a moverse entre sombras, a disfrazarse, a convertirse en la mujer que nadie sospecha hasta que es demasiado tarde. Letal, seductora, imposible de descifrar. Pero su nueva misión la enfrenta a Renzo Santini, heredero de una familia rival y enemigo jurado de su padre. Lo que debía ser una infiltración para destruirlo se convierte en un juego peligroso donde el deseo y el odio se confunden hasta volverse insoportables. Mateo eligió otro camino: el de la ciencia. Genio químico, brillante pero vulnerable, atrapado en la organización de su familia. Todo parecía bajo control hasta que conoció a Dinorah, capitana de la DEA. Ella representa la ley, él es parte del imperio del Diablo. Y entre ellos surge un vínculo tan imposible como inevitable. Juntos, Sofía y Mateo forman un equilibrio frágil: ella es el filo de la daga, él el cerebro que sostiene el imperio. Pero incluso los lazos más fuertes pueden romperse cuando el amor prohibido se convierte en el enemigo más letal de todos. “Los Gemelos del Diablo” es el tercer libro del Universo DIABLO. Aunque puede leerse de manera independiente, la experiencia ideal es comenzar con los dos primeros: empezando por “La Niñera del Diablo” y continuando por “El Abogado del Diablo”.
Leer másCapítulo 1—No le debo nada y le debo todo
Narrador:
Roman Adler, el Diablo, el mafiosos más temido de la región, estaba en su despacho. Frente a él, sus manos derechas; Dominic Russo y Eros Escalante exponían lo que sabían hasta el momento.
—Renzo Santini heredó el imperio de su padre Paolo —dijo Dominic, con voz seca —Y de alguna forma logra meter droga ya procesada al país sin que nadie lo detecte.
Eros lo secundó con un gesto de la cabeza.
—Eso va en contra de nuestros intereses. Si no descubrimos cómo lo hace, puede abrirse camino demasiado rápido.Roman se mantuvo en silencio, observando con la calma que solo precedía a la tormenta.
—Necesito saber cómo opera —dijo finalmente —Pero para eso hay que acercarse lo suficiente, y meterse detrás de sus líneas no es tarea fácil.Desde un sillón apartado, donde había permanecido callada, Sofía Adler levantó la voz.
—Yo lo haré. —Los tres hombres giraron hacia ella. Sus ojos, serenos y letales, no se apartaron de los de su padre. —Me acercaré tanto a él que conseguiré la información que necesitas...Días más tarde; con contactos y dinero en el lugar correcto consiguió una invitación exclusiva a la fiesta de cumpleaños de Renzo Santini. Aquella noche Eros, vestido de chofer, condujo el automóvil neg*ro hasta las puertas de la mansión donde se celebraba el evento. Antes de que ella descensdiera del coche, Eros le preguntó en voz baja.
—¿Estás segura de que puedes hacerlo?Ella lo miró de reojo.
—Sí.Eros apretó la mandíbula.
—Recuerda quién es. Fue él quien te rescató cuando Azucena Suárez te secuestró. Y si esto se sale de control, tendrás que matarlo.Sofía sonrió, apenas, pero no hubo dulzura en sus labios.
—No le debo nada. Lo hizo porque le convenía quedar bien con el Diablo en ese momento. No quería una guerra. Poco le importaba yo. Así que, de la misma forma, a mí poco me importa él.Con esas palabras, Sofía abrió la puerta y descendió del auto. El vestido neg*ro que llevaba parecía hecho para ella: ceñido en la cintura, con un escote profundo que dejaba insinuar lo justo y una abertura lateral que mostraba la curva de su pierna cada vez que avanzaba. Sexy, magnético, pero sin caer en lo vulgar. Una trampa mortal envuelta en seda. Cuando el aire nocturno acarició su piel, ajustó la caída del vestido con naturalidad y, en un gesto casi imperceptible, comprobó que la pistola estuviera bien asegurada en la funda oculta en su muslo. Siempre lista, siempre letal. Se acomodó el cabello, respiró hondo y caminó hacia las luces y la música de la mansión Santini, con la seguridad de quien entra al infierno sabiendo que podría ser tanto verdugo como víctima. Las puertas de la mansión se abrieron y Sofía entró como si el lugar le perteneciera. El salón estaba bañado en luces doradas, con música que vibraba en el aire y risas que se confundían con el tintinear de copas. La élite criminal y social desfilaba entre trajes impecables y vestidos de lujo, pero cuando ella cruzó el umbral, más de una mirada se clavó en su figura. El vestido cumplía su cometido: era imposible no verla. Avanzó con calma, consciente de cada paso, de cada gesto. A primera vista era una invitada más, elegante, misteriosa. Y entonces lo vio... Renzo Santini. Él estaba de pie junto a un grupo de hombres, un vaso en la mano y esa sonrisa arrogante que parecía grabada en su rostro. El heredero del imperio Santini, el Italiano. Cuando sus ojos se encontraron, el tiempo pareció fracturarse en mil pedazos. Sofía contuvo el aliento y apretó la mandíbula.
