No cree en las almas gemelas. No cree en los lobos. Y mucho menos cree en el amor. Pero Brianna no tuvo elección cuando su padre la vendió como moneda de paz al Alfa más temido del norte: Damien Blackthorn, un líder despiadado con ojos de hielo, manos manchadas de sangre y un corazón que juró no volver a sentir. Lo que comenzó como un contrato frío y cruel pronto se convierte en una guerra de voluntades, deseo contenido y secretos que sangran. Porque Brianna no es una simple humana. Y Damien... no está listo para lo que su presencia despierta en él. Atados por un acuerdo, obligados a convivir, Brianna y Damien deberán decidir si luchan contra el vínculo que los consume o si se dejan arrastrar por la pasión salvaje que arde entre ellos. Él no acepta rechazos. Ella no se arrodilla. Y cuando la luna los reclame no habrá vuelta atrás.
Leer másLa primera vez que vi a Damien Blackthorn, llevaba puesto un traje negro que parecía hecho con hilos de noche. No sonreía. No parpadeaba. Y lo peor de todo: no me miraba.
La sala estaba envuelta en una falsa elegancia, de esas que solo sirven para disfrazar el olor a traición con perfume caro. Había copas de vino tinto que tintineaban con falsas risas, candelabros que reflejaban el oro corrupto de los invitados y una alfombra tan gruesa como la hipocresía que flotaba en el aire.
Mi padre, con su sonrisa ensayada de político de segunda, me había obligado a usar ese vestido de seda carmesí que se ajustaba demasiado al cuerpo. “Hazlo por la familia, Brianna”, me dijo. Como si el escote pudiera comprar el respeto que él jamás supo ganarse.
Lo único que sabía era que aquella noche sería incómoda. Lo que no sabía era que no sería mía.
—Brianna, ven —ordenó mi padre con una mano extendida, mientras hablaba con un hombre al que no reconocía. Alto. Imponente. De mandíbula cincelada y ojos tan claros que parecían hielo partido. Su sola presencia hacía que los demás hombres se encogieran en sus sillas. El tipo que no necesita levantar la voz para mandar. El tipo que, claramente, no pertenecía a este mundo.
—¿Qué quieres ahora? —le dije en voz baja, forzando una sonrisa para no hacer un escándalo delante de los invitados.
—Preséntate como se debe. Es un invitado importante —susurró entre dientes, casi apretando la mandíbula.
Avancé, sintiendo cómo cada paso sobre la alfombra se volvía más pesado que el anterior. El aire se volvió denso, casi eléctrico, cuando el desconocido finalmente alzó la vista.
No. Me marcó con los ojos.
Sentí cómo una corriente me recorría la columna, helada y ardiente al mismo tiempo. Sus pupilas se estrecharon por una fracción de segundo, como si analizara cada centímetro de mí. Como si ya me poseyera con la mirada.
—Ella es Brianna —dijo mi padre, con un gesto casi orgulloso—. Mi hija.
Damien Blackthorn no dijo nada. Solo asintió levemente. Pero esa mirada... esa mirada contenía promesas que yo no quería entender.
—Un gusto —murmuré, estirando la mano como dictan las buenas costumbres.
Él no la estrechó.
—Tu hija es más... interesante de lo que esperaba —dijo, y su voz era grave, profunda, como si arrastrara tierra, sangre y secretos antiguos con cada palabra. Luego se volvió hacia mi padre—. El acuerdo se mantiene.
¿Qué acuerdo?
—¿Qué acuerdo? —pregunté, parpadeando rápido, como si eso pudiera borrar la sensación de que me estaban arrancando el suelo bajo los pies.
Mi padre soltó una risa nerviosa. Evitó mirarme. Ya eso era mala señal.
—No es el momento, Brianna. Hablaremos luego.
—No. Ahora —exigí. Y por primera vez, Damien me miró con una intensidad distinta. Como si le divirtiera mi desafío. Como si estuviera midiendo cuánto tardaría en romperme.
—Tu padre ha aceptado sellar una alianza entre humanos y mi manada —dijo con naturalidad, como si hablara de negocios corrientes—. Como prueba de buena fe... tú serás mi esposa.
El silencio cayó como una guillotina.
—¿Qué dijiste? —pregunté, aunque lo había escuchado perfectamente.
—No es negociable —añadió él, bebiendo un sorbo de vino como si acabara de ordenar sushi en lugar de destruir mi vida.
Mi padre carraspeó.
—Brianna, por favor, entiende... Es por el bien de todos. Esta unión traerá paz, protección. No hay otra forma.
