El silencio en la mansión Blackthorn se había vuelto ensordecedor. Brianna lo notaba en las miradas esquivas de los sirvientes, en cómo los guardias bajaban la vista cuando ella y Damien coincidían en algún pasillo. La tensión entre ellos era como electricidad estática, cargando el aire hasta hacerlo casi irrespirable.

Tres días habían pasado desde el incidente en el bosque. Tres días en los que Damien apenas había pronunciado dos palabras seguidas en su presencia. Pero sus ojos... esos ojos de hielo la seguían por todas partes, quemándola con su intensidad.

Esa mañana, mientras desayunaba sola en la terraza este, Brianna sintió una presencia a sus espaldas. No era Damien; había aprendido a reconocer su aroma, a sentir el peso de su mirada. Era alguien más.

—La sangre habla cuando la boca calla —dijo una voz anciana y rasposa.

Brianna se giró para encontrarse con una mujer de edad imposible de determinar. Su cabello blanco como la nieve caía en trenzas intrincadas hasta su cintura, y