Fui acusada de un crimen que no cometí. Condenada no solo por la manada y mi familia sino también por mi compañero, aquel que creí que sería el único en apoyarme, pero cuan equivocada estaba. Su rechazo y todo el desprecio me obligaron a huir de mi hogar, enfrentándome a un mundo desconocido sin saber que sería de mi vida. Pero ojalá y todo hubiese terminado ahí. El secreto que esconde mi loba es peligroso, tanto que debo ocultarlo de todos; sin embargo, el regreso de un pasado me condena a una vida de miseria que me condena una vez más a ser la Luna de un hombre cruel. Mi excompañero. Para liberar no solo mi vida, sino a todas las manadas de algo mucho peor, me veo en la obligación de traicionar todo lo que creí necesario y huir en búsqueda de un aliado. Un Alfa peligroso es mi única opción, pero, ¿que querrá de mí a cambio? Mucho, él va a querer de mí todo y yo… yo no me negaré a darselo.
Leer más~Alana~
Observo el escenario donde será presentado mi castigo. La manada ya está reunida al alrededor, mirándome con odio y desprecio porque creen que soy responsable del ataque en el que yo perdí mucho más que ellos. Mis padres me odian por la muerte de mi hermana Sophia; mi compañero Damien no me ha dirigido la palabra desde anoche, y todos me acusan de traición por haber dejado que los rogues entraran. ¿Cómo era eso posible? Se supone que las patrullas fronterizas debían dar aviso del ataque, pero nada de eso sucedió, y, para mi mala suerte, mi hermana y yo estuvimos en el lugar equivocado o en el lugar correcto para alguien más. Mis manos tiemblan, haciendo tintinear las cadenas de plata que cruelmente rompen mi piel. Las lágrimas que creí secas regresan a mis ojos al ser lanzada frente al poste al que estoy atada para no poder liberarme. Frente a mí está el Alfa; su látigo cuelga en su mano tan fácilmente que podría decirse que no pesa nada. Me da la espalda, mirando a la manada; todos se mantienen en silencio, esperando mi sentencia. —Hoy estamos aquí para presenciar el castigo de Alana River. Se le considera culpable por la muerte de su hermana, una traidora que dejó entrar en nuestro territorio a lobos rebeldes por celos. Alzo la mirada hacia mis padres; sus miradas son de odio y rabia. Creen que soy un monstruo, creen que realmente fui yo la causante de la muerte de Sophia. Pero no es así; jamás haría algo así. Mi camisa es rasgada por la espalda, dejando mi piel expuesta ante el aire frío que me hace estremecer de anticipación. Busco una esperanza, alguien que me crea; desesperadamente busco a mi compañero en medio de la multitud y allí está, pero su mirada fría es todo lo que recibo a cambio. Kyra gime en mi mente al ver el rechazo de nuestro propio compañero; él tiene la autoridad para detener a su padre de un castigo que no merezco. ¡Yo no maté a mi hermana, yo no soy la causante de su muerte! El primer beso del látigo acaricia mi espalda; aprieto con fuerza mis manos alrededor del poste y otro latigazo me toma desprevenida, sacando de mí un grito de dolor. Aparto la mirada de él, mi cabeza cae y me retuerzo al sentir mi espalda ser rasgada cruelmente. Mis lágrimas saladas caen mezclándose con mi propia sangre, y otro silbido, antes de marcar mi espalda, me hace ver destellos de lo que sucedió anoche: Gruñidos, aullidos, lobos detrás de nosotras intentando alcanzarnos. Corrimos por el bosque de regreso a la seguridad de nuestra manada, Sophia convertida en Cleo, su loba color marfil, casi blanca, o al menos así se veía en la noche, y yo en forma humana porque ella me dijo que por nada del mundo me transformara. Un lobo logró alcanzarnos; ella lo derribó con facilidad, arrancándole la garganta. Otros aullidos resonaron detrás de nosotras. Su mirada volvió a mí; sabía lo que ella diría. «Ve a casa, Alana. Yo me encargaré; estaré bien». Negué, dando un paso al frente, pero me empujó. «Vete, ellos no pueden atraparte, no pueden. Recuerda que estoy lista para esto». Sophia entrenaba para ser guerrera desde mi primera transformación, a mis 16 años, dos años antes de lo esperado. Decía que siempre me protegería a mí y a Kyra del peligro que me rodeaba. Jamás entendí a qué se refería, pero supongo que se debía a mi loba. Ella fue la única presente ese día, mirando con algo de miedo y temor