—Contrólate, Sofía… no viniste por él, ni por lo que sientes —susurró apenas, sin mover los labios. Su mirada lo atravesó como si nada, aunque por dentro la quemaba. —Esto es una misión. Solo eso. Haz tu papel, no muestres grietas.Renzo, al otro lado del salón, ladeó la sonrisa y alzó su vaso, como si brindara para sí mismo.
—¿Quién eres, hermosa? —murmuró entre dientes, sin apartar los ojos de ella —No caminas como las demás. Tienes filo… y me muero por cortarme con él. —Bebió un sorbo, aún observándola. —No importa quién seas, vas a terminar acercándote. Y si no lo haces, yo mismo te voy a encontrar.Sofía bajó la vista un segundo, lo justo para recuperar el aire, y volvió a alzarla con frialdad.
—Misión primero. El Diablo primero. Lo demás… que arda.La fiesta avanzaba entre risas, copas que se alzaban y música envolvente. Sofía se movía con precisión; lo suficientemente lejos de Renzo para que no pudiera acercarse, pero lo bastante cerca para que sus miradas se cruzaran una y otra vez. Él no le quitaba los ojos de encima, cada gesto suyo lo mantenía atrapado, como si todo el salón se hubiera reducido únicamente a ella. De pronto, algo cambió. Sofía reconoció dos rostros entre la multitud. No pertenecían ni a las filas del Italiano ni a las del Diablo. Eran,sicarios, y no estaban allí para beber champán. Su respiración se aceleró, siguiendo la línea de sus movimientos. Las manos de los hombres estaban demasiado cerca de sus chaquetas, demasiado atentos a la posición de Renzo. En cuanto dieron el primer paso hacia él, Sofía se adelantó. Caminó directo, segura, atravesando el salón hasta quedar a un par de metros de Renzo. Cuando los sicarios se tensaron, ella ya tenía la pistola en la mano. Un disparo seco estalló en el aire y las luces se apagaron de golpe, dejando la sala sumida en un caos de gritos y sombras. En medio de la confusión, nadie notó que había sido ella. Sofía estiró la mano y lo tomó con firmeza.
—Ven conmigo —ordenó entre dientes.Renzo, sorprendido por un instante, la siguió. Pero no lo hizo porque necesitara ser salvado. Al contrario: su mirada destellaba furia. Ella acababa de arruinarle el plan. Porque Santini sabía perfectamente que esos hombres venían por él… y había planeado capturarlos vivos.
El bullicio quedó atrás. El caos, los gritos y el estruendo de la música rota se apagaron cuando Sofía y Renzo se encontraron aislados en un pasillo lateral, donde la penumbra parecía tragarse el aire. Él se soltó de su mano con violencia, girando con la rapidez de un depredador acorralado. El clic metálico fue lo primero: fría, negra, el arma apuntándole directo al rostro.
—¿Y tú quién eres? —la voz de Renzo salió áspera, segura, cargada de amenaza.
Sofía no se inmutó. Alzó lentamente una mano con una sonrisa torcida, como si lo hubiera estado esperando. Dejó que su pierna se deslizara hacia atrás y en un movimiento apenas perceptible, su pistola cayó en la otra mano, lista, alineada con su corazón. Ahora estaban así: los dos apuntándose a matar.
—Eso depende —replicó ella, su tono suave, como una caricia venenosa —¿Prefieres a la que acaba de salvarte o a la que te matará si no dejas de apuntarle?
Renzo entrecerró los ojos. El gesto frío de un asesino profesional, aunque en su mirada brilló algo más: deseo crudo, tan inmediato que le tensó el cuerpo.
—Estás en el lugar equivocado, princesa.
—¿Y tú crees? —ironizó ella, sin bajar el arma ni un centímetro.