—¿Me estás vendiendo como una ofrenda? ¿¡Estás loco!? ¡Esto es una broma! —grité, sintiendo el calor subir a mi rostro.
—Brianna... —intentó calmarme, pero yo ya no escuchaba.
El Alfa seguía observándome. No parecía molesto. Solo... paciente. Como un depredador esperando que su presa se canse de patalear.
—No voy a casarme con un lobo. Esto es enfermizo. ¡Ni siquiera lo conozco!
Damien dejó la copa en la mesa. Se acercó. Cada paso suyo era una amenaza contenida. Mi corazón latía a un ritmo salvaje. Y cuando estuvo lo suficientemente cerca, su aroma me golpeó: cuero, bosque húmedo, peligro.
—No tienes que conocerme para obedecerme —susurró, apenas audible para los demás.
Yo retrocedí un paso. Él avanzó otro.
—¿Y si digo que no?
—Puedes decir lo que quieras, Brianna. Pero no importa. Ya eres mía.
Mi cuerpo tembló. No de miedo. O no solo de miedo.
—No soy una perra que puedas marcar y encadenar —espeté, más para convencerme a mí que a él.
Sus labios se curvaron en una media sonrisa peligrosa.
—No. Eres una loba dormida... Y yo voy a despertarte.
Más tarde, encerrada en mi habitación, me enfrenté a la única persona que creí que me defendería. Pero no. Mi padre me había entregado sin dudarlo, como si fuera solo una ficha más en su tablero político.
—¿Qué clase de padre hace esto? —le grité, con la voz quebrada.
—Uno que quiere sobrevivir. ¡Uno que quiere mantener a salvo a su gente! —rugió de vuelta, pero no había culpa en sus ojos. Solo cansancio. Solo rendición.
—¿Y qué hay de mí? ¿Qué hay de mi vida?
—Ya no te pertenece.
Sus palabras me cayeron como una sentencia.
Horas después, cuando la casa estaba casi vacía, escuché la puerta abrirse.
No golpearon. No pidieron permiso.
Damien entró.
Se acercó lentamente. Su sombra llenó la habitación antes que él. Yo estaba de pie, erguida, fingiendo una valentía que no sentía.
—¿Vienes a marcarme como a un animal? ¿A arrastrarme a tu jauría? —disparé.
Él no respondió de inmediato. Solo se detuvo frente a mí. Sus ojos brillaban con un fulgor sobrenatural.
—No necesito arrastrarte, Brianna. Tu alma ya me reconoce... aunque tu boca aún no lo admita.
El aire se volvió denso, como si algo invisible nos envolviera. El corazón me golpeaba el pecho, la sangre me hervía bajo la piel.
—No eres dueño de mí —murmuré, aunque mi voz tembló un poco.
Entonces se inclinó, tan cerca que sentí su aliento en mi oído.
—Te guste o no... ahora eres mía.
Y fue ahí. Justo ahí.
Donde lo sentí.
Un estremecimiento que nació en la base de mi columna, subió por mi espalda y me apretó el pecho. Algo ancestral. Algo salvaje. Algo que me decía que había un vínculo más fuerte que cualquier contrato.
Y no sabía si quería romperlo o rendirme a él.
La luna llena se alzaba majestuosa sobre el monte sagrado, bañando con su luz plateada los antiguos robles que habían sido testigos silenciosos de generaciones de lobos. El viento susurraba entre las hojas, llevando consigo el aroma de pino y tierra húmeda. Brianna respiró profundamente, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba con otra contracción.Habían pasado seis meses desde la batalla final. Seis meses de reconstrucción, de sanación, de un nuevo orden. La manada de Damien, antes temida, ahora era respetada. Los territorios del norte habían encontrado una paz que muchos creían imposible.Brianna se aferró a la mano de Damien mientras otra oleada de dolor recorría su cuerpo. Estaban en el centro de un círculo de piedras antiguas, en la cima del monte donde, según las leyendas, el primer lobo había aullado a la luna.—Respira, mi luna —susurró Damien, su voz áspera pero llena de una ternura que solo ella conocía—. Estoy aquí.Sus ojos, antes de hielo, ahora ardían con una intensidad que
El cielo se teñía de rojo mientras la luna negra comenzaba a asomarse en el horizonte. Brianna sentía cada latido de su corazón como un tambor de guerra. A su alrededor, lobos de todas las manadas se habían unido bajo un mismo propósito: libertad.—Es hora —dijo, y su voz resonó con una autoridad que nunca antes había poseído.Los lobos aullaron en respuesta, un coro de voces que se elevó hacia el cielo sangriento. Damien estaba a su lado, sus ojos de hielo ahora ardían con determinación. La miró una última vez antes de que ambos asintieran en silencio.—Recuerda lo que acordamos —le susurró él, rozando sus dedos contra los de ella—. Pase lo que pase, mantente viva.Brianna apretó su mano.—Lo mismo te digo, Alfa.Y entonces, como una marea imparable, avanzaron.La batalla fue brutal. Colmillos contra colmillos, garras contra garras. El aire se llenó con el olor metálico de la sangre y los aullidos de dolor. Brianna se movía como nunca antes, su cuerpo respondiendo a instintos que no