su pelaje. Soy regresada al presente abruptamente. Otro grito desgarrador sale de mi garganta al sentir mi piel ser quemada por el látigo. Solo los guerreros más fuertes soportan esto, y aquí estoy yo, intentando no desmayarme. Me estremezco, tiemblo sin poderlo soportar; el dolor es abrumador, quemando cada célula de mi cuerpo con la plata que se mete por mis heridas. Intento proteger a mi loba, la única que me acompaña en esto, la única que sabe que soy inocente; sin embargo, no puedo; no soy tan fuerte como desearía. Escucharla aullar de dolor y gruñir por la plata me duele más de lo que me duele el cuerpo. Caigo, por fin, sin poder soportarlo más. El látigo se detiene; mi castigo, o parte de él, ha terminado. Respiro agitada sobre las tablas manchadas de mi sangre; mi propia ropa rasgada está llena de ella. Con la visión borrosa, veo cómo todos se alejan, entre ellos mis padres, que no me dedican ni una sola mirada. Me dejan allí todo el día; no me muevo, no hago ningún sonido, me quedo allí tirada, soportando el dolor no solo físico, sino interno. Ya cayendo la noche, oigo pasos. Abro los ojos lentamente al reconocer el dulce aroma de mi compañero. Mi corazón se acelera, una pequeña esperanza crece en mí e inmediatamente la apago. —Alana. Giro la cabeza hacia él; sus ojos siguen siendo fríos y sin emociones, tal como los de esta mañana. Sus puños están apretados a sus costados y todo su cuerpo está tenso. —Damien—comienzo débilmente, tal vez al final sí me crea. —Te juro que yo no tuve nada que ver con… —Hay pruebas de que sí. Todos dicen que tenías envidia de tu hermana. Ella era una guerrera, una loba impresionante, y tú… tú solo eres tú. Trato de que sus palabras no me afecten, pero lo hacen. —Era mi hermana… jamás… le haría daño. —Eso también es mentira. Conseguimos pruebas en tu habitación de los encuentros furtivos que tenías con tus amantes rogues. ¿Qué? —No solo eso, sino también pruebas para asesinar a tu hermana. —No, eso no es cierto—intenté levantarme; tenía que hacerlo, pero caí de nuevo, gimiendo de dolor. —Yo mismo lo vi, Alana. Yo mismo vi las pruebas. ¿Cuánto tiempo tenías engañándome? ¿Acaso no era suficiente para ti ser no solo mi compañera, sino la futura luna de esta manada? Negué con la cabeza, dejando que las lágrimas de desesperación cayeran. Intenté explicarme, lo intenté, y una vez más él explotó. —Eres una mujerzuela, una basura que no vale la pena. Eres una puta bastarda que no merece una mierd4, que no merece que te vuelva a dirigir la palabra.~Alana~Nuestras miradas se quedaron atrapadas la una en la otra, él vigilando cada temblor de mi cuerpo y yo… yo esperando que no me delatara.—Disculpe, Alfa Walker, resolveré esto tan pronto como sea posible y seguiremos hablando de nuestro pequeño trato.Mi atención se desvió a los hombres que ahora salen; podía sentir el nudo apretándose no solo en mi estómago, sino también en mi garganta.—¿Saben quién eres?—su voz, profunda pero suave, me hizo saltar del susto. Toda mi atención regresó a él y al hombre que había llegado a su lado.—No… no lo sé, no estoy segura—respondí un poco inquieta.Asintió dándose la vuelta. —Sígueme, entrarán en un minuto y si te ven, ya no podrás escapar.«¿Por qué siempre nos vemos rodeadas de Alfas? Siento que somos un imán para eso. El último nos clavó los colmillos y solo espero que este no lo haga.»Lo seguí en silencio, escuchando a mi loba quejarse, pero había algo en sus palabras que me hizo acariciar mi cuello con los dedos.La piel estaba lisa
~Alana~ Había voces en medio de mi sueño, un aura fuerte flotando a mi alrededor que pronto desapareció, dejándome extrañamente vacía.Volví a perder la noción del tiempo, pero algo en todo eso seguía conmigo, firme, arraigado a cada parte de mí.Un olor permanecía siempre, uno que no lograba identificar, ese mismo olor que, por un momento, captó mi loba antes de que aquel lobo nos mordiera con fuerza.Sí, luego de darnos una buena arrastrada y de que nos estampara la cara contra el suelo. Parece que con eso no le bastó.Un movimiento ligero logró despertarme por completo. Me sentía algo perdida, mareada; las heridas de mi espalda ya no dolían y fue allí cuando recordé todo lo que había pasado en los últimos días y mi actual situación.El carro, aquel Alfa, la pelea y luego la mordida.Abrí los ojos de golpe, siendo casi cegada por la fuerte luz que entra por la ventana del auto en el que voy, aunque esta vez se sentía diferente.¿cómo llegué aquí?—¿Me oyes?— giré la cabeza hacia el