La mandíbula de él se endureció bajo la luz tenue. Guapo, sí, pero de esos guapos que matan, literalmente.
—No deberías estar aquí.
—Ya. Y sin embargo, aquí estoy. Dispara si te atreves ¿o solo sabes apuntar?
Renzo soltó una risa baja, oscura, antes de bajar el arma lentamente.
—¿Sabes que podrías estar muerta?—Y tú podrías estar... —pero no terminó la frase.
El silencio fue un chispazo. Luego, sin aviso, las bocas se encontraron. El beso explotó como un choque de trenes. Ella se lanzó primero, con la pistola rozándole el cuello mientras sus labios se fundían en un juego feroz. Él respondió con una mano en su cintura, apretándola contra la pared, la otra todavía aferrada al arma. La lengua de Renzo invadió su boca con un sabor a whisky y peligro, arrancándole un jadeo ahogado. Sofía le mordió el labio, arrancándole un gruñido gutural y una gota de sangre. Él le devolvió el mordisco, rozándole la mandíbula con los dientes, hasta que ambos quedaron devorándose sin espacio, sin control.
Las pistolas colgaban olvidadas de sus manos mientras los cuerpos se enredaban. Sofía alzó una pierna, clavándola en el muslo de Renzo, sintiendo su dureza creciente, mientras él deslizaba su mano bajo el vestido con una lentitud que quemaba. Pero ella sabía cuándo parar. Y lo hizo. Se apartó de golpe, el aire helado entre ambos. Se acomodó el vestido, todavía con los labios enrojecidos.
—Qué lástima —murmuró, con una media sonrisa —Me estaba empezando a gustar tu lengua.
Renzo la miró, respirando hondo, la furia mezclada con deseo.
—¿Quién demonios eres?Sofía sonrió de lado, peligrosa.
—La que va a joderte la vida.Giró sobre sus tacones y se fue, dejando tras de sí el eco de sus pasos y el perfume de su piel. Renzo no se movió. Se quedó allí, con el arma aún en la mano, sabiendo que si volvía a verla… no iba a poder contenerse.
Capítulo 143 —EspañolNarrador:El almuerzo terminó. Los platos fueron retirados y el silencio se instaló unos segundos, hasta que Renzo se levantó de su asiento.—Roman—dijo con voz firme, mirándolo de frente —muchas gracias por tu hospitalidad. Agradezco de verdad el haberme permitido compartir esta mesa. Y también, gracias por hacerme sentir bien recibido.Román lo observó con esa mezcla de dureza y control que lo caracterizaba, apenas asintió y replicó:—No lo tomes como cortesía personal, Santini. Fue por Sofía. Pero ya que viniste, recuerda lo que hablamos en el despacho. Pon manos a la obra con lo que te dije del Sastre.Renzo apretó ligeramente la mandíbula, inclinó la cabeza y respondió:—Por supuesto. Ni bien salga de aquí me pongo con eso.Después se giró hacia Ailín. Extendió la mano, pero ella sonrió y, en vez de estrechársela, lo acercó hacia sí con naturalidad, depositando un beso en cada mejilla.—Aylin, muchísimas gracias también a ti —dijo —Me ha encantado conocerte
Capítulo 142 —DanteNarrador:Dante alzó la vista entre un bocado y otro, con la franqueza que solo los trece permiten.—Es la primera vez que Sofía trae a un novio a casa —dijo con total naturalidad.El tenedor se quedó inmóvil en la mano de todos. El Diablo clavó la mirada en Dante con un gesto entre reprensión y diversión.—Dante, no es el novio de Sofía —intervino seco —Sigue comiendo y no digas tonterías.Dante tragó, dio un par de bocados más y, con esa sinceridad infantil que no mide consecuencias, añadió:—Una pena, porque hacen linda pareja. Tendrían hijos bonitos.Sofía escupió ese bocado que tenía en la boca; la reacción fue instantánea y visceral.—¡Dante! —bufó, echándole una mirada asesina —¡Te voy a matar! ¿Podrías, por favor, mantener la boca cerrada?Aylin soltó una carcajada y miró a Sofía con esa mezcla de complicidad y venganza doméstica que solo una madre puede permitirse.—Eso es para que tengas un poco de tu propia medicina —dijo —¿Crees que no sé lo que le hici
