La limusina parecía un ataúd de lujo. Su interior estaba bañado en cuero negro, el aroma embriagador del whisky caro impregnando el aire, como si el vehículo tratara de disimular el hedor de la traición que aún me revolvía el estómago.Mis nudillos estaban blancos de tanto apretar la tela del vestido esmeralda que aún llevaba, ese que mi padre me obligó a usar para su “cena diplomática”, como la llamó. Ja. Diplomacia, mis ovarios. Aún podía escuchar sus palabras resonando en mi cabeza, frías, calculadoras, como si me hubiese entregado a un socio comercial y no al lobo más temido del continente.La puerta de la limusina se abrió de pronto sin previo aviso, y el aire cambió.No lo vi entrar, lo sentí. Una energía densa y salvaje, como si la noche misma se hubiese colado entre las rendijas para envolverme. Damien Blackthorn. El Alfa del Norte. El hombre que, según mi padre, me "aceptó" como parte del pacto.Mi cuerpo se tensó, y no porque me diera miedo. No, lo que sentí fue peor. Fue un
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