~Dominic~ Su aroma flota en cada rincón de la pequeña habitación en la que estamos; es suave, cítrico, con un toque de jazmín. Observo cómo el médico de nuestra manada atiende las heridas de su espalda de forma delicada, sin atreverse a mirar demasiado su cuerpo desnudo frente a él. Recorro con la mirada su piel suave, llena de moretones y rasguños, mientras yace inmóvil en la cama, quejándose algunas veces cuando el dolor es insoportable. No tiene ninguna marca de manada; no hay nada que me diga de dónde viene para saber exactamente qué fue lo que le hicieron, pero verla así, con heridas que dejarán cicatrices, me da ganas de ir a destrozar a todos aquellos que se atrevieron a ponerle una mano encima. Me acerco a la ventana, moviendo ligeramente la cortina desgastada para ver hacia el exterior. Mis hombres vigilan sigilosamente, pasando desapercibidos en este pequeño pueblo neutral. Aquí no estamos seguros, no por mucho, y con el poco tiempo que me quede antes de que él me encu
~Alana~ Quiero moverme, reaccionar, alejarme de todo el caos a mi alrededor, y es cuando me obligo a dar un paso atrás. No quería; mi cuerpo se negaba, pero la razón y el miedo comenzaron a hacerse más fuertes. Miré hacia atrás buscando una brecha, un camino por el cual huir, pero una vez que regresé la mirada al frente, volví a paralizarme. Unos ojos dorados e intensos me observaban; era casi como si estuviesen traspasando mi alma, leyendo mis pensamientos más profundos. Dio un paso al frente y luego otro, lentos, como si no quisieran asustarme, pero más allá de eso, su presencia me estaba sacando el aliento. «Alana, tienes que moverte, no sabemos sus intenciones y no somos rivales para un Alfa como él». La voz de Kyra me sacó de mi pequeña burbuja y, sin esperar más, le di la espalda y corrí. Pude escuchar su gruñido molesto, pero eso no iba a detenerme. Corrí entre los cuerpos y los charcos de sangre; la lucha de los lobos aún no cesaba. Me abrí camino sin mirar atrás; sin e
~Alana~Sus palabras se clavan como un puñal en mi corazón, destrozando mis ilusiones. ¿Cómo fue que todo esto sucedió? ¿Quién quería que esto pasara y por qué?—Damien…— imploré, y esta vez fui callada con una fuerte bofetada que me hizo escupir sangre.—Eres el peor error de mi vida. Me das asco, Alana. No me dejaste tocarte nunca, pero a esos mugrosos sí les abriste bien gustosa las piernas. La Diosa sí que se equivocó contigo.—No— negué inmediatamente, acercándome lo mejor que pude a él, las cadenas tensando mis movimientos y haciéndome sentir más dolor. —Eso no es verdad…—Yo, futuro Alfa Damien Carter, te rechazo a ti, Alana River, como mi compañera y Luna. Ahora acepta mi rechazo, ¡HAZLO DE UNA VEZ!Rugió con furia, sus ojos ardiendo de rabia, su lobo presente, sus puños apretados a tal punto que tenía los nudillos blancos.Ya no sabía si mi dolor físico se debía al rechazo o a todo lo que me estaba pasando. En dado caso, si muero, ya nada importa; al menos podré ir con mi her
~Alana~ Observo el escenario donde será presentado mi castigo. La manada ya está reunida al alrededor, mirándome con odio y desprecio porque creen que soy responsable del ataque en el que yo perdí mucho más que ellos. Mis padres me odian por la muerte de mi hermana Sophia; mi compañero Damien no me ha dirigido la palabra desde anoche, y todos me acusan de traición por haber dejado que los rogues entraran. ¿Cómo era eso posible? Se supone que las patrullas fronterizas debían dar aviso del ataque, pero nada de eso sucedió, y, para mi mala suerte, mi hermana y yo estuvimos en el lugar equivocado o en el lugar correcto para alguien más. Mis manos tiemblan, haciendo tintinear las cadenas de plata que cruelmente rompen mi piel. Las lágrimas que creí secas regresan a mis ojos al ser lanzada frente al poste al que estoy atada para no poder liberarme. Frente a mí está el Alfa; su látigo cuelga en su mano tan fácilmente que podría decirse que no pesa nada. Me da la espalda, mirando a la
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