Capítulo 141 —La ReinaNarrador:Aylin le acarició la mejilla aún húmeda de lágrimas y, con una media sonrisa, la miró con complicidad.—Ahora dime, Sofí… ¿qué pasa entre el italiano y tú?Sofía bajó la vista apenas un segundo, como si aún le diera pudor confesarlo, y luego la levantó con firmeza.—Estoy enamorada, mamá. Toda la vida lo estuve.Aylin sonrió con dulzura, apretándole la mano.—No hace falta que me lo digas, mi amor. Ya lo sé. Lo supe desde que volvió a cruzarse en tu vida. Pero dime… ¿y él? Quiero saber, ¿él?Sofía respiró hondo y dejó escapar la verdad que llevaba ardiendo en su pecho.—Él, al principio, se enamoró de Vanya. Cuando me dispararon, descubrió que era Sofía… fue un shock tremendo, mamá. Lo descolocó, lo partió en dos. Pero ahora ya lo acepta. Ahora me ve como Sofía. Y sí… me dijo que me amaba. Y sí, se está divorciando de su esposa. —Los ojos de Aylin se agrandaron un poco. —Me acompañó hasta aquí, me consoló luego de lo que te hice y me incentivó a que v
Capítulo 140 —Frente a frenteNarrador:Sofía entró al despacho de Román sin titubear. El Diablo levantó la cabeza del escritorio, la miró fijo, y lo primero que salió de su boca fue seco, tajante:—Me imagino que viniste a disculparte con tu madre. Porque si no, no eres bienvenida en esta casa.Sofía bajó un poco la vista, tragó saliva y asintió.—Sí, papá. Vine a disculparme con mamá. Me siento terrible… no tendría que haberle dicho las cosas que le dije y me pesa. Vine a pedirle perdón. —Román asintió apenas, satisfecho, pero ella no terminó ahí. —Pero… —respiró hondo, levantó la mirada— junto conmigo vino Renzo.Las cejas de Román se arquearon de inmediato, sus ojos se entornaron con esa mezcla de sorpresa y advertencia que siempre imponía respeto.—¿Renzo? —repitió, midiendo la reacción de su hija.—Sí —confirmó Sofía, sin retroceder —Está afuera, en mi coche. Le dije que tú tenías algo para contarle sobre el Sastre. Lo mismo que me contaste a mí. Y que, entre ustedes, capaz logra
Capítulo 139 —El chantajeNarrador:Sofía salió envuelta en la toalla, con el cabello húmedo cayendo en mechones sobre sus hombros. Se dejó caer en la cama, riéndose todavía, mientras Renzo terminaba de secarse y buscaba la ropa que había dejado en una silla. Se puso los pantalones de vestir neg*ros y la camisa del blanca, sin abrochar los tres primeros botones. El contraste de su piel con la tela oscura lo hacía ver aún más imponente.Ella lo observaba desde la cama, con la toalla aún rodeándole el cuerpo.—¿No piensas vestirte? —preguntó él, mirándola divertido.—¿Has visto cómo quedó mi ropa? —respondió Sofía, arqueando una ceja.Renzo sonrió con sorna.—No hay problema, yo puedo prestarte algo. Seguro Isabella dejó ropa por aquí…Sofía le lanzó una almohada directo al pecho.—¡No puedes decirme eso!Él se rió, atrapando la almohada.—Al menos yo te digo de quién es la ropa. No como otras que me dieron una camisa sin explicación.Ella lo miró fijo, cruzando los brazos.—¿No me vas a
Capítulo 138 —Fue tiempo muy bien invertidoNarrador:Sofía aún respiraba agitada, el cuerpo pegado al de Renzo, la piel húmeda y temblorosa. Él la tenía abrazada fuerte, como si soltarla fuera un riesgo que no podía permitirse. Cerró los ojos un instante, hundiendo la cara en su cabello, y después, con la voz todavía ronca por el sexo, rompió el silencio.—Te amo, Sofía. —La frase salió baja, grave, casi como una confesión arrancada de lo más profundo —Quiero una vida contigo.Ella lo miró, sin responder, con los labios entreabiertos, la respiración todavía desordenada.Renzo acarició su espalda despacio, como si quisiera convencerla con cada roce de sus manos.—Ya hablé con mi abogado, el divorcio está en marcha —continuó, con una certeza que ella no le había visto antes —No te estoy pidiendo matrimonio, al menos no aún, ni hijos, ni promesas imposibles. Solo… quiero que planeemos un futuro juntos.Los ojos de Sofía se oscurecieron, atrapados en la intensidad de los de él.—Me enamor
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