La luna se alzaba como un ojo pálido y vigilante sobre el claro del bosque, bañando con su luz plateada los cuerpos tensos que aguardaban la señal. El aire olía a tierra húmeda, a pino y a miedo. Pero sobre todo, olía a sangre inminente.Brianna sentía el latido de Damien a su espalda, firme como un tambor de guerra. Sus cuerpos se tocaban apenas, pero el calor que emanaba de él era como una hoguera en pleno invierno. Podía sentir cada músculo de su compañero preparado para el ataque, cada respiración medida, cada pensamiento afilado como una daga.—No te separes de mí —murmuró él sin volverse, su voz un gruñido bajo que solo ella podía escuchar.—No me des órdenes, Blackthorn —respondió ella, pero sus dedos buscaron los de él por un instante, entrelazándose en una promesa silenciosa.La manada se desplegaba a su alrededor en formación de media luna, lobos y guerreros con los ojos brillantes de anticipación y miedo. Eran menos de los que Brianna hubiera deseado, pero cada uno valía po
El amanecer se derramaba como sangre diluida sobre las montañas cuando Brianna despertó sobresaltada. Su cuerpo empapado en sudor frío, las sábanas enredadas entre sus piernas como serpientes que intentaban atraparla. La pesadilla seguía vívida tras sus párpados: ella de pie en medio de un círculo de fuego, su vientre hinchado, y lobos muertos a su alrededor. Damien tendido a sus pies, con los ojos abiertos pero sin vida.Se llevó las manos al rostro, intentando borrar aquellas imágenes. Hacía tres días que las náuseas la despertaban, pero esta mañana era diferente. Esta mañana, finalmente, había aceptado lo que su cuerpo llevaba semanas susurrándole.—Estoy embarazada —murmuró para sí misma, las palabras flotando en la habitación vacía.Damien había partido antes del alba para reunirse con los líderes de las fronteras del este. La guerra se acercaba, todos lo sabían. Los rumores de traición crecían como maleza entre las manadas, y el nombre de Brianna se repetía en susurros: la human
El amanecer llegó con un silencio inquietante. Brianna lo sintió antes de abrir los ojos: algo había cambiado en el aire. La tensión se filtraba por las paredes de piedra como niebla venenosa. Se incorporó en la cama, encontrando el espacio vacío donde Damien debería estar. Las sábanas conservaban su calor, pero él se había marchado apresuradamente.Cuando salió de la habitación, el pasillo bullía con actividad inusual. Guerreros corrían en formación, mensajeros se deslizaban entre ellos con rostros sombríos. Nadie la miraba directamente.—¿Qué está pasando? —preguntó a una joven loba que pasaba con un fajo de documentos.La muchacha bajó la mirada. —El Alfa está en la sala del consejo. Han llegado emisarios de la manada Colmillo Rojo.Brianna sintió que el suelo se movía bajo sus pies. La manada Colmillo Rojo había sido la más leal al padre de Damien, el Alfa Caído. Nunca habían reconocido plenamente el liderazgo de Damien, manteniéndose en una tensa neutralidad durante años.Sin pen
La noche había caído sobre el territorio de los Blackthorn como un manto de terciopelo azul salpicado de estrellas. El bosque, antes testigo de sangre y batallas, respiraba ahora con una calma que parecía imposible después de tanta tormenta. La manada dormía, pero sus Alfas permanecían despiertos, como si quisieran atesorar cada segundo de esta nueva realidad que habían construido juntos.Brianna contemplaba el cielo desde el balcón de la habitación principal. Su cuerpo, aún marcado por la batalla, se había recuperado con una velocidad que confirmaba su naturaleza. Ya no era la humana que llegó temblando a estas tierras. Ya no era la ofrenda. Era algo más, algo que ni siquiera ella había imaginado.Damien se acercó por detrás, envolviendo su cintura con brazos que ya no ocultaban su necesidad de ella. Su pecho desnudo se presionó contra la espalda de Brianna, y ella sintió cómo el calor de su piel atravesaba la fina tela del camisón que llevaba.—¿En qué piensas? —susurró él contra su
Último capítulo