La luna llena se alzaba majestuosa sobre el monte sagrado, bañando con su luz plateada los antiguos robles que habían sido testigos silenciosos de generaciones de lobos. El viento susurraba entre las hojas, llevando consigo el aroma de pino y tierra húmeda. Brianna respiró profundamente, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba con otra contracción.
Habían pasado seis meses desde la batalla final. Seis meses de reconstrucción, de sanación, de un nuevo orden. La manada de Damien, antes temida, ahora era respetada. Los territorios del norte habían encontrado una paz que muchos creían imposible.
Brianna se aferró a la mano de Damien mientras otra oleada de dolor recorría su cuerpo. Estaban en el centro de un círculo de piedras antiguas, en la cima del monte donde, según las leyendas, el primer lobo había aullado a la luna.
—Respira, mi luna —susurró Damien, su voz áspera pero llena de una ternura que solo ella conocía—. Estoy aquí.
Sus ojos, antes de hielo, ahora ardían con una intensidad que