La luna se alzaba como un ojo pálido y vigilante sobre el claro del bosque, bañando con su luz plateada los cuerpos tensos que aguardaban la señal. El aire olía a tierra húmeda, a pino y a miedo. Pero sobre todo, olía a sangre inminente.
Brianna sentía el latido de Damien a su espalda, firme como un tambor de guerra. Sus cuerpos se tocaban apenas, pero el calor que emanaba de él era como una hoguera en pleno invierno. Podía sentir cada músculo de su compañero preparado para el ataque, cada respiración medida, cada pensamiento afilado como una daga.
—No te separes de mí —murmuró él sin volverse, su voz un gruñido bajo que solo ella podía escuchar.
—No me des órdenes, Blackthorn —respondió ella, pero sus dedos buscaron los de él por un instante, entrelazándose en una promesa silenciosa.
La manada se desplegaba a su alrededor en formación de media luna, lobos y guerreros con los ojos brillantes de anticipación y miedo. Eran menos de los que Brianna hubiera deseado, pero cada uno valía po