El amanecer se filtró por las rendijas de la cabaña como dedos pálidos que buscaban despertar a Brianna. Abrió los ojos lentamente, envuelta en un calor que no era suyo. El abrigo de Damien la cubría como una segunda piel, impregnado de su aroma a bosque nevado y algo más primitivo que no sabía nombrar. La tormenta había cesado, dejando tras de sí un silencio espeso que parecía absorber cualquier sonido.
Pero él no estaba.
Se incorporó, sintiendo un vacío inexplicable. No era solo la ausencia física de Damien lo que la inquietaba, sino algo más profundo, como si una cuerda invisible tirara de ella hacia algún punto en el bosque. Un eco en su interior que resonaba con cada latido.
—¿Damien? —llamó, sabiendo que no obtendría respuesta.
La cabaña, pequeña y rústica, parecía ahora un refugio abandonado. El fuego se había reducido a brasas moribundas que apenas calentaban. Brianna se levantó, aún envuelta en el abrigo, y recorrió el espacio con la mirada. Había algo diferente, algo que no