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Capítulo 6: La Factura de la Doble Vida

 

Los días se convirtieron en un ciclo agotador, un loop de dos vidas completamente incompatibles. Mis mañanas comenzaban a las seis, revisando el calendario de Spencer, descifrando sus notas crípticas y asegurándome de que su café estuviera a la temperatura exacta que solo un tirano puede exigir.

En la oficina, mi cuerpo estaba tenso, mi mente alerta, mi postura impecable en el traje de Aether. Spencer era una presencia constante: un bloque de hielo que irradiaba poder. Me usaba como escudo social en cenas de negocios y como fuente de datos en reuniones. Lo más difícil era fingir que no le temía ni lo odiaba.

Un día, mientras organizaba los archivos de seguridad de datos de NetWatch, sentí su presencia detrás de mí.

—Necesito que te encargues de mi cena, Casey —Su voz me llegó desde muy cerca.

Me giré, tropezando casi con la silla. Estaba demasiado cerca. Podía percibir el sándalo y la pulcritud de su colonia.

—¿Dónde será la cena, señor Blackwood? ¿Algún restaurante en particular?

—Aquí. Pida lo que sea que no huela —dijo, sus ojos fijos en el informe que yo acababa de leer—. Y mañana, necesito que me acompañe a una recepción benéfica. Es una fachada. No hable. Solo sonría y quédese a mi lado.

—Entendido. ¿El código de vestimenta?

—El que le di. Funciona para distraer a los inversores.

Su descaro me encendió. —¿Soy una distracción o una asistente, señor Blackwood? Porque un segundo me pide precisión quirúrgica y al siguiente me trata como un accesorio.

Spencer apoyó las manos en el borde de mi escritorio, inclinándose. Mi corazón golpeaba furiosamente contra mis costillas.

—Ambas, Casey. Usted me ayuda a parecer humano frente a ellos, y me recuerda constantemente que el control tiene un precio. Usted me debe. Yo la uso. Es un acuerdo muy sencillo. —Se enderezó—. Ahora, encárguese de la cena. No tengo más tiempo para sus cuestionamientos morales.

La rabia me duró hasta la noche, justo cuando escapaba de Aether Corp para ir al Almacén C-19.

El contraste era violento. Una hora después, estaba sudando bajo la luz fluorescente del almacén, vestida con un mono viejo y sintiendo el metal frío del motor del Huayra. Este era mi verdadero escape. Aquí, mi conocimiento no era una distracción bonita, sino una necesidad brutal.

—¡Tienes que concentrarte, Casey! —Liam me gritó desde la esquina, donde estaba puliendo un neumático.

—¡Lo estoy haciendo! Pero este motor es un monstruo. Tiene modificaciones que nunca he visto. ¿Dónde demonios consiguieron estas piezas? —respondí, frustrada, intentando encajar una válvula de titanio.

—No preguntes. Solo arréglalo. Rogue tiene que correr el domingo. Si no está listo... nos matan a ambos.

—¿Quién es Rogue, Liam? ¿Es el dueño?

—No. El dueño es el que organiza, el que pone la pasta. Rogue es el piloto. El mejor. El que conduce este demonio. Pero nunca lo ves. Llega, corre y se va. —Liam se acercó, su voz bajando a un susurro—. Dicen que tiene un pasado tan oscuro como su coche. Nadie lo toca, y nadie le gana.

Sentí una oleada de adrenalina. El Huayra negro mate era una obra de arte mecánica, una bestia que solo yo podía domar con mis herramientas. Pasé horas con las manos cubiertas de grasa, la mente enfocada únicamente en el rugido potencial del motor. Era agotador, pero me daba una satisfacción que ni diez ascensos en Aether Corp podrían darme.

En la oscuridad del almacén, me sentía poderosa. Olvidaba la cuota del hospital y el rostro gélido de Spencer. Aquí solo existía el desafío técnico.

Pero la factura de mi doble vida llegó al amanecer.

Apenas pude dormir cuatro horas antes de que la alarma sonara para volver a ser la asistente perfecta. El cansancio me hacía torpe.

Llegué a la oficina y a los diez minutos Spencer me llamó a su lado. Estaba revisando un informe mientras yo le entregaba un café.

—Necesito que verifique estas cifras de adquisición en el informe 3B. Y, Casey —me miró, su mirada tan afilada que podía cortar—. Tiene grasa en el cuello.

Me llevé la mano al cuello automáticamente. Sentí el rastro diminuto, una mancha oscura y obstinada que mi ducha de madrugada no había podido eliminar del todo. La vergüenza me inundó. Era el rastro de mi verdadera vida.

—Lo lamento, señor Blackwood. Fue... un descuido.

—No quiero descuidos en mi entorno, Casey. Sus distracciones están costando mi tiempo —dijo, sin alzar la voz.

Se levantó y caminó lentamente hacia mí, deteniéndose a solo unos centímetros. Su proximidad era electrizante, su aroma a sándalo me envolvió, contrastando brutalmente con el olor a motor que sentía que aún llevaba impregnado.

—Recuerde quién la salvó de la ruina, señorita Donovan. Su concentración debe estar aquí, no en sus... hobbies sucios.

Su voz era un látigo silencioso. Se inclinó, y por un instante pensé que iba a gritar. En cambio, su pulgar, envuelto en el guante de cuero oscuro que usaba a veces, rozó mi cuello, justo donde estaba la mancha de grasa.

El roce fue fugaz, apenas perceptible, pero me recorrió una descarga. Fue un gesto íntimo, cargado de una autoridad posesiva. Me quedé inmóvil, observando sus ojos grises que no mostraban ni emoción ni arrepentimiento.

—Limpie eso —ordenó, retirando la mano.

Me quedé allí, avergonzada y furiosa. No solo había detectado mi desliz, sino que me había recordado de la manera más íntima y humillante quién era el dueño de mi tiempo y mi cuerpo. La tensión entre nosotros era ahora un cable a punto de romperse, y la doble vida se estaba volviendo insostenible. Sentía que en cualquier momento, uno de los mundos iba a chocar con el otro.

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